1975

Premio Carlos Arniches de la Sociedad General de Autores.

Seis libros, cinco de recopilación e intranscendentes, como joya, Mortal y rosa.

El 20 de noviembre muere Francisco Franco. El 25 del mismo mes, Umbral, en los periódicos de Colpisa, publica el artículo «El caballo de Franco, la camisa de Girón y el flequillo del infante» que muchos años después, 2017, aparecerá en Mis queridos políticos de Editorial Renacimiento, uno de los varios libros de recopilación publicados tras la muerte del escritor.

El caballo de Franco, la camisa de Girón y el flequillo del infante

La Historia va acuñando sus medallones delante de nosotros, a la vista imparcial del cronista, que asiste con distanciamiento apasionado (también hay geometrías apasionadas) a esta orfebrería del tiempo sobre la materia de sangre y luz que es metal de los muertos y el afán de los vivos.

Así las cosas, el cronista quisiera recoger y resumir, entre toda la riqueza de imágenes que nos han dado las últimas horas nacionales, tres escorzos insólitos y reveladores, quizás con más selección estética que ética, pues ya dijo el viejo y sabio André Gide que mi ética es mi estética y el nada errado Samuel Beckett cuando en su estudio sobre Proust, destaca como esencial la carencia de nociones morales en el más grande escritor de todos los tiempos. Estéticamente el caballo de Franco, vacío, desnudo, sin jinete, en el entierro, por delante, y la camisa de Girón única o casi única en el hemiciclo de la jura del Rey y el flequillo rubio del infante Felipe, en esa misma solemnidad, son tres motivos de sugestión tan fascinantes como la vidriera de Combray, donde el escritor soñaba con Gilberto el malo, el rayo de luz que encendía el cristal y los colores.

El caballo de Franco, vacío, es un momento cesáreo en toda la ceremonia, por lo que deducimos que la naturaleza imita a Esquilo, y por lo que nos preguntamos si hemos vivido efectivamente en un estado ecuestre y andamos ahora descabalgados pisando la dudosa luz democrática de día. ¿Quiere decir que pasamos de un estado ecuestre a un estado monárquico-liberal? Yo creo que todavía no quiere decirse nada. Ha habido otros estados ecuestres en la Historia, y no sólo en la Historia de España. Napoleón. Carlos I. Carlomagno. Washington, son ejemplos de estados ecuestres. Entre el caballo desmontado de Franco y el flequillo rubio del infante Felipe o don Felipe ¿se interpone la camisa azul con que Girón acudió a las Cortes en una sesión de etiqueta obligatoria?

Habría que preguntarse, asimismo, si los estados ecuestres no son más contundentes que los estados con flequillo de oro genealógico. ¿Puede un Estado tener su base en un caballo militar y su florón en un flequillo infantil? […]

Con estos elementos, con un caballo sin jinete, con una camisa azul y solitaria, con un flequillo rubio y principesco, con el desmayo de una muchacha, no puede componerse el jeroglífico del futuro, pero podría asegurarle el fin del estado ecuestre, la supervivencia del estado uniformado, un augurio de futuro más sentimental que racional, iluminado sólo por un niño, y por un afloramiento de la tensión nacional que se viene abajo en las bellas piernas de Mariona.

A ver ahora.

Ediciones Felmar, Madrid, octubre Colección Punto Crítico. Serie B nº 4. Rústica. Tapa blanda de editorial ilustrada. 347 páginas. 22 × 12 cm.

Cita. Que país, Miquelarena. Don Pedro Mourlane-Michelena.

Recopilación.

 

Poca cosa. Selección de artículos para Colpisa publicados en 1974 y 1975, un total de 99 divididos en tres bloques, «El País»; «El Paisaje»; «El Paisanaje», en este algunos escritores, Torrente Ballester, Delibes, Azorín, Los Machado, Cela, Pablo Neruda; también Sara Montiel y Lola Flores, folklóricas en flor. El libro se inicia con un prólogo, Suspiros de España que comienza así,

 

ESPAÑA suspiraba en aquella película de entreguerras, cuando España tenía un caracolillo de pelo en la frente, que era como una voluta barroca, pomporé y rococó de un pueblo que ha usado la cabeza para envestir, como decía Machado, o para rizarse el pelo con la brillantina imperial.

Así las cosas, la película “Suspiros de España” es ya celuloide rancio que los chicos de la barbita exhuman con curiosidad kitch y proustiana por el tiempo perdido, perdido en el sentido de desperdiciado, más que otra cosa. Pero España suspira y había suspirado mucho antes y después de esta película. España da sus primeros suspiros en Sagunto y Numancia, y España suspira de alivio o de resignación cuando el guerrillero ibérico Corocota se presenta ante Augusto para cobrar personalmente la recompensa que Roma ofrece por él. Más o menos, como cuando el Lute iba y venía por las barriadas de Sevilla y Madrid, enredando con la Benemérita. Corocota es un Lute de la época de Augusto, ese eterno guerrillero español, montuno y montaraz, que va por libre y por liebre, que se esconde y corre como una liebre, porque siempre hay un Augusto o un César del que correr y esconderse.

 

No reeditado.


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