Editorial Planeta S.A. Barcelona, febrero 1976. Colección Textos nº 4. Rústica tapa blanda. 321 páginas. 18 × 13 cm.
Cita. La mujer, en el fondo, es un ser usual. Christian Laforge.
Recopilación.
Mis mujeres es el título de una columna en Colpisa de 1976 publicada en La guapa gente de derechas.
Cien artículos y entrevistas, estas publicadas en la revista Blanco y Negro; los artículos son de Colpisa, en su mayoría de 1975 —hasta junio— y de 1974, también hay de 1973 e inclusive de 1970, solo uno, «El erotismo».
El libro agrupa las entrevistas y los artículos en siete bloques: “Mis mujeres” (1 artículo); “Mujer y libertad” (4); “Tratado de perversiones” (15), dedicado al cuerpo femenino: los senos, las rodillas, la cintura … concluye con el liguero fetichista; “Las visitas” (6), aquí aparecen las entrevistas: Lola Flores, Carmen Sevilla, Sara Montiel, Lucía Bosé …, más o menos las de siempre; “A la sombra de las muchachas en fleur” (31), mujeres de todo tipo, desde Madame Bovary a Manolita Malasaña; “La mujer es una patria para el hombre” (32), un poco de todo y “Las aproximaciones” (12), más mujeres singularizadas, Amparo Muñoz, Nadiuska, Enma Cohen, Geraldine Chaplin, Massiel. En conclusión, Mis mujeres.
El escritor con una lírica no exenta de humor muestra, siguiendo el canon de Las Españolas, un recorrido amable y cómplice de las mujeres.
MIS MUJERES, mis primeras mujeres, aquellas a través de las cuales descubrí a la mujer —siquiera fuese una mujer de cuché y huecograbado— fueron las revistas ilustradas que había en casa, revistas de antes de la guerra que se habían salvado del diluvio universal en el arcón de la abuela. Blanco y Negro, Estampa, La Pantalla, revistas donde las mujeres usaban la moda de Penagos —felices veinte—, con sombreros de casquete, pelo garsón, senos inexistentes, cuerpos rectos, largos collares, falda corta, medias de plata y zapatos puntiagudos.
También estaban las cupletistas, las fornarinas, las castizas, y las psicalípticas. Por entonces el pueblo vestía de una forma y la burguesía de otra. La única revolución que hemos hecho es la revolución de la indumentaria. Ahora todo el mundo viste igual, pero en aquellos años de nuestras madres las señoritas iban de Pola Negri, con las perlas al cuello, estrangulándolas un poco, y el muslo de lamé de oro, y las modistillas iban de Casta y Susana, en una permanente y agobiante verbena de la Paloma, con pañuelo a la cabeza y mantón de Manila, y las revistas ilustradas hacían campañas por la supervivencia del mantoncillo, que era gala de mujer honesta, pobre pero honrá, explotada siempre por un hombre, una madrastra o una marquesa.
¿Cuándo se juntaron las aguas de la moda? ¿Cuándo empezaron a vestir igual todas las mujeres? Después de la guerra, supongo. Antes de la guerra había un uniforme para la mujer del pueblo —mantón, pañolón, hambre y salero, y, como mucho, los nardos apoyados en la cadera— y otro uniforme para la señorita: boquilla de marfil, cinturón caído, pieles al cuello en todo tiempo (la distinción estaba en no sudar en verano con aquellas pieles) y un amor de novela de Alberto Insúa.
No reeditado.
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