1976

El año con mayor número de libros publicados, siete, entre ellos un clásico, Las Ninfas, premio Nadal que apareció nueve meses después de Mortal y rosa.

El 22 de noviembre de 1975, es proclamado Rey Juan Carlos I, 38 años.

Continúa como presidente de gobierno Arias Navarro.

El 27 de noviembre, en la homilía de la misa celebrada tras la coronación, el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal, dice, «España, con la participación de todos y bajo vuestro cuidado, avanza en su camino y será necesaria la colaboración de todos, la prudencia de todos, el talento y la decisión de todos para que sea el camino de la paz, del progreso, de la libertad y del respeto mutuo que todos deseamos».

Todos. “La colaboración de todos” es la democracia. Consciente de la situación el Rey prepara desde enero con Areilza, ministro de Exteriores, un viaje a Estados Unidos para junio previa escala en la República Dominicana. Es Presidente de EE.UU. Gerald Ford, Henry Kissinger el Secretario de Estado; allí, en Washington, el día 2 de junio, pronuncia un discurso en el Capitolio en sesión conjunta del Congreso y Senado, «La Monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresado». Cuatro minutos de aplausos. Algo similar ocurrió en Nueva York, en la visita a la sede de la ONU. Repercusión nacional e internacional, llegado a España Juan Carlos I solicita a Arias su dimisión que la presenta poco después el 1 de julio.

Hay que nombrar un presidente de Gobierno para un momento nuevo. El presidente de las Cortes es Torcuato Fernández Miranda que también preside el Consejo del Reino, órgano encargado de proponer al Rey la terna de candidatos de la que saldrá el nuevo presidente; en la terna, Gregorio López Bravo, José María de Areilza y Adolfo Suárez, a la salida de la reunión del Consejo la prensa pregunta a Fernández Miranda quien integra la terna, Torcuato responde, «Lo que el Rey me ha pedido».

El Rey le había pedido que en esa terna constara Adolfo Suárez. El nombramiento, 3 de julio, recae en Suárez, hasta entonces ministro del Movimiento del gobierno Arias. Sorpresa, desilusión y críticas que calificaron al nuevo presidente de continuista.

Suárez, 44 años, impresiona por su cercanía y por un mensaje claro de avanzar en las libertades. Las previsiones del nuevo Presidente se materializan pronto, en agosto, Fernández Miranda entrega a Suarez el borrador de un brevísimo proyecto de ley por él elaborado, «Ley para la Reforma Política» que, de la Ley a la Ley, liquida las Leyes Fundamentales del régimen anterior; con leves retoques el proyecto es aprobado por las Cortes franquistas el 18 de noviembre que, conscientes de la carencia de respaldo popular, dan un paso atrás: 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones, transcurridos cuatro meses, el 9 de abril de 1977, se legalizó sin ruido el Partido Comunista y el 15 de junio se celebraron elecciones generales con la participación de todos los partidos políticos. El franquismo había concluido. Libertad sin ira.

Así fueron los acontecimientos, así fue la Santa Transición que diría Umbral, no existió tiempo para el debate entre «reforma» o «ruptura», la apertura de España a las libertades fue inmediata.

Resulta inútil preguntarse cuál fue el posicionamiento de Umbral en los últimos años del franquismo, si adoptó una posición crítica o de mero espectador. Umbral, desde su literatura, hizo lo que correspondía, Literatura.

Año importante para el escritor. El diario «El País» aparece el 4 de mayo, un martes, en la portada, la editorial: «Ante la reforma», media España lo compró, de inmediato el periódico adquiere notoriedad, llena un vacío informativo en la deseada libertad de prensa. A sus páginas acuden Julián Marías, Ricardo de la Cierva, Tierno Galván, Chueca Goitia, José Luis Aranguren con un periodismo argumentativo y de opinión. Umbral, único columnista, se incorpora pronto, en Los ángeles custodios, 1977, lo cuenta así:

«—Ya ves Umbral, este periódico tan serio, tan grave, con tanta barba, tan objetivo, tan frio, tan imparcial, tan europeo, que estamos haciendo. Bueno, pues yo quiero que me hagas en él todo lo contario, o sea que hables de ti, que seas tú, que cuentes lo que te pasa, lo que te ocurre, o se te ocurre, lo que quieras.

—Pero tío.

—Empezamos mañana.

—Que quiero ir en última, Juan.

—En última te quemas y quemas al personal.

—Que quiero un recuadro, Juan.

—Mañana te lo ponemos

—Que me metas en nómina.

—Eso está hecho».

 

El primer artículo de Umbral en El País, “Camacho, en el Retiro”, se publicó el 8 de junio, sus columnas las tituló “Diario de un snob”.

Librería Editorial Argos A. Barcelona, abril 1976. Tapa dura con sobrecubierta. 194 páginas. 20 × 13 cm.

Cita. Soy la soledad que toca el xilofón para pagar el alquiler. Henry Miller.

Memorias. Intimidades líricas.

 

Primer libro en el que aparece la foto del escritor en portada, una circunstancia que se repetirá en otros doce libros, Umbral como reclamo.

El título es un nuevo homenaje a Baudelaire, príncipe de la contracultura. Los paraísos del francés distan mucho de los paraísos del autor recreados en su imagen, en su edad cuarentona, en su vida.

Algo más que un diario íntimo, un libro de reflexiones melancólicas y de lírica pura, «el hombre sólo se mueve por razones líricas», del estilo de Mortal y rosa; aquí el personaje no es el niño, es un Umbral adivinado adolescente en su pequeña ciudad de niebla —«tú, Valladolid profundo»— y recreado en el sentir de la madurez de los cuarenta añazos. Habla de todo, de su nariz y de su pelo, de su frio, de enfermedades, del dandismo, de Proust, de Nietzsche y Baudelaire, de libros, de su antropoide, de erotismo, de poetas. Umbral se siente poeta y en el libro, de sesenta divisiones no numeradas, introduce ocho poemas en prosa y siete en verso algo que repetirá en 1997 con, Los cuadernos de Luis Vives.

 

Hay un sobrante de oro que ilumina las horas
y un sobrante de tiempo que entristece la vida,
hay una lenta prórroga de la nada en la nada,
por donde vago absorto,
sin autobiografía.
Me he salido del mundo, me he salido
del cielo,
he salido a los campos para tocar lo neutro
y paseo entre los árboles rojos de la mañana
tan desnudo de historia como el mar del otoño.

Mis Paraísos, al igual que Mortal y rosa, arranca con un retrato personal.

 

MI NARIZ es un poco grande, un poco excesiva, y esto me creaba muchos traumas cuando niño. Cuando niños todo nos crea traumas. El niño es un monstruo para sí mismo, y no digamos la niña. Un endriago de pies grandes, cabeza gorda, brazossecos, torso enclenque, granos y póstulas. La naturaleza va superando todo eso como puede y el amasijo, el boceto de hombre llega a ser un contribuyente normal, un señor de gris, un funcionario correcto, no demasiado apolíneo, pero tampoco insoportablemente nauseabundo. Un asco.

La psique, en cambio, tarda más en superar eso. Cuanto tarda el niño en desembarazarse de su imagen interior. Ahora se habla mucho de cuidar la imagen pública. Lo que al niño le perturba en la imagen privada, el cómo se ve así mismo retorcido y luciferino, de chepudito y debilucho. A esto contribuyen las tiitas y otras santas instituciones familiares con sus reproches, insultos, consejos y admoniciones.

—Este niño es feo, este niño va encogido, este niño no va a servir para nada. Es un inútil, un vicioso, un goloso, un torpe, está en pecado mortal y además se mete los dedos en la nariz.

La nariz. Ahí duele. La primera zona erógena del niño no es ninguna de las que Freud creyó descubrir. Freud no sabía una palabra de esto por la sencilla razón de que nunca había sido niño. Nació ya con barba y erudición. Lo que al niño más le gusta es tocarse, hurgarse, es la nariz. La nariz es pecado en la infancia. Luego se queda en una cosa molesta, catarrosa, que hay que ignorar porque es de mal gusto tocársela en público. La nariz, que era pecado mortal, se queda así en un delicado punto de la urbanidad. Pasa con caso todos los pecados mortales.

 

No reeditado.


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