Librería Editorial Argos A. Barcelona, abril 1976. Tapa dura con sobrecubierta. 194 páginas. 20 × 13 cm.
Cita. Soy la soledad que toca el xilofón para pagar el alquiler. Henry Miller.
Memorias. Intimidades líricas.
Primer libro en el que aparece la foto del escritor en portada, una circunstancia que se repetirá en otros doce libros, Umbral como reclamo.
El título es un nuevo homenaje a Baudelaire, príncipe de la contracultura. Los paraísos del francés distan mucho de los paraísos del autor recreados en su imagen, en su edad cuarentona, en su vida.
Algo más que un diario íntimo, un libro de reflexiones melancólicas y de lírica pura, «el hombre sólo se mueve por razones líricas», del estilo de Mortal y rosa; aquí el personaje no es el niño, es un Umbral adivinado adolescente en su pequeña ciudad de niebla —«tú, Valladolid profundo»— y recreado en el sentir de la madurez de los cuarenta añazos. Habla de todo, de su nariz y de su pelo, de su frio, de enfermedades, del dandismo, de Proust, de Nietzsche y Baudelaire, de libros, de su antropoide, de erotismo, de poetas. Umbral se siente poeta y en el libro, de sesenta divisiones no numeradas, introduce ocho poemas en prosa y siete en verso algo que repetirá en 1997 con, Los cuadernos de Luis Vives.
Hay un sobrante de oro que ilumina las horas
y un sobrante de tiempo que entristece la vida,
hay una lenta prórroga de la nada en la nada,
por donde vago absorto,
sin autobiografía.
Me he salido del mundo, me he salido
del cielo,
he salido a los campos para tocar lo neutro
y paseo entre los árboles rojos de la mañana
tan desnudo de historia como el mar del otoño.
Mis Paraísos, al igual que Mortal y rosa, arranca con un retrato personal.
MI NARIZ es un poco grande, un poco excesiva, y esto me creaba muchos traumas cuando niño. Cuando niños todo nos crea traumas. El niño es un monstruo para sí mismo, y no digamos la niña. Un endriago de pies grandes, cabeza gorda, brazossecos, torso enclenque, granos y póstulas. La naturaleza va superando todo eso como puede y el amasijo, el boceto de hombre llega a ser un contribuyente normal, un señor de gris, un funcionario correcto, no demasiado apolíneo, pero tampoco insoportablemente nauseabundo. Un asco.
La psique, en cambio, tarda más en superar eso. Cuanto tarda el niño en desembarazarse de su imagen interior. Ahora se habla mucho de cuidar la imagen pública. Lo que al niño le perturba en la imagen privada, el cómo se ve así mismo retorcido y luciferino, de chepudito y debilucho. A esto contribuyen las tiitas y otras santas instituciones familiares con sus reproches, insultos, consejos y admoniciones.
—Este niño es feo, este niño va encogido, este niño no va a servir para nada. Es un inútil, un vicioso, un goloso, un torpe, está en pecado mortal y además se mete los dedos en la nariz.
La nariz. Ahí duele. La primera zona erógena del niño no es ninguna de las que Freud creyó descubrir. Freud no sabía una palabra de esto por la sencilla razón de que nunca había sido niño. Nació ya con barba y erudición. Lo que al niño más le gusta es tocarse, hurgarse, es la nariz. La nariz es pecado en la infancia. Luego se queda en una cosa molesta, catarrosa, que hay que ignorar porque es de mal gusto tocársela en público. La nariz, que era pecado mortal, se queda así en un delicado punto de la urbanidad. Pasa con caso todos los pecados mortales.
No reeditado.
Deja una respuesta