Ediciones Sedmay A. Madrid, mayo 1976. Rústica tapa blanda 190 páginas. 21 × 15 cm.
Cita. Yo tenía un camarada. Adolfo Hitler.
Recopilación.
Décimo libro en un periodo de siete meses. Un total de 96 artículos de un aparente contenido político, publicados en Colpisa y Hermano Lobo en enero, febrero y marzo de 1976, del estilo de Crónicas post-franquistas. Era el arranque del gobierno de Arias Navarro que poco duró y en donde el futuro inmediato era un enigma, ni siquiera había comenzado la Santa Transición, Adolfo Suárez era un desconocido ministro-secretario general del Movimiento, más bien un secretario general de la olvidada Falange, el libro ni le menciona.
Umbral, desde la ironía, divide el libro en tres secciones, Los buenos, Los feos y Los malos. Fraga es de los buenos, Cristóbal Colón de los feos y Tamames malo. Prescindible.
LOS POLÍTICOS, mis queridos políticos, andan por aquí y por allá, por el país, por este libro hierven en comentarios y marean agujas, van y vienen, entran y salen, crecen, nacen, viven, se reproducen y les cesan.
Ya lo dijo Adolfo Hitler, mirando el crepúsculo de las ideologías liberales y la decadencia de occidente, del brazo de Splenger, a través de la puerta de Brandenburgo:
—Yo tenía un camarada.
Y luego se enjugaba una furtiva lágrima con el revés de la gorra de la visera. Los políticos siempre tienen un camarada. El camarada de Hitler era Splengler.
El camarada de Girón cayó en el Alto de los Leones. Pero ni Hitler ni Spengler estuvieron nunca en el Alto de los Leones. Eran dos intelectuales vendidos al oro del Rhin. Donde sí suele vérselos algunas tardes, vendidos a otro oro, es en los cócteles políticos de Madrid, en las conferencias del Club Siglo xxi y en los almuerzos de varios tenedores y una espumadera para espumar ideas heroicas. La espuma de los días que diría Boris Vian —un starlette del revival literario—, es lo que recoge este libro, con su pululación de hítleres y spengleres nacionales, con su Oswald y su Adolfito de cada día, muy puestos de tervilor aperturista.
Van en el apartado que llamo “Los buenos”. En otro apartado que llamo “Los feos”, va la gente miscelánea de la prensa, el destape, la vida, la calle, la intendencia y la infantería intelectual. Finalmente, en el apartado “Los malos” van los realmente malos, la oposición más o menos organizada, plataformada, arrejuntada, rupturista, democrática, obrera, convergente, coordinante y carcelaria. Hay de todo.
El país, como los buenos westerns, se divide en buenos, feos y malos. Bueno es Fernández de la Mora, un suponer. Feo es el director de la revista política, sobre todo después de que le han afeado unos espontáneos que practican de esteticien fuera de horas. Y malo es Tamames o es Camacho o es Maroto o es Tierno o es la leche. Con estos útiles ejemplos y estas prácticas explicaciones, ya puedes, curioso y desocupado lector, sumirte en la lectura de este libro, que es libro de horas, compendio de una hora de España —ésta—, crónica de un país que ha tanto años que se viene abajo, por culpa del clásico y, sobre todo, por culpa de los legitimistas con cotización en Bolsa.
Para mañana mismo puede ser un sensurround. Esto no dura. Que se lo digo yo a usted. Hemos llegado a una situación insostenible. Que son —¡ay!— las más se sostienen.
No reeditado.
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