Ediciones Sedmay S.A. Madrid, enero 1977. Rústica. Tapa blanda de editorial 149 páginas. 21 × 15 cm.
Narrativa.
La joven informal de pelo rizo, gafas y vaqueros que aparece en la portada de Carta abierta a una chica progre se fusiona con la chica ultra, en la portada resulta una casi rubia, pelín cursi (lo cursi abriga), sentada en la playa con largo vestido rosa y mirada soñadora. En 1975 escribió una columna titulada «Carta abierta a una chica retro», afortunadamente no se le ocurrió un libro sobre la retro.
Escrito en octubre de 1976. Dos capítulos. Capítulo I, transcripción de Carta abierta a una chica progre, de 1973. Capítulo II, «Carta abierta a una chica ultra». La ultra, en inevitable comparación, pierde. Umbral lo explica,
YO ESCRIBÍ un día, hace unos años, una carta abierta a una chica progre, por encargo de una editorial, y la cosa no quedó mal, porque en este oficio lo que mejor queda son los encargos, y después de tanta mitificación racionalista sobre la inspiración, el estilo, la disciplina o la técnica, lo que mejor va para escribir es el encargo, u buen encargo o un mediano encargo, algo que de pronto le hace a uno ponerse a escribir porque hay que entregarlo, pero que uno lo escribiría ya de todos los modos, aunque no hubiera que entregarlo, porque el tema le ha entrado a uno o uno ha entrado en el tema.
[…] Escribí de encargo aquella carta, y por eso quedó bien, en una época de soledad y enfermedades, de angustia sin salida y ropa sin lavar. Se vendió bastante bien el libro y en general gustó, lo que quiere decir que cada lector o lectora vio en él lo que quería ver, pues la ciencia del libro es como la de la luna pálida cristañola y no mucho más: que la gente se vea bien en lo que lee. Entonces les gusta el espejo y se llevan la cristañola.
Ahora, a aquella carta progre adjunto esta carta de la ultra, para que vayan ambas en un mismo libro, que titularé Las Cartas, y para que de algún modo se complete y complemente el tema. Me parece que en la carta precedente, en la carta de la progre, queda claro que una mujer, en España, tiene que darle muchas vueltas a las cosas para conseguir un poco de libertad, de autenticidad, de soledad, o de compañía. Pero ocurre que hay otras españolas que no quieren, no saben o no pueden hacer nada de eso, sino que prefieren seguir la corriente de los ríos que van a dar al mar, que es el morir, y se dejan llevar, y por fidelidad a unos principios o a unos finales, llegan un día a los treinta años sin haber hecho otra cisa que repetir el viejo esquema familiar, social, y entonces tiene que asumir su propia vida, y se radicalizan en sus posiciones ultras, que es lo que nos pasa a todos, de un lado o de otro, de un sexo o de otro.
[…] La mujer española de derechas no ha aprendido, poque no la han enseñado, a renunciar a la autoimagen, a no tener una imagen; incluso a irse haciendo cada día, sabiendo que la vida es proyecto, que la individualización sobreviene tarde.
Progresista, evolucionada, emancipada, es la que sabe esto y lo pone en práctica, o lo sabe por haberlo puesto en práctica, Ultra, conservadora, reaccionaria, señorita de derechas es la que, en lugar de ir progresivamente desbrozando su imagen hacia el futuro, vive adherida la pérdida de imagen del pasado, de la niña que fue o la mujer que soñó de niña, adolescente. Ser de izquierdas es irse haciendo día a día, hacia adelante, y ser de derechas es responder siempre, a un modelo pretérito fijado de antemano. A la mujer en España —y más a la mujer de tu clase— se le da desde muy pronto una imagen de sí misma (impersonal por otra parte) que es la que ha de ir realizando a lo largo de toda su vida. De ahí viene la falta de espontaneidad. Porque no se trata de rellenar un modelo, sino de inventarse, viviendo, a uno mismo.
No reeditado.
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