Espasa-Calpe S.A. Madrid, noviembre Tapa dura con sobrecubierta. 264 páginas. Gran formato 32 × 24 cm.
Cita. Una ciudad es un mundo si se ama a uno de sus habitantes. Lawrence Durrell.
Ensayo.
Umbral y Alfredo o Alfredo y Umbral, da igual. Las ilustraciones de Alfredo, un asturiano de Aller, aparecieron en cada una de las letras del Diccionario para pobres de 1977, a Umbral, acostumbrado desde su etapa en El Norte de Castilla a comentar pies de foto y dibujos, le debieron agradar e invita a Alfredo —o al revés— a un libro distinto, convencen a Espasa y se publica, o al revés.
El poeta Pepe Hierro, en la presentación del libro, explicó, «Tanto Alfredo como Umbral no han hecho con este libro una guía de Madrid, sino que se han proyectado hacia el futuro para poder observar el Madrid actual. Por eso son visiones reales, pero imposibles, tal como aparecen en la arbitrariedad de los recuerdos. Alfredo es un artista infiel a las apariencias, pero fiel a las esencias y con un enorme sentido moralista que le hace coincidir con Umbral. Y Umbral, nos habla de un Madrid de prerrecuerdos, a través de grupos humanos, no seres individualizados; un Madrid de puertas afuera, porque de puertas adentro lo dejó de ver el día en que llegó al café Gijón.»
El libro es un recorrido ilustrado por todos los Madrid posibles, por el Metro, por los toros, por la ciudad canalla de la bóveda gótica del Viaducto, la estraperlista del Rastro, la currante de Legazpi, la luchadora de Vallecas, también es un viaje soñado por la ciudad imaginada, la nuestra.
PARTIENDO del cogollo del meollo del bollo, de este Madrid que llevamos dentro y que dentro de él nos lleva y nos trae, Alfredo y yo hemos recorrido los circulares e irregulares caminos de la rosa sucia y eterna que es nuestra ciudad, rosa tallada de piedra blanda de Colmenar, rosa monárquica de Aranjuez, rosa socialista y municipal de los barrios periféricos. Rosa de la Historia.
Desde el Madrid de siempre más viejo que eterno, pero con una vejez que va durando una eternidad, hemos partido hacia el mito baudelariano de la gran ciudad, algo así como a la búsqueda de los misterios de Madrid, misterios más líricos quecriminosos, pues no somos investigadores de causas, sí peatones de la casualidad, paletos madrileños deslumbrados ante el relumbrón de Madrid.
La floresta madrileña, los parques de Madrid, entre cartesianos y roussonianos, entre salvajes y canovistas, y un alto Chamberí, que nos ha llevado mucho tiempo y poco espacio, porque quizá no es lo más madrileño del Madrid no madriñelista: de un Madrid de clase media que tiene poco que ver con Arniches y sólo un poco con Miguel Mihura.
Y de ahí, a donde la ciudad pierde su nombre, barrios de la periferia, cinturones industriales, cinturones de inmigrantes, cinturones de miseria, cinturones agrícolas y cinturón de un pardillo de las afueras que se lo ha soltado para bajarse el pantalón, debajo de un árbol y hacer una necesidad en una esquina discreta del mapa de Texeira.
Finalmente, las puertas, las puertas de Madrid, puertas del tiempo, Alcalá, Puerta de Hierro, Puerta de Toledo, más las que nos faltan a nosotros y le faltan a Madrid. Puertas al tiempo, llave de los campos, que hubiera dicho André Breton con los cuatro puntos cardinales reducidos a tres, que Madrid es así de anticopernicano, antikepleriano y antimás.
Alfredo es un Durero underground que dibuja las ciudades como Van Gogh pintaba campos: en movimiento, en rotación, dando a la piedra una urgencia que es ya como la desintegración del átomo, la liberación rotatoria de la energía que hay en la masa. Alfredo es un demasié dibujando ciudades (se tiene hechas varias), y con la paciencia de su impaciente mano y la imaginación de su cabeza/cabezota, hace de una ciudad un ser muy vivo, y ha hecho de Madrid una persona. Madrid señor, Madrid canalla, Madrid estraperlista, navajero, poeta lírico, Madrid pasota y unidemensional, Madrid/Madrid/Madrid, con el clavel en la solapa vuelta para afuera de un brote de sangre que le ha salido al último visitado por la parabellum madrileña o la delincuencia incontrolada. Un Madrid crítico y mágico, consciente de sus pecados sociales, antisociales, un Madrid lírico y gótico (cosa que no es Madrid), se ha inventado Alfredo, porque las ciudades, aunque sean de piedra, para que existan hay que inventarlas.
Uno, por lo que valga, se ha limitado a meterle un poco de marcha literaria y rollo a este álbum de Madrid, soñado y verdadero, imaginado y venidero, como sujetándole la escalera de la prosa a este prodigioso pintor para que no se caiga mientras pinta. Así le ha salido y nos ha salido este Madrid nuestro que somos nosotros.
No reeditado.
Deja una respuesta