1981

Cuatro libros uno de ellos de poesía, el único publicado por Umbral en este género; en los cuatro predomina el sexo, «último reducto de libertad».

23 F. Intento de golpe de estado en el Congreso de los Diputados, el coronel Tejero, pistola en mano, «¡Quieto todo el mundo!»; «¡Se sienten coño!». Concluye la Santa Transición.

Editorial Destino S.L. Barcelona, mayo 1981. Colección Áncora y Delfín nº 553. Rústica tapa blanda con solapa 267 páginas. 21 × 14

Cita. La luna es el sol de los muertos. Jean Cocteau.

Diario.

 

La colección Áncora y Delfín había cambiado de diseño y formato poco antes, adiós a la tipografía clásica de tapa

dura con sobrecubierta, desde entonces, modernidad, una más, nuevos tiempos. En portada, además de un Umbral sobredimensionado, el dibujo, quizás. del rostro de Carmen Diez de Rivera.

Las mil y una noches de Umbral. Diario íntimo, sentimental, noctámbulo o

«noctuario madrileño», que transcurre de marzo a diciembre de 1980. También es un libro diverso, comentarios literarios incluidos, Quevedo, Proust y Ramón, mucho Ramón.

El noctuario, insomne y monocorde, avanza cansado de todo en un Madrid muy vivido, zoco nocturno. Literatura, amores difíciles y libres, arte, cenas, política, lecturas, brazos rotos, Sisitas, Cármenes, Ramoncín y … transición, tedio, arcángeles y otros «ángeles custodios» que no son policías, sino las mujeres inventadas o reales de las noches de Umbral. Al final, Mozart, la obsesiva Mozart

«tu pelo es un incendio de estrellas forestales», la niña Mozart, más tarde será

«Rimbaud», en un azul/Chagall coronado de porros. Y celos, muchos celos.

La solapa —sin duda un comentario del autor— dice,

 

«Los ángeles custodios es libro que, como casi todos los de Umbral, habría que definir mediante un género nuevo o dejar fuera de toda definición. Con neologismo muy umbraliano, digamos que aquí se hace, más que Diario íntimo, Noctuario íntimo, ya que el escritor ha ido escribiendo noche a noche, profundizando en su noche y en las noches de su ciudad —Madrid—, de donde resulta una vasta crónica nocturna en los dos sentidos de este género literario que toma su nombre del tiempo mismo, de Cronos: el tiempo general, actual, histórico, con nombres y apellidos, y el tiempo interior del escritor, quien, renunciando a la temporalidad convencional y determinista de la novela (que tanto odiaba Bretón), deja que su libro, su larga y profunda purga confesional y nocturna, la estructure el tiempo mismo, el tiempo de los relojes y los calendarios. De los Duques de Alba a la clandestinidad/legalidad comunista, de Quevedo a los travestís, de las muchachas rojas a los ángeles custodios (mujeres de la noche del escritor), todo va pasando, en vela, por este Diario/Noctuario».

 

En mayo, Noche 28/29, nos presenta a Mozart,

 

LO QUE pasa con Mozart es que no tiene senos. Es una muchacha sin senos: Su pecho es como el pecho de un hombre que fuese una mujer, de un adolescente que fuese una adolescente. En la generación femenina de Mozart, que es la que ahora tiene veinte años, hay dos pechos de menos.

Mucho he buscado los senos de la niña, he mirado a ver dentro de los armarios, en sus blusas de moaré de la abuela, en sus sueters del Rastro, en sus túnicas de una fiesta antigua, colgadas de las duras perchas de la soledad. Nada, no están los senos, no se los ha dejado olvidados en ningún vestido. Los sujetadores, que sería lo más propio, ni siquiera los miro, porque no usa, para qué. Hay dos huecos delicados y bellos, los que corresponden a sus senos ausentes, en el tronco del árbol de la noche.

—¿Me dejo algo? —dice al salir.

—Los senos.

Es como la que se deja siempre los guantes.

A lo mejor un día olvidó los senos en el fondo de un taxi y no se los han devuelto, aunque los taxistas son muy honrados.

—¿Has preguntado en la oficina de objetos perdidos?

—Si te traumatizan tanto unas tetas, vete a ver el ciclo de Marylin a la Filmoteca Nacional —me dice.

Me gusta que no tenga senos, pero me gusta buscarlos. Una muchacha sin senos es un bello canto a la gratuidad, porque queda claro que ahí la especie no ha querido prevenir nada, nutrir a nadie.

“Era tan hermosa que no sabía hablar”, dijo el chileno Vicente Huidobro.

—Te advierto que yo hablo cantidad.

—Sí, eres muy narrativa.

—Por cierto, a ver si me traes bibliografía de Huidobro. Pero prefiere a Garcilaso, lo sé.

—Prefieres a Garcilaso.

—Vete a la mierda.

He buscado los senos en las carboneras del patio, porque las que se asoman en combinación a tender la ropa en las ventanas interiores, a veces pierden un seno sin darse cuenta, o una media que se suelta de la pinza, y luego la portera lo barre todo, ya sin luz, hacia las carboneras, entre las madejas de polvo, hilachas de tiempo y preservativos.

Afortunadamente, no están en las carboneras.

—Olvídate de eso ya, por favor.

Hay dos huecos de mujer en el tiempo que pasa. Hay dos suaves colinas inversas, dos cálidas colinas de vacío en la relatividad de la luz.

—¿Y tus pechos?

—No seas ordinario.

El músico arreglista del piso de arriba toca al piano óperas con grandes tetas, esas tetas levantadas, unidas y retóricas de la soprano.

He mirado también en los espejos. Cuando Mozart pasea desnuda por los espejos, dejando velos de la música del disco que tiene puesto por toda la casa, el bisel del espejo parece que quiere guillotinarle los pechos, como aquella santa, no recuerdo cual, que aparece con los dos pechos en la bandeja:

—La pintura religiosa es una obscenidad —digo.

Pero el proyecto de ensayismo verbal/pictórico no cuaja. Ella lee los viejos libros infantiles de Guillermo, o un Asterix que ha subido esta mañana del quiosco, y yo salgo y entro en los espejos, les palpo como si fuera un preso palpando las paredes de la celda, ver si les encuentro unos senos de luna pulida. Sería una gran desgracia que a Mozart le crecieran unos grandes senos de revista ilustrada, de película porno, de póster para soldados, de carlinga de camionero, mas no por eso dejo de buscar, de meter y sacar mis manos de los agujeros, como copas de champán, que tiene en lugar de senos: A veces pruebo a meterle la mano por sorpresa, por el escote, en un café, a ver si le cazo un pecho.

—Qué haces. Nos están mirando.

 

No reeditado


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