Ediciones Grijalbo S.A. Barcelona, marzo 1983. Colección Narrativa 80 nº 4. Rústica con so255 páginas. 20 × 13 cm.
Dedicatoria. A las púberes canéforas de la acracia, que me han ofrendado cada noche el acanto de una palabra nueva, espuria y perfumada.
Cita. La palabra no es una etimología sino un puro milagro. Ramón G. de la Serna.
Diccionario.
Umbral lingüista. Umbral filólogo. Umbral ácrata. El diccionario es algo más que una ocurrencia o un mero encargo, que quizás lo fue. Un Umbral maduro de cincuenta y un tacos («tacos» no aparece en el diccionario) demuestra intuición del ambiente joven, suburbano y algo tirado de entonces y un interés que va más allá de la curiosidad por una jerga que ahora es de todos. Quizás Lutecia/Leticia, Mozart o Rimbaud ayudaron a ello.
El diccionario, más serio de lo que parece, sigue el orden alfabético de letra a letra para un total de 118 palabras, cada letra comienza con una cita literaria. Las definiciones, algunas extensas, son personales, Umbral se lo marca guapo y traslada su idea de la ciudad, de una ciudad marchosa, marginal y pelín anárquica; de vez en cuando, para mayor concreción reproduce recortes de prensa o columnas de su Spleen de Madrid.
Abrirse, buga, camello, colgado, china, demasié, estrecha, guapa, has, legal, maría, miusic, mogollón, muermo, ostraspedrín, pasota, pela, pomada, reinona, zumbado; estas y otras son palabras cheli. No está mal.
Cuando el propio nombre se pone a brillar como un pseudónimo, puede considerarse que uno ha llegado. Y es el momento de escribir un diccionario, mayormente por aparentar que uno no tiene los conocimientos dispersos, perdidos, desabrochados, que es como los tenemos todos. Por darles, ya que no otra, la sencilla coherencia del orden alfabético.
Diccionarios no he consultado nunca ninguno. El de la Academia no lo he visto jamás. En una papeleta de este libro pongo un ejemplo de lo que es el Espasa: pendón: insignia cargada de historia, batallas y nobleza (dos apretadas columnas). Pendonear: putear. Así, más o menos, sin transición. No han pagado a nadie para que explique la in tangibilidad de la cosa y la degradación de la palabra.
Visto que se hacen así los diccionarios, empiezo y termino los míos por uno muy modesto, este diccionario cheli ya que se puede empezar a escribir por cualquier parte y de cualquier cosa, como han observado Sartre/Hemingway y otros. La escritura tiene leyes propias y tan poderosas que ya nos llevará adonde ella quiera y deba.
Uno, por otra parte, siempre ha preferido entrarle a los grandes temas por un costado, a traición. El Sistema obliga a un sistema. El ensayo no compromete a nada. Lo que aquí salga sobre el castellano todo, será casual/causal, ya que ese regato suburbano del cheli se mueve dentro de sus leyes y de las leyes poéticas generales. Sólo hablamos poéticamente.
Dedico el libro a las «púberes canéforas de la acracia» porque el cheli es un lenguaje verbal, no escrito, o apenas, como los mensajes de Sócrates y Cristo. Y porque uno siempre habla más con las mujeres, o las escucha más, aunque, como también digo en este libro, el cheli es un argot casto. El cheli es un argot casto porque es una empalizada de palabras, un sistema de señales (el verdadero dialecto de la juventud es la música), una jerga guerrera, ofensiva/defensiva, creada y utilizada por la generación marginal que se enfrenta a la ciudad adulta y metropolitana desde fuera o desde dentro: rebeldía de clase o rebeldía familiar.
Cheli. Dialecto juvenil español e individuo que lo usa. Aquí es estudiado el cheli (como lo sería cualquier otro dialecto/idioma) igual que si fuese una creación literaria colectiva, que es como debe entenderse una lengua. Consecuencia de este descuidado estudio es, no tanto delimitar una juventud y su lenguaje, separadamente, sino dejar que el lenguaje explique esa juventud, como un árbol explica la fruta y como la matemática toda explica, por ejemplo, el siete
Tomado el cheli, que es el objeto de este diccionario, como creación literaria completa (y colectiva), resulta, sí, un sistema tan cerrado como el más cerrado objeto barroco, y me gusta invocar éste de don Eugenio D’Ors:
Hoy la luna persiste y se viste
de un oro que el día le envía;
alba equívoca, yo no dría
Cuanto tiene su gracia de triste.
Mi alma hace un alto en el salto
Que proyectan, esquivos, los olivos,
desde el gris de unos vagos olivos,
sobre el cielo del tenue cobalto.
Y duele pasar sin saber
el secreto que, en hora indecisa,
dice, caso con risa, la brisa:
ágil brisa del amanecer,
no despiertas ni dejas dormir,
no consientes soñar ni vivir.
El soneto se titula «Amanecer desde el tren» y lo traigo como máximo ejemplo de creación verbal deliberada, sistematizada, nada espontanea, irracional ni inocente. Así creo que, en buena medida, se fabrica un dialecto, y por eso los hallazgos espontáneos, «inexplicables», resultan en él tanto más fascinantes.
Umbral. Francisco. Autor de este diccionario. El escribir un diccionario cheli no implica fe ciega en el cheli, ni siquiera fe alguna en los diccionarios. Dice Sartre:
«Basta con describirse para ser nuevo.» O sea, que se puede (y se debe) partir de cualquier cosa.
Está más en la somatización literaria de uno entrarle a los temas literariamente, por lo que esto tiene de humildad y de ironía. Sólo se puede resultar irónico manejando con alguna fluidez la humildad.
No se sentiría uno capaz, en fin, de acometer otra clase de diccionario, tanto por falta de fe, ya declarada, en los diccionarios, como por falta de fe en uno mismo. Y, de otro lado, siempre ha pensado uno que los temas y los estudios hay que asaltarlos a traición, por la espalada. (Se dice en alguna papeleta de este libro que toda escritura literaria, marginal, lírica o humorística, es una escritura a traición, una escritura de mala fe.) La literatura es una escritura de mala fe porque siempre juega a sorprender al lector, en la peripecia y el lenguaje, y esta sorpresa es la literatura misma. El discurso racional, frontal, no literario, es siempre previsible por un lector atento. Literatura es el discurso imprevisible.
No reeditado.
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