1984

Dos libros, el primero un clásico, el segundo una recopilación más que interesante. Tras la pausa de 1983 Umbral vuelve a su novela que es él. Umbral lo explica y lo explica bien.

Editorial Planeta S.A. Barcelona, abril 1984. Colección Narrativa. Rústica tapa blanda con 337 páginas. 20 × 13 cm.

Citas. En un Madrid aburrido, brillante y hambriento. Valle-Inclán.

La vida es una lectura del yo. Michelet.

Toda nostalgia es un fervor decaído. André Gide.

Memorias.

 

La portada repite la de Spleen de Madrid 2. Mariblanca, Venus, protagonista.

Memorias sinceras del Umbral escritor. Madrid telón de fondo.

La presentación del libro en el Casino de Madrid el 20 de febrero fue un acontecimiento, en la mesa, acompañándole: el abogado José María Stampa, el dibujante Máximo, José Luis López Aranguren, María Asquerino, trasnochatriz, Areilza, Fernández Ordóñez, «el más literato de los políticos españoles», Francisco Rabal, «golfo entrañable que me ha quitado muchas novias», Vázquez Montalbán, «hermano catalán distante y no ignorado» y Francisco Yndurain, «maestro que me invitaba a hablar sobre mi obra cuando yo no tenía obra».

El Madrid de los 60/70 protagoniza el libro. El título Trilogía puede obedecer a los tres capítulos del libro, «Los tranvías», «Los alucinados» y «Los cuerpos gloriosos», los dos últimos serán títulos de libros posteriores; los capítulos, en poco, en nada, se diferencian, quizás el tercero, ambientado en la Santa Transición, habla más de la farándula y de los políticos.

Trilogía de Madrid es considerado por muchos como de los mejores de Umbral, «Memorias literarias», lo llama. Transcurren desde su llegada a Madrid «en un autocar gris y mareado» hasta el momento de su publicación. Escritura ágil y torrencial por lo que el libro, aunque extenso —el más extenso de todos— se lee bien. Umbral cuenta lo de siempre, las pensiones cutres de sus inicios, su nueva vida —un ir y venir entre redacciones—, las comidas en las tabernonas de fritangas, su deambular, sus ligues —María del Té y otras—, pero Umbral ante todo hace literatura y habla de literatura, de su visión de la literatura, de la novela-metáfora y de sus preferencias que ya conocemos, Valle, Quevedo, Lorca, Guillén, JRJ, Cela, D’Ors, Delibes, también otros, y de sus desprecios, entre estos Galdós, «Tristana tenía una borriquita» y, como no, don Pío, mitos a los que ignora. Salen todos, los del 98, los del 27, los del 36, todos, y todos con mejor o peor suerte, con semblanzas y líneas memorables. Borges, el cínico burlón, con Cansinos como referencia, queda en empate.

Siempre la ciudad, Madrid y sus calles, Alcalá, Gran Vía, «perfumada de puta y Guadarrama» y sus barrios, los Carabancheles, La Latina, Vallecas, El Rastro, Mercado de Legazpi, Argüelles, Ibiza/Doctor Esquerdo, el Viaducto, el Arroyo del Abroñigal, un lugar gitano con atardeceres «rojo campari» en donde conoce a la niña Envidita a la que, muerta y enterrada, desentierra.

Menos lirismo que en otros libros. Muy bueno.

 

Prólogo

Puente de los Franceses, puente de los Franceses, ya nadie pasa, ya nadie pasa, ay Carmela, ay Carmela, y bajo el puente de los Franceses pasaba ahora, Madrid, sesenta, el agua esquelética del río, la mierda de la sierra, el oro del Club de Campo, el Club de Golf, el Hipódromo y otros clubes, el oro como mierda repartida, la mierda como acuñado oro madrileño, ay Carmela, ay Carmela, y venía un verano de ribera quemada, las riberas de nada, porque agua no venía, servidumbres de El Pardo, el rebeco locuaz y silencioso, muerto a telerrifle, noticia de “interés humano” para los periódicos de la tarde, la sangre del rebeco, una sangre inocente y no visible, río abajo, qué coños de río, ay Carmela, ay Carmela, pies perdidos y sueltos de productor con la baja, alpargatas en vacaciones de verano, solas como dos lanchas en la orilla, y las ratas de río, tranquilas gordas, feas, impresentables, y los gatos hermosos y tiñosos (la tiña los hacía más tigres, un poco tigres, les atigraba la tiña), matando ratas con garra justiciera dulce y mínima, y un muerto de feria bebiéndose la botella del último San Antonio, ya idos los carruseles, la máquina de probar la fuerza y esa noria gigante que mareaba el cielo y mi cabeza mareada de escritor novel sin cuatro duros, ay Carmela, ay Carmela, cómo he venido aquí, cómo llegué hasta allí, hasta aquella bajura, éstas son mis memorias de escritor novel, Madrid de los últimos tranvías, un siglo de tranvías muriendo como esquifes en la altamar del hormigón, allá, por allá arriba, donde el asfalto municipal y espeso se recalentaba, se reblandecía y era un mar de los Sargazos madrileño, lleno de grumos, un mar de los Sargazos con meloneros, heladeros, putas y gitanos payos, o sea quinquis, ay Carmela, ay Carmela.

El Parque Sindical, mandando luz de pobres, cansancio, cobre falso, vacaciones letales, entre el légamo verde que habían orinado, distinguidas, allá, muy más arriba, las señoritas bien del Club de Campo, las niñas de Serrano, las esbeltas mujeres que orinaban chanel número impar, tras hacer unos cuantos agujeros en el golf, a la orilla de un río sin agua, niños fluviales en seco, quemaban la maleza por sentirse incendiarios, despertaban en su cuerpo párvulo un revolucionario cruzado de cherokee de la tele, y más abajo, un poco más abajo, mucho más abajo, unas madres lavaban, aldeanas, los pecados del mundo y la ropa de toda la semana, y más abajo, aún, los pescadores del Puente de Segovia, como rentistas falsos que embozaban el ocio con la caña, o lo hacían más ostensible, pescaban un pez de estroncio/90 en la represa fluvial del señor alcalde.

Allá arriba, de pronto, de tarde en tarde, como rumor de la ciudad, a cuya espalda estábamos condenados, como el niño de espaldas a la clase y las ventanas, el rumor del tranvía de la Florida, ráfaga roja o amarilla, rojo de toro, amarillo juan ramoniano, brochazo de luz y velocidad, dando una vuelta como de violín en la glorieta de entrada al puente, arrepintiéndose de su aventura y lejanía, volviendo a la ciudad, al centro, a los viejos trayectos acerados, gritones, delgadísimos. El rumor de tranvía (como los tranvías del cielo, desde allá abajo) peinaba mi cabeza de veintitantos años, escritor novel, ya digo, como un peine que la madre madrastra, la ciudad, marimacho de las uñas sucias, como de otra ciudad dijera el ya citado JRJ, pasaba por la braña revuelta de mis ideas o mi falta de ideas, artículos, lecturas, libros, colaboraciones, cosas, algo hay que hacer, coño, algo hay que hacer.

 

Última edición. Círculo de Lectores S.A. Barcelona, octubre 1984.


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