1984

Dos libros, el primero un clásico, el segundo una recopilación más que interesante. Tras la pausa de 1983 Umbral vuelve a su novela que es él. Umbral lo explica y lo explica bien.

Ediciones Libertarias. Madrid, septiembre Colección Pluma Rota. Rústica tapa blanda. 253 páginas. 20 × 13 cm.

Dibujo de portada de Otero Besteiro. Dedicatoria. A Eduardo Haro-Tecglen, maestro. Cita. España es un sabor. Enrique Azcoaga.

Recopilación.

 

Artículos sobre política, sociedad y literatura publicados en «Triunfo» en 1981 y 1982 en donde Haro-Tecglen, maestro, era subdirector. Umbral los ordena con algo de coherencia y publica un libro heterogéneo. Son cuatro capítulos:

  1. De Quevedo a Eugenio D’Ors. 2. La mujer y sus falansterios. 3. Intermedio barroco. 4. España como encuentro.

No es una recopilación más, es un libro con pretensiones, los artículos de «Triunfo» son excelentes, en especial el de Quevedo, en el Intermedio barroco, Umbral desborda erudición y dice, «Quevedo es uno de los primeros hombres modernos de Europa, un Voltaire, aunque haya quedado políticamente como un conservador. Lo que hay en el Quevedo intimista —contemporáneo de los metafísicos ingleses sin saberlo, y superior a casi todos ellos—, es una progresiva negación existencial: “Soy un fue y un será y un es cansado”. El cansancio del ser y el cansancio de ser. Existencialismo. La enmienda a la totalidad del Universo que hace Quevedo en su última época, ya no es crítica de costumbres o políticas. Es el moderno rubor de existir que expresa Cioran cuando dice que “el hombre es impresentable”. Haber sentido y expresado eso en el siglo xvii supone haber sido el primer hombre moderno de Europa. Mucho más que Cervantes, por supuesto. Cervantes sueña con la áurea mediocridad de Horacio. Quevedo es Voltaire un siglo antes de Voltaire y sin tener ninguna revolución por delante. Borges se lamenta de la falta de universalidad de Quevedo en las antologías. Yo, no. Tenemos para eso a Cervantes, mucho más presentable. Quevedo es impresentable».

La misma sabiduría literaria demuestra Umbral al hablar de Calderón,

«Calderón, como todos los clásicos teatrales, no es sino ripio y encaje antiguo. Calderón es la misa solemne del teatro español. Calderón es el honor y la honra, el auto sacramental. Reinaba en los corrales de comedia por su arrimamiento a la Corte y por muerte de los otros monstruos del Siglo de Oro. Ya no nos gusta Calderón, si es que alguna vez. No creemos en Calderón ni creía él tampoco. Los clásicos no creían en sí mismos. Escribían para quedar o medrar. Los libros teológicos y latinizantes de Quevedo, no son sólo malos, sino falsos. La verdad de Quevedo está en el esperpento. La verdad de Lope, no en su artificiosa solución monárquica, pura simonía, sino en sus comedias de capa y espada, donde se burla de todo y contradice su teatro serio (más en su lírica, donde se confiesa). La verdad de Calderón, no está en el auto sacramental, sino en el juguete. Todos escribieron solemne, eclesiástico, grave, imperial, inquisitorial, por miedo, venalidad, halago o aire de los tiempos, pero todos, como eran grandes, necesitaron el juguete, la comedia menor, la llana cultura para desdecirse y confesarse, para burlar lo que habían mentido».

El Umbral docto y sabio también existe.

Una curiosidad, este libro lo publica en Ediciones Libertarias, en El día que violé a Alma Mahler, Teófilo, un personaje, vende al narrador una cabra que se llama Alma Mahler en el siguiente diálogo:

—Entre lo que tengo que pasar a mi mujer, lo de la hipoteca del piso, lo de la hipoteca del coche, coñac Torres y chicas trinconas no me vendrían mal cinco verdorones, hasta que cobre en Ediciones Libertarias.

—No vas a cobrar nunca.

—Por eso.

 

 

ESPAÑA como invento. España es una cosa inventada. ¿Forzada? Quizá. Como todas las nacionalidades. Tan español resulta creer en una España inmanente y fundamentalista como, empeñarse/empreñarse en que sólo España es un invento, un machihembrado ilegítimo, en tanto que las otras nacionalidades históricas europeas resultan irreprochables. Da lo mismo ser fanático de aquí que fanático de allá. De lo que hay que salvarse es del fanatismo.

Toda nación es un invento jurídico legítimo a partir de la ilegitimidad originaria de la cartografía e incluso del planetario. Si está sin justificar el Universo (que ni siquiera sé si se merece esta mayúscula), ¿cómo va a estar justificado un pequeño país?

España es un sabor para mi amigo el escritor Enrique Azcoaga. Realmente, sólo podemos tener una noción sensual, sensitiva, de las más altas realidades/ irrealidades ideológicas. Los conceptos “Patria, Muerte”, o encarnan en algo, en alguien, o se desconceptúan. La idea de patria como la idea de Dios.

Y la idea de madre aguanta porque, más que una idea, es una pura y plena relación sensorial. España es un sabor, como la madre. Como la amante, como la novia. Las ideas van muriendo por insípidas. A la guerra del 14 hubo que ponerle el sabor ácido y femenino de Lili Marlen.

“El hombre sólo tiene proyectos líricos”, dijo Ortega. O sea, que no tiene proyectos, sino sensaciones. A propósito de esto, Quevedo fracasa cuando trata de desposeer su prosa y su pensamiento de sensaciones y sensualidades, siquiera sean gramaticales: la España defendida.

Eugenio d’Ors, en nuestros días, cuida de no dejar nunca una categoría descolgada de su anécdota, una idea descolgada de su perfume, una forma que vuela desarraigada de otra forma que pesa. ¿Qué le falla/falta a la grandeza española de dos siglos? ¿La categoría o la anécdota? España, del XVII para acá, es la anécdota rebelándose contra la categoría, clavando a las categorías su aguijón caliente, estival y popular.

Ya que aquí no se hacen revoluciones, asistimos cada día a la revolución de la anécdota contra la categoría, a la revelación de que todo es anecdotario, efemérides tautología. Proust nos puso a caldo. Y Unamuno le responde: “Que inventen ellos”. A nosotros nos basta con haber inventado España. De eso vivimos y cobramos.

España como invento, en fin. Calderón inventando una España que es formidable espantosa máquina de Dios, en la que no cree, como se ve por su teatro/otro (que, mucho más que un divertimento, es un autopsicoanálisis). El Greco, haciendo pintura católica con técnicas bizantinas y modelos que eran las mozas que le gustaban en Toledo. Pero el invento funciona.

España como invento/España como encuentro. Hay que encontrar España, la que haya, mucha o poca, mejor que inventarla. Lo español —como lo francés o lo comanche— quizá sea, según dijo Rosalía de Castro, a otros efectos, “una cosa que vive y que no se ve”. O que quizá sólo se vea viviéndola. Esto está más en razón con todas las filosofías postmodernas, abiertas, voluntariamente precarias, sobre la vida.

Decía el ya citado Marcuse qué “el hombre se reconoce en sus objetos”. Quizá España se reconoce en sus hombres. Seamos españoles y basta. Pero sin demasiada españolidad. Leámonos unos a otros o leamos en nuestros libros. España es hoy una España de rockeros y colceños, antes que una España de autonomías. La anécdota, una vez más, punzando a la categoría. Reventándola. Y es que, como dijo el otro, “los hechos son muy testarudos”.

¿Cataluña es España? De momento, no tengo más respuesta que la que aquí se da:

Qué bonita es Barcelona,
perla del Mediterráneo…

Revival Topolino

 

¿Castilla es España? Los poetas lo han dejado más claro que los políticos:

Qué alacridad de mozo
en el espacio airoso…

Jorge Guillén

 

España, invento de los poetas, de los barrocos a los vanguardistas. “También la verdad se inventa”, dijo Machado. Inventores no tenemos. ¿Son los poetas nuestros ángeles custodios? A mí me hicieron español del idioma, escritor del idioma español, los “vagos ángeles malva” de Juan Ramón Jiménez:

Se paraba
la rueda de la noche…

 

Del otro lado tenemos los ángeles fácticos, que profesan una España/panoplia. Por este libro andan todos, revolando, con ruido de espadas o rumor becqueriano de alas. Esto es una angeología.

O casi.

 

No reeditado.

 


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