Editorial Kairós. Barcelona, marzo 1985. Rústica, tapa blanda. 146 páginas. 20 × 13 cm.
Cita. Que serafín de llamas busco y soy. Federico García Lorca.
Ensayo.
Segundo libro publicado en el mismo mes, este escrito en octubre del año anterior, no sabemos cuál llegó antes a las librerías.
Otra publicación en la Kairós de Pániker. Quizás Salvador le propuso dar una vuelta a Los amores diurnos, «mi mejor libro», según cuenta Umbral en la entrevista a Pániker del libro anterior, una frase del burlón Umbral que parece sincera y que llama la atención. Quizás fue al revés, quizás Umbral dijo a Pániker, «Tengo un libro distinto, es sobre el falo, te gustará». Un capricho del escritor. No sabemos que ocurrió, pero aquí tenemos un libro que nada tiene que ver con Senos de Gómez de la Serna o con Coños de Juan Manuel de Prada, un libro/fábula sobre el falo, complicado continente. Digresiones, sabidurías y ocurrencias, algunas buenas, otras muy malas. Hay que tener imaginación y mucha seguridad, para reflexionar, para escribir, páginas y páginas sobre el falo,
«juguete de la mujer», sobre sus territorios, sus deseos y sus utilidades. Umbral fantasea, sienta cátedra y lo consigue. El sexo tierra incógnita.
Umbral ensayista del sexo, ensayista de su idea de sexualidad. Con diferencia, el libro menos literario de Umbral que aquí se olvida del estilo. Umbral se lo toma en serio (o no) y nos muestra su dominio desinhibido y provocador de lo que biológicamente nos es cotidiano: el falo. Cita a Freud, también a Carlos Marx, a Dalí y a Lola Flores como mujer agresiva y segura de sí misma. Comienza con una Introducción —que no llama Prólogo—, siguen veintinueve capítulos que se corresponden con veintinueve tipos de falos, cierra con un Epílogo, un poema que no es poema y que titula “Fabula del Falo”.
«… el falo es un hecho insólito. La mujer va proclamando sexualidad, su cuerpo es un mensaje sexual constante, una descarga continúa de mensajes sexuales. El hombre, el cuerpo del hombre no, no tanto, ni siquiera para la mujer: La descarga sexual no es tan fuerte. En compensación el falo resulta tan insólito que la sociedad aun no lo ha asimilado ni asumido.»79
A los cinco primeros Capítulos los llama así: “El falo ausente”, vergonzante y reprimido; “El falo sin filo”, el de la infancia, no es la espada que será luego; “El falo/icono”, de conducta irracional que le torna mítico y mágico; “El falo/ Baudelaire”, suntuoso, imaginativo e inútil; “El falo fálico”, intocable, «cuando la adolescente toca falo de hombre, toca tierra, profana el tabú»; “El falo fábula” o falo/metáfora, el que genera fábulas y permite múltiples lecturas, el falo del que habla al mundo. Son veinte y nueve falos, termina cansando.
EL FALO es fabuloso, en la literatura, en el arte, en la religión, pero nadie había escrito una fábula del falo, que se sepa. «Que serafín de llamas busco y soy», dice Federico García Lorca en uno de sus momentos líricos más exaltados. La llama que arde permanentemente (o intermitentemente, tampoco empecemos exagerando), en el alma del hombre, es el falo, que puede incendiar una familia del pajar a los cimientos.
Lo que pasa es que un hombre con falo comienza por no tener falo. El falo es una cosa de la que nunca se habla, ni siquiera en aquellos momentos en que ha tenido actuación decisiva —un embarazo, un parto. Es lo que llamo falo ausente, y que convierte el falo en el rayo de luz que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo. Falo ausente es el falo que la sociedad convencional, por tenerlo tan presente, decide ignorar. El niño, cuando comienza a reflexionar, encuentra que nadie tiene falo, puesto que nadie habla de eso, entre los adultos, excepto él, con lo que empieza a experimentar, a vivir su falo como monstruosidad y como culpa. La educación antisentimental tiene unos efectos contrarios a los previstos: el niño no ignora su falo —empresa imposible—, sino que lo vive como culpa, se vive culpable, y esto da lugar a los “vampirismos del falo”, de que luego hablaremos. Posteriormente, el niño descubre que lo suyo es un falo sin filo, algo que no asusta ni engendra, lo cual ya supone una segunda castración. Quizá los adultos tienen un falo/daga, un falo con filo. El niño quiere ser adulto sobre todo por eso. Por entrar en posesión de un arma agresivo/sugestiva. En la pubertad descubrimos que el falo tiene un carácter de icono. El falo ha sido un símbolo de fecundidad entre los paganos, y a la inversa, todos los iconos cristianos y no cristianos
tienen hechura y facultades de falo.
La cultura hace muy inculto al niño. Él no quiere tener un icono entre las piernas, ni un símbolo, que no sabe lo que es, sino una picha, palabra que ha aprendido en las tapias de los solares últimos de la ciudad. Con la literatura (que no es exactamente la cultura, sino quizá todo lo contrario), el púber se reconoce en el falo/Baudelaire, como lo llamamos aquí.
Porque el falo es de conducta irregular y porque, probablemente, era el falo del poeta. El falo/Baudelaire, más mental que original, dota al hombre de un falo fálico, de un arma con la que agredir a la sociedad, a las mujeres, y con la que ser él mismo, seguro/inseguro de su falo, que es ya el pivote de su personalidad. Pero el púber encuentra, en sus «ensayos de pubertad», que el falo —ignorado socialmente, difundido culturalmente—, tiene una leyenda o fábula que es difícil de superar. Porque el falo fábula y porque todas las fábulas tienen como eje, implícito o explícito, el falo. Todo esto es lo que queremos desarrollar aquí.
No reeditado.
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