1987

Un año más. Dos libros.

Ediciones Destino S.A. Barcelona, septiembre Colección Áncora y Delfín nº 606. Rústica tapa blanda con solapa. 206 páginas. 20 × 13 cm.

Novela.

 

Novela coral, dice la contraportada, sinfónica más bien.

El Madrid elitista y falso y el Madrid marginal y maldito, dominios del escritor, en una sola dosis que es más real que imaginada. La orquesta, la sinfonía, en sus movimientos rápidos y acordes suena bien, estos son algunos de sus integrantes.

La negra Bonga, negra al mediodía, parda y rosa al anochecer, esquinera en la calle de la Cruz. Guadalaviar, noble heráldico de Puerta de Hierro, homosexual secreto. Pedro Cuétara, jurisperito, solterón, creyente, provinciano y paleto. Leonor, call girl, bella, devoradora, irónica y cachonda. Lito, sudoca (que no sudaca), actor y chapero. María Catalina Gentil de Biena, rubia, pacífica e indiferente, organiza cenas con lubina a dos salsas, no es feliz. Manuel de Mar, rockero furioso/exitoso de los mataderos de Legazpi, su novia es María del Recuerdo, una vampi breve y eficaz. Juanito Querejeta, funcionario y palmero en saraos, poeta lírico de Cáceres. Crisela, Pardela, de Vallecas/Puente, acude a la Plaza de Jacinto Benavente a vender su virgo, novia de Cristóforo que construye la chabola por Entrevías. Daniel Cendoya, poeta maldito, anciano de calva moteada, pasea por el Parque de Berlín. Cosme, noventa años o más, trabajó en el Valle, «característico» de Cifesa, conversador, patriarca de la noche en el club Aretino en donde se encuentran todos. El señorito Blas, terrateniente, putero y solterón. Fe Segovia, mucha mujer, mucha estatura, mucho dinero, mucho de todo, nunca se le aparece la Virgen, aunque lo desea, una noche encontró en su casa a Teresa de Calcuta. Georgia, canadiense que fue ecuyere en el Circo Americano, ahora baila en el Pasapoga. El Padre Melero, párroco de pobres y párroco sin parroquia. Sandro, boy y chapero, yonki, dicen que hermafrodita. El duque de Quiroga, alto y elegante, naturalidad, diplomático y humillador. Lola Suárez, progre y cansada. Pelayo Sánchez, feo y sonriente, político de izquierdas sin sito, revolucionario de raza. Victoria, que pone en venta sus muebles porque le da la gana y se acuesta con muchos. Antonia Arranz, ni parisina, ni madrileña, los ojos claros, la boca dulcísima, la mirada íntima, aburrida de traducir se apunta a la calle de la Cruz al abrigo de Bonga, esquinera de redadas. La Marquina, actriz, llena de soledad y grandeza, busca el champán rosa e inencontrable del amor. Teresa Label, señora de Puerta de Hierro, vodka de día, vodka de noche, muy de izquierdas, muy de derechas. Paolo Argote, anciano jovencísimo, mundos de Neruda y Kavafis, escritor verdadero lleno de anillos e inteligente.

Sandro, el hermafrodita, muere de sobredosis, llevan el cuerpo al Funeral House de la emetreinta, allí todos, sintiéndose algo culpables, se dan el pésame. La belleza del mal.

Totum revolotum en la sinfonía desencantada del Madrid absurdo, brillante y hambriento de los mediados 80 (movida madrileña), Umbral muestra los personajes en breves capítulos en donde aparecen y vuelan, nos cuenta sus triunfos, deseos y torpezas; los retrata y los despide con lirismo y con no menos cariño, aunque…, «todos los libros se hacen contra alguien». Buen libro.

 

NEGRA AL MEDIODÍA, parda y rosa al anochecer, Bonga, la negra Bonga, se hace la calle de la Cruz, de la mañana a la madrugada, Bonga, con la rebeca abrochada al revés, la minifarda por medio muslo, un gorro argelino sobre la permanente natural y unas medias de encaje blanco, que dibujan y enriquecen la plenitud de sus piernas africanas. Bonga se hace la calle de la Cruz, pero no la calle de Sevilla, paredaña, porque eso es asunto de otras profesionales y hay que respetar las fronteras. Bonga se vino, o la trajeron, de Guinea, o cosa así, cuando adolescente, y, harta de fregar pisos y de que los vecinos que subían y bajaban le tocasen el culo gratis, hola Bonga, pero que buena estás, negra, decidió legalizar su situación y meterse puta.

Bonga, desde el mediodía, ya se ha dicho, es el África profunda devorando blancura, respirando el aire blanco de Europa, agotando a los hombres blancos que se ocupan con ella. Ya casi de niña, cuando llegó a la ciudad —¿a la metrópoli?—, Bonga vio un mundo de color enfermedad, una palidez de edificios grises y gente moribunda por las calles que le hizo tomar conciencia de su negrura, de lo devorante que era su color frente al color sin color de los hombres blancos.

Bonga, pues, aunque ella no lo sabe, está aquí ejerciendo el canibalismo, más que la prostitución. Y encima la pagan por comer insípida carne enferma de hombre pálido. Bonga, entre los veinte y los treinta, se siente con apetito para comerse todo Madrid y para mamársela a la cúpula de los edificios, si falta hiciere. De modo que el dinero no le escasea a Bonga, la Bonga, aunque hay racistas del sexo, que no quieren acostarse con una negra porque les da como reparo. Ellos se lo pierden.

Las otras chicas de la calle de la Cruz, drogotas de portal, pinchadas de esquina, rubias y enfermas, aunque algunas muy bellas, le parecen a Bonga buenas como compañeras y malas como putas, porque se les nota mucho la desgana, mientras que Bonga es una profesional que se corre siempre, con la potencia orgásmica y la virginidad negra de África.

 

No reeditado


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir al contenido