Ediciones Temas de Hoy, Madrid, septiembre 1987. Colección el Papagayo n.º 2. Rústica sin solapas, tapa 142 páginas. 20 × 13 cm.
Cita. La posmodernidad es la forma actual de la crítica al progreso. Alain de Benoits.
Ilustrado por Ceesep.
Ensayo.
Libro de encargo, eso dijo.
Divagaciones sobre la posmodernidad en veintitrés capítulos. Leído el libro (releído) seguimos sin saber que es «la posmodernidad».
Las terrazas de Recoletos/Castellana, margen izquierda hacia Chamartín, son posmodernas, también lo son Luis Antonio de Villena, Jugolandía por San Bernardo-, las orgías con popper, maría, kiff o hash, las alcachofas con almejas o los lomos de merluza con angulas, y, por supuesto, la movida, que justifica el posmodernismo. La posmodernidad, dice, «es una huida de la Historia. Una detención del progreso, un paréntesis, una tregua», pero también es lencería, «sujetador de puntilla, colores discretos, braga sucinta pero suficiente, medias hasta la cintura», o, un no hacer nada, dejarse llevar y más si hace calor.
Parece que el posmoderno/a, individualista, ambiguo y antisocial, es un parásito, un parado/a de lujo. Libro tedioso.
La fiesta de los pies
Zapatillas de tenis, botas de tafilete, zapatos de rejilla, malvada y deliberadamente antañones y horteras, zapatos blancos con punta marrón, igualmente irónicos, todo menos el zapato piel de toro sobre el pie desnudo, que es cosa de la orilla derecha, o sea de la serranura, gente de Serrano, y lo que menos desea la posmodernidad, es ser confundida con la raza de los notarios que habita en el barrio de Salamanca. La posmodernidad es apolítica o es de derecha sin saberlo, pero, en todo caso, no es la derecha consciente y resistente, por pudor estético más que ético, casi seguro, que uno va ya conociendo a estos jóvenes dandies de la cosa. A lo que iba, que no sabe uno que ponerse para andar entre posmodernos.
Ponerse en los pies, quiero decir, pues la descalcez queda años sesenta, hippy, antiquísima, y el zapato de artesanía queda ministro de Franco, cuando había Franco y había ministros, que ahora son unos particulares que hasta se vienen a la terraza a tomar una horchata (en esto de la horchata no han pasado los socialistas de La verbena de la Paloma montada por Tamayo).
He observado a los jovencitos y jovencitas que, en la duda, se ponen patines, pero están sentados todo el rato.
Traen los patines al hombro, se los atan una vez que están sentados, y promueven mucha admiración y cercanía entre otros posmodernos de segunda generación (llevo anotados dos), que les hablan de las proezas patinadoras que ellos jamás han hecho, pero que los otros «han visto», porque el posmoderno es snob y el snob se caracteriza por ver las cosas antes de que ocurran.
De madrugada, los patinadores/as apócrifos, se desanudan el invento, se echan los patines a la espalda con cansancio de campeones y se van muy triunfales, en una moto para cinco. Por lo menos se han hecho un nombre, una firma. Una firma con los pies (que no han movido), pero es lo mismo.
El caso es estar en el mogollón.
No reeditado.
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