Editorial Planeta S.A. Barcelona, marzo 1988. Colección Narrativa n.º 102. Rústica, tapa blanda con solapas. 174 páginas. 20 × 13 cm.
Cita. Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida.
Miguel Hernández.
Cubierta. Fotografía de María España.
Novela
Una ciudad, un río y un árbol que es una morera, Valladolid.
Pedagogía del odio. Pedro y Jonás, compañeros del último banco del colegio, malos estudiantes de entonces, se encuentran, con más o menos veinte años en los urinarios del mercado, marginales y aburridos buscan algún señor de la Audiencia, algún buja con dinero y algún dinero; deciden, aunque no saben cómo, trabajar en equipo, juntos. La novela, obviando el minimalismo del realismo sucio y desde la narrativa bien construida, cuenta los episodios vengativos y violentos de los protagonistas en un desenfreno de crímenes absurdos y sexo en donde La Ina, hermana pequeña de Pedro y amante forzada y apasionada de ambos, es punto de unión.
Llama la atención el nombre de Jonás, protagonista adolescente del primer Mortal y rosa (cuento), mencionado después en Travesía de Madrid como un pintor fracasado que de nuevo aparecerá en, El fulgor de África, «Jonás el bastardo», y en Los metales nocturnos, como escritor en decadencia; no es el mismo Jonás, como tampoco en otros libros es el mismo Francesillo, pero la querencia del autor por Jonás (el desobediente devuelto a la vida desde el vientre de la ballena) debe tener explicación.
Umbral da una vuelta de tuerca a su visión desencantada de la sociedad mostrando, desde una realidad excesiva pero cierta, lo peor que genera.
Un buen libro que da algo de asco, quizás este fue el propósito.
LOS URINARIOS DE CABALLEROS están junto al mercado y a ellos baja de vez en cuando algún verdulero, algún carnicero, o un chico que trabaja en una frutería y no viene a orinar, sino a masturbarse. Los urinarios son profundos, geométricos, grises, como hechos de un feldespato indefinible, pero sin duda falso, industrial, y huelen a mar muerto y hombre sucio, a sal y a piedra húmeda, a cañería. La señora de los urinarios es una mujer grande, blanda y con gafas intelectuales para el estrabismo. Atiende al personal casi con amabilidad, pero se conoce bien a la clientela, sabe que los hombres son muy guarros (parece viuda de muchos años), vigila siempre, y sólo conoce de papel higiénico, que es casi siempre papel de estraza, mediante propina.
A los urinarios no bajan solamente los hombres verdes o rojos del mercado, con su uniforme natural de escamas o de sangre (lo hacen casi siempre a la misma hora), sino que bajan también señores de paso, muy puntuales asimismo, desconocidos señores solitarios, de gris o de luto, que llegan andando por la acera muy despacio, quizá con un periódico en la mano, que bajan las escaleras muy despacio, por la derecha y sujetándose a la barra, que orinan muy despacio y se van muy despacio, que lo hacen todo muy despacio.
Hasta hay alguno que vuelve varias veces en la mañana. La hora de estos señores suele coincidir con la hora de los verduleros y los pescaderos, de modo que hacia las once u once y media de la mañana se produce una pululación de carniceros y señores de negro que trastorna un poco el trabajo de la encargada, cuyo nombre todo el mundo ignora. Que quizá no tiene nombre.
Pero ella, más o menos, ya los conoce a todos, se sabe el ritmo y las necesidades de cada uno, y está muy atenta, a través de una rejilla, a ese señor de negro o de gris que siempre se mete a orinar entre dos vendedores de lechugas, entre un matarife y un adolescente, en fin. La señora tiene mundo (el mundo de los urinarios) y sabe a lo que van estos señores bien vestidos, y que vienen como de la Audiencia, pero se hace la distraída, porque son los que dejan más propina. Y hasta le hacen una ligera reverencia al entrar y al salir. Los señores de la Audiencia van a mirar de reojo pichas de hombre-hombre, o de delicado y turbio adolescente. La mayoría se limitan a mirar, pero algunos entablan vagas e inciertas relaciones con el mundo del mercado, qué, cómo van esas ventas, ¿mucho trabajo?, o, si el vecino de pila es un menor, te pareces mucho a un sobrino mío, eres chico espabilado, seguro, te invito a unos churros ahí arriba, a la vuelta. La señora de los urinarios no sabe e ni quiere saber muy claramente qué buscan unos hombres en otros, por que ella es una empleada municipal, aunque modesta, y se limita a cumplir con su deber, pero tiene la impresión de que el asunto entre ellos no es fácil y alguna vez un camionero le ha pegado una voz a uno de aquellos señores de la Audiencia, o le ha dado un mediostiazo.
No reeditado.
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