1991

Seix Barral S.A. Barcelona, marzo Colección Biblioteca Breve. Rústica tapa blanda con solapa. 190 páginas. 20 × 13 cm.

Cita. Levantó el César la espada como un guerrero de antaño …

Federico de Urrutia. Leyenda del César Visionario.

Portada. El Generalísimo Franco. Mural de R. Meruvia, boliviano de Cochabamba.

Novela. «Libros de infancia y provincia».

 

Con esta novela, trabajada y documentada, Umbral gana en 1991 el “Premio de la Crítica” que concede la Asociación Española de Críticos Literarios a obras de narrativa y poesía publicadas el año anterior, sin dotación económica pero relevante. Umbral publicó Leyenda… en 1991, en el mismo año del premio, aun así, se lo otorgaron.

Guerra civil, zona nacional, Burgos y Salamanca; Salamanca y Burgos confundidas, «la España castellana y cenital, la España cereal, solar y concéntrica de sí misma, candente de españolidad, en asunción definitiva y coral sobre los campos góticos».

Francisco Franco, triste, hermético y desconfiado, «vive la nostalgia de África, que le ha tostado el alma para siempre con sus soles legionarios y su sabor a soledad y muerte». Desde un despacho en el Palacio Arzobispal donde nunca se apaga la luz, escucha la radio, gana batallas, merienda chocolate con soconusco y convierte en duda la ejecución de Dalmau, anarquista catalán. El Caudillo no duerme. Objetivo: ganar la guerra.

Protagonistas secundarios son “los laínes” que por allí se encuentran, así los llama Franco, entre ellos: Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Eugenio Montes, Cunqueiro, Giménez Caballero, Foxá, D’Ors, Torrente Ballester, Pemán, Rosales, Antonio Tovar…, buenos escritores o muy buenos, falangistas liberales e ideólogos de esencias y sueños épicos, algunos redactan con visión los discursos del César y debaten de literatura en las tertulias de los cafés. Lejos del fanatismo e imaginando una nueva España intentan persuadir al general, al César, del error estratégico que sería la ejecución del anarquista Dalmau.

Un día, en la tertulia, Dionisio Ridruejo se pone en pie y con voz decidida y clara arranca en un inesperado recital:

Ya presides los cielos defendida
entre el bosque y el mar, sola y serena,
y es espejo de sol sobre la arena
tu desnudez apenas revestida.

Mi amor que guarda y sufre tu medida,
tiembla en la pompa cenital y llena,
y está la tierra que mi red ordena
en tu limpia hermosura comprendida.

Bajo el aire sin hálito, caliente,
en el radiante peso abandonado,
goza el inmenso espacio de presente,
y aquel en soledad acariciado,
hace piedra mi amor, huella reciente,
como un tiempo que nace y acabado.

 

Francesillo, un joven de imaginación republicana, tipógrafo a las órdenes de Giménez Caballero, es reclutado para los nocturnos pelotones de fusilamiento. Francesillo cuenta su miedo y su vergüenza que olvida con Camila, una cariñosa novicia de las Crucíferas de Nuestro Señor «muy blanca, con los ojos grandes de un negro furioso, contenido y obsceno» que le enseña amores y placeres.

Está presente José Antonio, el Ausente.

Guerracivilismo, muerte y esperpento. Franco, los intelectuales falangistas, los falangistas violentos y Francesillo, atónito observador del día a día y víctima de un todo absurdo.

Grandísima novela. Umbral con prosa imponente transmite desde la historia y la ficción, el disparate de la guerra civil y de una España fratricida enemiga de sí misma en donde brilla el rencor y el odio.

«Una de mis novelas que me gusta especialmente es Leyenda del César visionario. Dijo algún crítico que más que un retrato de Franco yo había hecho un magistral retrato de eso que se llamó el Movimiento, con sus intelectuales y sus locos.»

El primer párrafo suena perfecto.

 

EN UN BURGOS salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte. Es la suya una juventud no recastada por los estíos africanos ni por las noches legionarias, pese a la leyenda, sino una juventud que se va hundiendo, como una flor en un pantano, en la molicie blanca de una bondadosidad prematura y grasa, como si la raíz viril del militar que está ganando una guerra se anegase de paz sangrienta, halago de cuartel y chocolate de monja. La voz, cuando da alguna orden, tiene temblores de lejanía hipócrita y suena a metal falso, delgado y hembra. El Generalísimo, menos Caudillo que nunca a esa hora de la merienda solitaria, en tertulia con sus muertos, con el expediente y la historia de cada hombre que va a matar o encarcelar, mantiene la boina roja y requeté en la cabeza, con algo de gorro de dormir, sin la bizarría de tal tocado, y de vez en cuando se aplica un pico de servilleta al bigote recortado, epocal y negro, mientras lee plácidos memoriales rojos de burocracia cuartelera y ratimago violento. Un ángel galaico y un ángel judío se cruzan en su alma de ojos oscuros mientras las manos priorales mojan el bizcocho, acarician el bigote o escriben al margen de algunos de los historiales: «Garrote y Prensa.» O sea, castigo y publicidad ejemplar (ejemplar para ambos bandos, que todo se sabe de un lado a otro de las trincheras). Casi hay que condenar más porque el enemigo le respete a uno que por gusto de castigar. Eso sí lo sabe él de su adolescencia legionaria.

 

Más de una vez Umbral llamó “maestro” a Laín Entralgo, una definición que empleó con aquellos que quería. Anna Caballé86 entiende esta novela como una venganza con Laín entonces presidente de la RAE, también con otros que se opusieron tenazmente, consiguiéndolo, al ingreso de Umbral en la Academia. Escribe la profesora que Umbral, en este y en otros libros, instrumentaliza su obra para propósitos y fines personales. Visión simple y de pensamiento limitado de Caballé que queda en el vano propósito del desprestigio.

Última reedición: Ediciones Bibliotex S.L. Santa Curuz de Tenerife, febrero 2001.

 


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