1992

Tres libros: unas Memorias, un ensayo de historia y una novela. Destaca el ensayo.

Ediciones Temas de Hoy S.L. Madrid, febrero 1992. Colección Biblioteca Erótica. Rústica, tapa blanda con solapas, cubierta de editorial ilustrada. 240 páginas. 21 × 13 cm.

Citas.

Por causa de las fornicaciones. San Pablo.

El pensamiento es una erección y yo todavía tengo pensamientos. Ortega y Gasset.

Los cuerpos son honrados. Max Frisch. La carne, ese aliado. Camilo José Cela.

Memorias

 

Diecisiete capítulos, uno por mujer, a algunas las conocemos.

Lola, es la Lola de Teoría de Lola; Licaria, es la ácrata pobre y yonki de Y Tierno Galván ascendió a los cielos; Alma Mahler, en El día que violé a Alma Mahler era una cabra, aquí es, «mujer de cuerpo grande, armonioso, dibujadísimo, blanco y frágil»; Georgia, la canadiense ecuyere del Circo Americano de Sinfonía Borbónica ahora es de USA, pero es la misma; también aparecen, Bárbara; Gualberta, la marxista residual y progre de Sinfonía Borbónica; Atanasia; Kitty K.; María del Té, la chica de muchos besos y jazz meloso de Trilogía de Madrid en donde Umbral contaba que era la “Ella” de, Si hubiéramos sabido que el amor era eso, algo que en este libro vuelve a recordar, quizás con María del Té hubo amor más que amores; Mafalda; Lutecia, la heroína de Los amores diurnos; Childe, la inglesa de Las Europeas; Pía Rosa, mujer de un ministro de Franco, eso nos cuenta; Rosa de Lima, «belleza a lo Ingrid Bergman, pero en galaico, con la cara guapa y sentimental, el cuerpo cotidiano, los pechos grandes, abandonados, y siempre su desnudo sudoroso»; Benamor, una judía y Fátima, una musulmana

«oscura y hermética, bella y compacta, profunda y revolucionaria, rica y misteriosa. Fátima, en la cama, era enérgica y dulce, se quitaba las bragas como si se hubiese quitado un velo (para los árabes son la misma cosa), y su cuerpo moreno, su piel mate, su lujuria sombría me iba ganando lentamente».

Un Umbral tardobarroco de sesenta añazos hace memoria y vuelve con melancolía y pasión a ligues, ingles, amores y aventuras. Decíamos en algún ado que los tres deseos de Umbral eran la Literatura, el sexo y la política; cambiamos el orden, la Literatura es una segunda profesión, lo primero es el sexo, exigencia y felicidad, que no está mal. Una vida dedicada a las mujeres, que tampoco está mal.

Un singular encargo editorial. Libro previsible, las hazañas y fijaciones sexuales de Umbral las conocemos, aquí las refunde. Diecisiete mujeres, diecisiete amores. Le parecían pocos amores, amenazó con un segundo tomo. Cumplió la amenaza.

 

Prólogo

Más de una vez me ha pasado por la cabeza la idea de escribir mis memorias eróticas, pero siempre la he desechado porque me parecía algo jactancioso y antiguo, como el centón de conquistas que se hace en el Tenorio.

A estas alturas de la vida y la profesión, Ymelda Navajo me propone escribir esas memorias, y lo acepto en el acto, en el fondo porque lo estaba deseando. ¿Tan mala y triste fama tiene uno que le llaman ya para es tas cosas? Pero, puesto a la tarea, me encuentro con un material literario y humano riquísimo, inédito, valioso, cosa insólita en mí, que ya lo he contado todo de mi vida (aunque algunos digan que «no me confieso»). Creo ser el escritor más confesional de mi generación y de otras, y esto no es bueno ni malo, pero es así. Todo un arsenal de temas, paisajes, motivos, personajes, vida, en el que no había entrado casi nunca por los prejuicios que al principio he dicho.

Nunca se sabe si un libro va a funcionar o no (en el trabajo, me refiero) hasta que uno no se pone a ello. Todos los planes previos no sirven para nada. Y estas memorias eróticas, a mí me han funcionado mucho y bien como tema. Quiero decir que el pie forzado del erotismo ha traído tras de sí riquezas literarias que tenía olvidadas, enterradas, algunas cosas de las que nunca había escrito: esto se ve sobre todo en los capítulos «cosmopolitas» del libro.

 

Capítulo uno

Teoría de Lola

El culo de Lola yo diría que era algo así como un culo cartaginés, y vaya usted a saber cómo tenían el culo las cartaginesas. Unos glúteos altos, resistentes, morenos, beligerantes, que se movían por bloques y sin ese flaneo sospechoso de las carnes que principian a rendirse.

Lola, Lola Machado y yo nos habíamos conocido en ese mundo del cine y la televisión, lleno de cables y choricillas, lleno de luces y señores con las gafas colgando sobre el pecho como la condecoración de su miopía intelectual. Yo estaba allí como reportero, claro, y ella como actricilla, me supongo. Tuvimos algunos escarceos que llegaron a poco, ya que ella buscaba al hombre importante y yo buscaba un polvo como fuese, y esto se me notaba demasiado. A las mujeres, como al whisky, hay que ir bien comido, que si no marean y hacen contigo lo que quieren. El culo de Lola, decía.

Lola Machado era como un cruce de guapa andaluza y madrileña ramoniana, algo así como La Nardo.

Y tenía salidas de La Nardo. Un día le dijo a un reportero que le preguntaba por su próxima película:

—Todavía no sé de qué va, pero el título me gusta mucho: La momia que mascaba pan rallado.

Y el reportero lo dio muy objetivamente en el periódico. El culo de Lola era uno de esos pocos culos con los que puedes dialogar. Hoy habríamos dicho que era un «cacao maravillao». Solíamos hacérnoslo yo debajo y ella encima. Aconsejo esta posición porque contribuye a erecciones más duraderas, permite tantear mejor a la hembra durante las copulaciones y, mayormente, les suprime a estas modernas de ahora el complejo de «ser poseídas», cosa que detestan y adoran. Lola Machado, que tenía respuesta para todo, lo explicaba así:

—A mí que no me digan que me han follado tantos tíos. Siempre me pongo encima y soy yo la que se los folla a ellos. Todo depende de la postura.

 

No reeditado.


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