Editorial Planeta S.A. Barcelona, septiembre 1995. Tapa dura con sobrecubierta. 272 páginas. 21 × 13 cm.
Dedicatoria. A los que no leen diccionarios.
Cita. Alejandro de Macedonia ponía todas las noches bajo la almohada su puñal y su Ilíada. Borges.
Continuación de Las palabras de la tribu lo que implica una lectura completa, minuciosa y personal, «tan justa como injusta», de la Literatura española del siglo xx.
Más de doscientas entradas de escritores ordenadas alfabéticamente, algunos cinco líneas, otros, los menos, tres páginas; concluye en un Epílogo (con negritas) cajón de sastre de otros muchos no menos importantes no incluidos en el corpus central, Juan Marsé, entre ellos. «No se puede estar en todas partes», dice Umbral como disculpa.
En la última página nos cuenta, «Tampoco el libro tiene mayores ambiciones que las de un recuerdo personal de lectura o trato directo. Este es un libro donde se cuenta la literatura española que uno ha vivido. Si a veces se critica o se juzga o se elogia es porque no hay manera de definir sin opinar. El panorama me parece rico y surtido, pero igual pudiera ser todo lo contrario. Este libro no va a salvar ni condenar a nadie. Ellos y ellas seguirán viviendo su vida, incluso los muertos. Sobre todo los muertos».
El libro muestra un Umbral muy lector, con un conocimiento absoluto de la Literatura y de la obra de todos, Umbral tiene criterio y ante todo la auctoritas de su querido Derecho Romano, esto es lo que molestó y molesta a algunos, su opinión no fue una más.
Sus doscientas pinceladas son exactas, precisas y creíbles, quizás porque están bien escritas.
ALEIXANDRE (Vicente). La casa de Aleixandre, las tertulias poéticas de José Hierro y los tabernones de Celaya fueron las tres embajadas rojas de un rojerío dulce, biensonante y valiente que mantuvo, contra la cultura oficial del franquismo, el solo arsenal de la insistencia, de la constancia, de la paciencia. El rey Juan Carlos fue a visitar a Aleixandre cuando el Nobel. El socialfelipismo nunca fue a visitar a Cela. Es lo que Felipe González llama «prioridades».
ANGLOABURRIDOS (los). Marcan el paso de la influencia francesa a la influencia anglosajona en nuestras letras. El primero de ellos sería Martín Santos y la lista llega hasta hoy, hasta Javier Marías, por citar uno de los escritores que mejor carrera ha hecho dentro de este esquema generacional equivocado.
El elitismo mata sus libros. La supuesta elegancia de una prosa inadvertida. Son cultos, pero nos aburren. Escriben para ellos y sus críticos. Abrimos luego a García Márquez y un tornado de vida, de imágenes, de realidad y surrealidad nos invade, la magia nos vuelve mágicos desde la primera línea. Este flaubertiano barroco lo está creando todo ante nuestros ojos.
Los angloaburridos rehúyen todo eso por un sentido señorito de la elegancia. BARRAL (Carlos) Editor catalán cuando Barcelona era la ciudad sagrada del antifranquismo. Poeta malo que lo sabía y bebía para olvidarlo. Prosista infame, en sus Memorias, que, entre el catalán, el francés y el castellano, no acierta un solo adjetivo.
Era tan guapo que hasta iba de guapo, lo cual resultaba entre conmovedor y Muerte en Venecia, a sus años, sus últimos años. Sus lloranderas macho también se murieron en seguida. Gorra marinera, chaqueta marinera, un yate ideal siempre anclado en el asfalto de Pedralbes. Un Visconti malo.
BORGES (Jorge Luis). Uno de los grandes genios en español del siglo, sin premio Nobel. Reaccionario irónico. Lo mejor de Borges son sus prólogos y sus poemas, donde castiga y obtiene un castellano nuevo, purísimo y de buen humor. Su poesía lírica le viene de los anglosajones —Yeats, Keats—, es decir, poesía de la cultura y de la historia, pero poesía de lírica muy acendrada, con inesperadas revelaciones que casi llamaríamos metafísicas. No en vano hizo un libro exclusivamente de prólogos a obras inexistentes. Gran creador erudito y lírico de erudiciones falsas. Maestro absoluto y siempre.
DELIBES (Miguel). He pasado con él una tarde vallisoletana, primaveral y melancólica,entre la rutina y el plateresco, entre el gótico mudéjar y la conversación. Una conversación que entre nosotros va siendo ya, también, neomudéjar, por lo sabia, repetida, críptica, ilustrada, llena de figuras y de chismes antiguos. El encuentro más fértil de la edad tardía es un viejo amigo. Un hallazgo casi antropológico. Una intimidad con temperatura de mito.
GARCÍA MÁRQUEZ (Gabriel). Julio Cortázar, Rulfo, Fuentes, Vargas Llosa, etc. ¿Cómo, después de Cien años de soledad, se puede seguir en la obstinación gremial y artesanal del realismo galdobarojiano? La novela mágica o novela lírica, naturalmente, tiene largos y ricos antecedentes, desde Tirant lo Blanc al Quijote, desde los autores nórdicos hasta Virginia Woolf (Borges traduciría el Orlando). Pero, con la arribada de GGM, toda Europa se pone a hacer lirismo en la novela, desde Günter Grass a Torrente Ballester.
La novela vuelve a encontrarse con sus orígenes poéticos —¿no son novelas la Ilíada y la Odisea?— gracias a un mundo virgen, Suramérica, y gracias a un hombre fecundo, generoso y genial en su prosa y su vida, Gabriel García Márquez. GIMFERRER (Pere). Keats y los románticos ingleses cultivan una poesía de la cultura, una vuelta estética a los griegos, ya sin connotaciones morales, y esto tiene su principal consecuencia, en castellano, en la poesía de Borges, de una perfección egregia, que luego es descubierta en España por Pere Gimferrer, joven poeta catalán que en 1965 se manifiesta y consagra con su primer libro, Arde el mar.
El libro de Gimferrer, sobre su valor intrínseco, añade el mérito de variar todo el panorama de la joven y vieja poesía española. Era algo que tenía que ocurrir y ocurrió… Y tenía que pasar porque después del 27 vino la guerra civil, la poesía política, luego la poesía social, luego el compromiso existencialista o el compromiso marxista. Nuestra poesía lírica, en fin, había cohabitado con muy variadas gentes y, antes o después, necesitaba volver a su pureza y ser, olvidados desde el 27. GRANDE (Félix). Lo ha hecho todo y todo bien. Dejó a tiempo las viejas modas, que nos envejecen. Ahora es sólo Félix Grande, escritor total, escritor parcial, escritor marginal, tan mortificado por la pureza, san Sebastián y san Mauricio con las flechas clavadas en su chaleco de guitarrista flamenco.
GRANDES (Almudena). Habría que anotar, junto a AG, una naciente generación de escritoras posfeministas que tratan el sexo con absoluta naturalidad, con saludable asiduidad, y que tienen ya poca conciencia de lo que fue la guerra feminista de sus madres y hermanas mayores, con traumas que hoy, al menos en lo literario, parecen superados. No son escritoras fanáticas de nada, sino sólo de la libertad.
HIERRO (José). Madrileño pasado por Valencia, hizo de Santander, en la posguerra, su «musa del Septentrión, melancolía» (Amos de Escalante). Y casi toda su poesía está transida de unos grises y platas cantábricos, de una luz norteña que lucha secretamente, dentro del poema, con la vitalidad urgente del poeta, José Hierro.
Es a la poesía lo que Cela a la prosa: la superación del bache de la guerra y la continuidad de la más elevada tradición, versos de mano obrera o de marquesa lírica de izquierdas, como quien toca el piano, o sea.
LLAMAZARES (Julio). La lentitud de los bueyes. Frecuenta la prosa poética, la narración y el libro de viajes. Colecta plurales premios locales, regionales, comarcales, autonómicos y nacionales. Tiene un perro.
LUIS (Leopoldo de). Dentro de la poesía social de los cuarenta/cincuenta, Leopoldo de Luis es quizá el poeta de mayor rigor formal, de más sereno sentimiento, riguroso en su concepción del mundo desde la izquierda, pero atenido siempre a la belleza de la forma y una serenidad de línea que hace toda su obra, muy numerosa, impar entre la de los poetas sociales.
El 21 de febrero de 2015 Manuel Jabios, desde el diario El País, publicó el artículo titulado «Umbral, y su padre novela real» en él se identifica por primera vez a Alejandro Urrutia Cabezón como el padre de Francisco Pérez Martínez, Francisco Umbral, y que el mismo Alejandro Urrutia era también el padre de Leopoldo de Luis; en definitiva, Francisco Umbral y Leopoldo de Luis eran hermanos. Umbral lo supo siempre, Leopoldo de Luis no.
MARTÍN SANTOS (LUIS). Tiempo de silencio es una parodia de la parodia. Ulises es la parodia elevada a gran género literario, la parodia universal de toda la cultura y la parodia incluso del lenguaje en que está escrita. Tiempo de silencio es, a su vez, la parodia provinciana del Ulises, es decir, un subproducto que perplejizó a los antifranquistas de entonces que no habían leído a Joyce. Martín Santos hace su libro con aplicación, pero no con genio, como el irlandés.
MONTERO (Rosa). El padre banderillero, la chica cuatrocaminera, el argot del Forges de los setenta y El Avión, aquel bar cuarentañista y futbolero adonde me llevaba.
Rosa hacía teatro con los Goliardos, un poco flipada, y era muy buena. La boda de los pequeños burgueses y todo eso. Fumaba porros trompeta y dudaba entre el teatro y el periodismo. Yo la metí en el periodismo y en seguida empezó a hacer unas entrevistas literarias, intencionales, tupidas, que eran la lectura de la progresía. Fue la Mafalda literaria y violenta de la Santa Transición.
NEOBERCIANOS (Los). Esta generalización no se refiere, naturalmente, a los escritores del Bierzo, que tampoco creemos que haya tantos, sino a esos jóvenes que han vuelto a «la berza», que es como se definió el socialrealismo en sus últimos años. Han decidido ser los hiperrealistas de la novela, los escritores de toda la vida, los que no innovan por ninguna parte, los que cantan la vida como es, o sólo la cuentan. A este neobercianismo le falta el ingrediente social de la denuncia, del mensaje, como se decía entonces, del discurso, como se dice hoy. Porque se trata de una generación apolítica, o directamente protegida por el Ministerio de Cultura, y que han considerado que una discreta adhesión al PSOE (con la abstención crítica basta) puede favorecer, o al menos no frustrar, su carrera literaria.
PRADA (Juan Manuel de) En la época de las vanguardias, Ramón Gómez de la Serna publicó un libro titulado Senos, que era una monografía sobre esa parte de la anatomía femenina. Libro de gran belleza e imaginación, en él hay de todo menos pornografía, naturalmente, ni siquiera erotismo, apenas, a pesar de lo cual Ramón tuvo fuerte polémica con las feministas italianas (Ramón, por entonces, era traducido a toda Europa).
Tantos años más tarde, un joven profesor y prosista de ahora mismo, fino crítico literario, Juan Manuel de Prada, publica en Valdemar un libro titulado Coños, sobre el que gravita inevitablemente el recuerdo de Senos, sólo que casi nadie se acuerda de Ramón ni conoce aquel libro. Prada, un verdadero monje de la prosa, que vive para miniarla, y que ya ha llegado a raros hallazgos, pese a su juventud, tampoco ha pretendido hacer pornografía, erotismo ni siquiera fetichismo, aunque el fetichismo está implícito en la elección del tema.
Carlos Yuste, en un artículo titulado “Francisco Umbral, subalterno genial» publicado en tirant.com cuenta que Juan Manuel de Prada comentó, «Umbral está irritado conmigo porque no ha escrito libros de la magnitud de «Las esquinas del aire» y «Las máscaras del héroe», simplemente. Él escribe «Historias de amor y viagra» y «El socialista sentimental» y los compara con estos libros y eso le reconcome. Porque fui una persona a la que apoyó, y pensó que iba a formar parte de esa orbita que le está lamiendo la polla todo el día(…) Umbral es un escritor lleno de talento y un escritor agotado. Tiró el talento a la basura porque quiso sustituir la calderilla de la fama por el oro de la gloria, perdón, al revés, el oro de la gloria por la calderilla de la fama».
Algo respondió Umbral en, Un ser de lejanías, pero de Prada volvió a la carga, «La tragedia de Umbral es que quiso ser Cela pero él íntimamente sabe que sólo es un epígono degradado de los prosistas de la Falange. Cela se batió el cobre para darle a Umbral un premio Cervantes, amañado, y lo hizo por amistad, por esa fuerza de obcecada ceguera que es la amistad. Umbral es el resentimiento del niño pobre advenedizo que no soporta que hagan obras de misericordia con él».
ROIG (Montserrat). Alta catalanía, dulce provenzalismo de su voz, Tiempo de cerezas. Siempre era en ella tiempo de cerezas. Vino a Madrid para hacerme una entrevista. Cuánta literatura derramada en su falda. Fue magistral y fina en las entrevistas, preguntona y curiosa como una niña. Luego pasaría a la novela. Transida de poesía en catalán y en castellano. La melena luminosa, la parla intelectuala y bella, las piernas largas, stradivarius, y nuestra soledad gótica bajo la noche catalana de Paul Morand, mientras Picasso dormía en calzoncillos bajo sus picassos y la Barcelona portuaria olía a fábricas y a Ilíada.
URRUTIA (Jorge). Poeta y profesor, como un nieto del 27. Poeta y erudito. Sus versos comunican limpieza, claridad, rigor. Le pusieron Jorge en homenaje a Guillén. Y se diría que el nombre del vallisoletano algo le ha transfundido de serenidad, exactitud e impecabilidad.
Jorge Urrutia es hijo del poeta Leopoldo de Luis, por lo tanto, sobrino de Umbral.
UMBRAL (Francisco) Nace en Madrid. 1935, y se cria en Valladolid, donde pronto destaca en sacar arañas de la hura, con un palo, cazar lagartijas, faltar a clase, robar el lazo a las niñas y hacerse pajas, peras, gallardas y gayolas. También aprende a mear muy lejos y remar en el Pisuerga, columpiar niñas (las mismas del lazo, porque son tontas o masocas), para verles las braguitas.
También ha practicado Umbral el magreo en autobús a mano tonta, el progresismo de derechas, la coña de los grandes estrenos, el cortejo de las marquesas, el llevar el chal a la mujer de otro y la amistad del whisky sin hielo, que queda más Bogart. Además de todo esto, ha escrito algunos libros y artículos.
Andrés Trapiello aparece en el Epílogo, Umbral comenta: «Poeta y ensayista. Autor de libros tan cultos, originales y bien escritos como Clásicos de traje gris o Las armas y las letras. Un nombre de la generación penúltima, erudito e irónico».
Trapiello en un Salón de los Pasos Perdidos, en el que titula Diligencias correspondiente a 2008 y publicado en 2018 menciona a Umbral, páginas 277 y 278, y nos dice, «escritor de prosa calcetín»; tenía, «lectores de dos perras que le jaleaban»; «homófobo»; «ni puta idea de lo que está hablando»; «es a la literatura lo que el herbolario a la medicina». Ahí queda eso. En el año anterior, o en el anterior al anterior, le había definido como, «uno de los últimos escritores del franquismo», que no sabemos que quiere decir, al menos le reconoció como escritor, algo es algo.
Última edición. Editorial Planeta S.A. Barcelona, mayo 1997.
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