1997

Dos libros, una recopilación y una novela, la última de los «Libros de infancia y provincia», Umbral no volverá a ese escenario.
Premio León Felipe a la Libertad de Expresión.
Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Premio Nacional de las Letras Españolas.

Editorial Planeta A. Barcelona, octubre 1997. Colección Autores Españoles e Hispanoamericanos. Tapa dura de editorial con sobrecubierta. 246 páginas. 21 × 13 cm.

Cita. Primera parte (El cine de mamá). Glorificar el culto de las imágenes, mi grande, mi única, mi definitiva pasión. Baudelaire.

Cita. Segunda parte (El estruendo de los héroes). No me gustan los héroes: arman demasiado estrépito. Voltaire.

Novela.

 

Ganó el II Premio de Novela Fernando Lara, en el Jurado: Eslava Galán, José Manuel Lara, Manuel Lombardero, Terenci Moix, Carlos Pujol y José Enrique Rosendo.

Última novela de tiempos y ambiente de posguerra, de las identificadas como «novelas de la adolescencia y de Valladolid». Años cuarenta, Hitler va perdiendo su guerra que también es la de todos.

Un narrador adolescente sin nombre —aquí no le llama Francesillo— de padre fusilado en la guerra civil —por rojo— y una madre vagamente enferma.

Valladolid, la España del hambre y de la Ley de Fugas. El cine Espronceda y mamá, en cierto modo una pareja de novios. «Íbamos al cine huyendo de la tristeza del hogar, del rumor de la Singer».

Casablanca, con Humphrey Bogart, «se puede ir de esmoquin blanco y estar cabreado con todo el mundo», Ingrid Bergman, «regazo amplio, una belleza joven con caliente calidad de madre» y La Marsellesa que, «sonaba así como a cosa de rojos, a exilio, a soledad, a libertad, a Europa»; Capitanes Intrépidos con Spencer Tracy, «nos emocionaba a mamá y a mi»; El forastero con un Gary Cooper, «demasiado bueno, demasiado noble, demasiado pacífico»; Gilda con ladrones elegantes, «lo que yo quería ser: el ladrón exquisito, fino, con espada sutil…», un Glenn Ford algo paleto y Rita Hayworth, «bellísima e insoportable tristeza de mujer; Caballero sin espada, con James Stewart y Abraham Lincoln; Historias de Filadelfia, con un ladrón cínico, «yo quería ser un cínico»; Larga es la noche, una epopeya del ladrón y otras.

Hollywood como un deseo, Hollywood como picaresca y como aprendizaje. Umbral cuenta el cine cómplice de mamá que de vuelta a casa ayuda a conversar con ella de la película, de la vida. Por medio otras historias: la complicidad de la abuela, las historias de los amigos, la del trabajo en el banco —o en los reaseguros—, la de Liria, de catorce, «más que alta era larga», hija de un falangista voluntario de la División Azul que regala al protagonista un completo y necesario amor pasional; la de Regla, de la Sección Femenina de la Falange, chica topolino y fugaz; la de Monse, nieta o bisnieta de don Wigberto, de ciento tres años, el rico de la ciudad.

La madre después de una temporada en cama se va a la ciudad de las catedrales de cristal, «me besó muy blanca, se fue muy blanca, se me escapó muy blanca, y tanta blancura me dio miedo».

En la segunda parte el protagonista, ya solo, es la forja de un rebelde que ejerce de ladrón y algo más en algunas historias —desfalcos semanales en la cuenta corriente de don Wigberto— que carecen de realidad, mientras, el protagonista, recibe cartas de mamá que no lee pero admira la letra del sobre azul. Terminado el aprendizaje y la picaresca, con experiencia, convertido en un ladrón seguro de sí mismo y de su oficio el protagonista se va a Madrid a triunfar. Concluye la historia.

 

LEVÍTICAS CIUDADES de la España. Llamas rampantes devorando escudos. Campos de tierra por donde pasó la trepidación de la Historia, el estruendo de los héroes, dejando un reguero de silencio que todavía dura. Ríos grandes de paso sosegado, pinares como pagodas de lo verde, todo un clima de tiempo y de nitrato. Plazas grandes, poblachones, una gracia herreriana y militar en la alta piedra, la sombra gótica de algunas torres, un siglo xviii que nunca existió, los colegios barrocos y las gárgolas, el sol, como un hidalgo, paseando los viejos claustros. Una guerra civil de vez en cuando.

Casas donde vivieron los grandes de la picaresca, frondosidad barroca, Rinconete y Pablillos, adunación de las edades y los nombres, un siglo xvi de piedra y sol, regimientos de Alcántara, la geometría militar de los caballos, y seres de leyenda en casas de verdad, por esta cartografía se movieron infantes, por sus calles estrechas, comerciales, vive mi personaje, juega y mata, la picaresca no es un género, sino una constante española. El chico no tiene nombre porque los tiene todos, pero no es un símbolo, porque es uno que pasa. La literatura es una de las bellas artes. El robo, el crimen, es noble y atroz por que viene de la caza primitiva. Hay otro hombre rampante en cada hombre. Mi personaje, lampasado de cines y de hambres, quiere vivir en el otro que él es, en el hombre interior y carnicero, el que roba y saquea ya con buenas maneras. Pero hubo una posguerra que le explica. Las guerras no son sino arqueología abrupta: desentierran los grandes muertos y las cultísimas piedras. Mi personaje no se quiere héroe, odia con Voltaire, a quien no conoce, el estruendo de los héroes: militares, falangistas, poderes terrenales.

Guerra, posguerra, cine, historia, muerte. Hay un placer primario y muy culto en el saber robar. Robar requiere buenos dedos, como tocar el violín. Y una cabeza rápida. Mi personaje pudiera ser un Francesillo de Zúñiga pasado por el cine. Un Guzmán de Alfarache con menos letras. La posguerra le ha lanzado al estraperlo como el mar arroja piratas a los puertos peores. Ante la pureza mártir de la madre, bajo su sombra blanca, lo que va haciéndose —en acto, no en palabras— es un artista de la vieja cultura del robo.

Él no sabe de quién viene. En aquella ciudad de entonces vivaqueaban los nuevos pícaros de un imperio que solo lo era de sangre y retórica. Hay un clima de posguerra que para unos es autobiografía doliente y para otros es ya acerba literatura interminable, incuestionable. Gibraltar español y las piernas de Gilda, violadas de almagre. Franco, Eva Perón, las moscas de la guerra trajeron el virus de la polio. Un párvulo del crimen habita en un sombrajo, en un llamear de perros mordedores. El río se lleva a las muchachas y la sangre a los no nacidos.

 

Última reedición: Planeta DeAgostini S.A. Barcelona, abril 2000.


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