2000

Dos libros: una mala novela y unas memorias.

Premio de Literatura en Lengua Castellana «Miguel de Cervantes» año 2000. Fue finalista el poeta y profesor de literatura Carlos Bousoño (Boal, Asturias, mayo, 1923) que había recibido en 1995 el Premio Príncipe de Asturias de la Letras.

El jurado se reunió el 12 de diciembre, lo presidió Víctor García de la Concha, director de la RAE, fueron miembros: Jaime Posada Díaz, director de la Academia Colombiana de la Lengua, Jorge Edwards, premiado el año anterior, García-Posada, Camilo J. Cela, Santiago de Mora-Figueroa, Salvador Pániker, José Hierro, Alonso Zamora y Gregorio Salvador.

Elección complicada, fueron necesarias diez votaciones y cuatro horas de debate. Los candidatos eran: Mario Benedetti, Ana María Matute, Juan Marsé, Álvaro Mutis, Tito Monterroso, Nicanor Parra, Carlos Bousoño, Arturo Uslar Pietri y Francisco Umbral, tras varias votaciones quedaron cuatro candidatos: Ana María Matute, Carlos Bousoño, Uslar Pietri y Umbral; luego tres: Carlos Bousoño, el venezolano Uslar Pietri y Francisco Umbral; finalmente dos: Carlos Bousoño y Francisco Umbral.

En una de las votaciones finales Bousoño logra cinco votos, Umbral cuatro y hubo una abstención. Alguien, quizás Cela, comentó que el premio debía otorgarse, en todo caso, por mayoría absoluta (mitad más uno de los diez miembros) y que no era posible la abstención. El jurado admitió la observación repitiéndose la votación, tras más votaciones, gana Francisco Umbral por seis votos contra los cuatro de Carlos Bousoño. Dos miembros del jurado, a última hora, cambiaron el voto.

Existió polémica. La secretaria de Cultura de la ejecutiva federal del PSOE, Carmen Chacón, solicitó la comparecencia en el Congreso de la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, para explicar la concesión del premio, Chacón diría, «la propia institución del Cervantes necesita que alguien limpie su nombre, Umbral es un excelente escritor, pero nadie debe pasar a la historia del Cervantes de esta manera». Desde la visión política el asunto quedó ahí, la ministra de Cultura no llegó a comparecer en el Congreso, aunque tuvo que responder a una pregunta del BNG afeando que el Rey, en el discurso de entrega del premio, dijera, «Nunca fue nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se obligó nunca a hablar en castellano; fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyos, por voluntad libérrima, el idioma de Cervantes».

La polémica continuó a otro nivel, el 10 de enero del 2001 El País publicaba un artículo de Juan Goytisolo titulado «Vamos a menos» que se inicia así,

«La decisión del jurado del Premio Cervantes el pasado mes de diciembre prueba de modo concluyente (por si hubiera aún necesidad de ello) la putrefacción de la vida literaria española, el triunfo del amiguismo pringoso y tribal, la existencia de fratrías, compinches y alhóndigas, la apoteosis grotesca del esperpento. Sí, Spain is different, y lo es sin remedio. Las vehementes declaraciones de amor del laureado, de un amor que, a diferencia del de Wilde y Gide, sí se atreve a decir su nombre, al secretario de Estado de Cultura (“¡Ay, mi amor, cuántas cosas te debo! Me has hecho un hombre. De verdad que estoy con vosotros. Cuenta conmigo para lo que quieras”); sus expresiones chulas e insultantes respecto a los otros candidatos, entre los que por fortuna no me hallaba yo (“Ahora sí que les hemos jodido bien”, “¡esto es la polla!”); sus muy rendidas gracias a quienes “se lo han trabajado [el premio] a muerte” (su padrino, José Hierro y el crítico estrella de este periódico [Miguel García-Posada]) resultarían inconcebibles en otro país. En la flamante España que va a más, la ignorancia, desfachatez y venalidad reinantes permiten galardonar no a Valente, sino a don José García Nieto, pues en razón de la ausencia casi general de criterios de valor, todo vale. En corto, la cultura ha sido sustituida por su simulacro mediático y nadie o muy pocos elevan la voz contra ese estado de cosas. La resignación y el conformismo con los poderes fácticos reinan en el campo literario como en los felices tiempos del franquismo.»

Otro Juan, Marsé en este caso, no citado en Diccionario de Literatura, tampoco se quedó corto, «Este premio es la culminación de la prosa sonajero en el mundo madrileño. Que suene, pero a mí me interesa la imaginación creadora al servicio de la ficción literaria, no los fuegos artificiales de la lengua y mucho menos ese manierismo castizo y ese tan celebrado tintineo verbal del desmesurado ego del señor Umbral, un pozo de vanidad que ofende la memoria de la tradición novelística española».

Ningún escritor, con excepción de Cela, acudió al solemne acto de entrega del premio Cervantes en el paraninfo de la antigua Universidad de Alcalá de Henares el 23 de abril de 2001, día de las letras, día de Cervantes. En la ceremonia el Rey Juan Carlos I concluyó su discurso con estas palabras,

«Hoy honramos a la literatura y a la lengua española en la persona de uno de sus más brillantes cultivadores contemporáneos, Francisco Umbral, que ha enriquecido nuestro idioma con acento personalísimo, transfundiendo al lenguaje literario el lenguaje de la calle, acercando los registros culto y popular, haciendo de su ritmo y construcción andaduras de seda por las que discurren sus imágenes y sus intuiciones del mundo.

Umbral levanta cada día, desde hace ya cuarenta años, un periodismo de calidad, por el que circulan la ambición y las intuiciones de la mejor literatura, y a la vez alumbra libros perdurables —novelas, memorias y ensayos— como «Mortal y rosa», «El hijo de Greta Garbo», «Trilogía de Madrid», «Leyenda del César Visionario», «Larra, anatomía de un dandy», además de muchos otros, más de cien, tan hermosos como a veces inclasificables.

Umbral es, él sólo, toda una biblioteca, todo un universo, al gran modo español, que sabe ser generoso y dadivoso. Es siempre escritor, a todas horas y en todo lugar. La literatura ha sido para él una vocación y una pasión. Nadie más lejos que Umbral del escritor accidental, ocasional. Toda su vida está presidida por el fervor de la literatura, por la voluntad de cifrar en palabras la compleja realidad del mundo.

El mundo se diría que está para ser escrito, y Francisco Umbral lleva escribiéndolo, descifrándolo, desde que era adolescente en su adoptiva ciudad de Valladolid y en su juventud y madurez madrileñas.

Por la extraordinaria riqueza de su escritura, por su condición de gran creador de lenguaje, por la tensa belleza con que nos ha conquistado a través de su palabra, Francisco Umbral se merece nuestra gratitud.»

A continuación, Umbral leyó un discurso en donde Cervantes, el Quijote y Sancho son protagonistas.

 

“Un hidalgo y un fantoche llenos de sol y de viento”

Señor. Señora. Dignísimas autoridades. Señores académicos. Queridos Amigos. Yo, como don Quijote, “me invento pasiones para ejercitarme”. Esta gentil declaración de Voltaire encierra, me parece a mí, la más fina y sutil interpretación de Cervantes. Porque Don Quijote no está loco y Cervantes mucho menos, eso lo sabemos desde el principio del libro. Don Quijote es hidalgo cincuentón y soltero que, llegado a ese ápice de la vida, decide pegar el salto cualitativo y cambiar la realidad de los libros por la irrealidad de la vida, mucho más palpitante y vibrátil de lo meramente escrito. Don Quijote principia, o casi, por hacer realidad una metáfora, los molinos que se parecen a los gigantes, y arremete contra una realidad literaria que le desbarata, como tantas otras le van a desbaratar a lo largo de su nuevo camino. Pero aprendamos esto: que Don Quijote nunca se enfrenta sino contra metáforas del vivir, desface alegorías y yangüeses, o reposa en unos duques, de modo que la locura empieza con la realidad y no antes. Voltaire vio bien que el hombre en madurez o pega ese salto que digo o le coge ya la postura a la vida, que es la muerte, y no dará más de sí. Don Quijote acierta con ese momento en que se cambia de vida, de cabalgadura, de compañía —Sancho Panza— de curas y bachilleres, de dueñas y sobrinas, del mismo sol en las mismas bardas. Los libros que leía le estaban hurtando a la poesía de la acción con la poesía poética y mala de la dicción. Así que incluso se inventa, entre las pasiones militares y andantes, una nueva pasión amorosa, una moza lejana que viera en mercado, dejando que el propio amor la ascienda a princesa. […]

España dio el salto quijotesco, porque Don Quijote es la metáfora de España, sí, pero no en el sentido festival y dominical en que lo dicen quienes suelen. España se inventa pasiones para sobrevivirse a sí misma, para ser algo más que una majada bien regida y una provincia del latín que llamaremos castellano. La pasión de América, la pasión del Imperio, la pasión de Europa, la pasión del mundo mueven Españas y nos ponen a la cabeza del siglo, de los siglos. Hay una luz monárquica y difusa alumbrando las batallas, y hay una luz popular y ambiciosa embriagando a las gentes. España todavía no tiene agujetas de Imperio sino que quiere llegar a Carlos V, quiere escorializarse en Felipe II, quiere parir su gran Barroco, del que viene preñada, porque la pasión de España, antes que mística o ambiciosa es una pasión creadora, un movimiento de plebes y reyes hacia la expresión tectónica y violenta de eso que Stendhal definiría como el último pueblo con carácter propio que le queda a Europa. […]

He ahí la herencia de Cervantes, el hombre que puso España patas arriba, vio arder la cultura vieja y murió con el sol en las bardas como su personaje. Cervantes es la modernidad por todo lo que se ha dicho y por sus dos máquinas de guerra: un hidalgo y un fantoche llenos de sol y viento. Con sólo esa artillería pone en pie las Españas, deja la revolución por donde pasa, un rastro de justicia, de ley, de reinado, que serviría de regocijo a los lectores, pero ese regocijo es curativo y predispone, como vemos, a mayores mudanzas. El hombre que se inventa pasiones para ejercitarse, encuentra luego en la vida que esas pasiones son reales, que Dulcinea existe, siquiera como Aldonza, y que la renovación personal y total hay que hacerla en serio. Cervantes empezó ejercitándose contra sí mismo y acaba por ejercitarse contra los demás, trastornando todas las vidas por donde pasa e incluso escribiendo una segunda parte de su libro porque follones y malandrines se lo piratean y porque la España oficial u oficinesca le resta el prestigio ganado e ignora la validez de su reforma. El autor se inventa un segundo libro sobre el que ya escribiera, como se inventa una segunda vida erguida y atroz, por sobre su vida de soldado, alcabalero, palaciego frustrado y pobre hidalgo manchego. Antes que los grandes de su siglo rompe con el compromiso burgués de la literatura y saca una novela que Unamuno llamó Biblia de España. Cervantes es vanguardia, como vanguardia es rebeldía y como rebelde deja herencia. Nadie en nuestra entraña progresista ha renegado de él, aunque muchos lo hayan utilizado como tintero de oro de sus escribanías inquisitoriales.

Sólo tenemos el presente, los hombres templados, y presente purísimo, activísimo, es la vida de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza, con sus caballos y rucios. Sólo a eso hemos venido aquí. A conquistar el presente para todos”.

Planeta S.A. Barcelona, febrero 2000. Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Rústica tapa blanda con solapa. 195 páginas. 21 × 14 cm.

Dedicatoria. A Inés.

Cita. Es la hora sagrada del regreso. Miguel Hernández.

Novela.

 

La protagoniza y la narra Asís, un socialista, quizás sentimental, quizás romántico, que cuando ve a Rafael Alberti en una fiesta del PC se cree que es Federico García Lorca.

Libro raro. Más allá de una alabanza (ovación cerrada) al socialismo comprometido de siempre y de una dura crítica al del momento (felipismo), resulta difícil explicarse que es lo que pretendió Umbral con esta novela que es mero pasatiempo.

Umbral hace alarde del dominio del lenguaje desenfadado de Asís pero ese lenguaje popular y de la calle agota, se vuelve insufrible; cansan también las reflexiones de enseñanzas políticas bienintencencionadas del veterano amigo de Asís, Bustarviejo, “el Bustar”; por este círculo, por la anodina y cabreada Susan (la Susan), pareja de Asís, y por La Getafe, una puta, transcurre una novela que no concluye nada. El peor libro de Umbral.

«Saco mi novela El Socialista sentimental, con buenos augurios desde el principio por parte de …. Hubo un cocido dialéctico en Lhardy, que presentó Enrique Múgica con su solidez de siempre. Plus/Pino acusa en el libro un lanzazo al PSOE, pero nunca dicen que ese lanzazo está dado desde la izquierda real, IU.»

 

LA PRIMERA bronca política que tuvimos la Susan y yo, qué cosas, fue por una camiseta. Yo, aunque me esté mal el decirlo, siempre he usado camiseta de tirantes, desde chico, que decía el médico de casa que el sudor no es bueno que se enfríe sobre la piel, debe empaparlo la camiseta, aquellos médicos de antiguamente, sin seguro ni nada, sí que eran médicos, y en esto que la Susan, hecha una Juana de Arco, de modo que anda Alfonso Guerra haciendo la revolución de los descamisados y tú por ahí en camiseta, vaya un socialista de mierda, pues sí que me he casado yo con un descamisado de los cojones, espera, mujer, si es sólo por el invierno, mira, lo cual que no se daba a razones, todas tus asquerosas camisetas se las voy a dar al trapero, cuando pase, y olvídate del tema, machirulo, pero mujer, ahora con el socialismo, ya no va a haber traperos, que ésas eran profesiones parasitarias, lo dice en los informes comerciales del banco, que lo traen todo y le están ayudando mucho a Felipe, los banqueros, o sea, a hacer un Estado fuerte, y en esto la Susan, que parece tonta pero las ve venir, huy, la Susan, ésa ve crecer la hierba:

—No me gusta a mí un pelo que Felipe ande en tratos con la banca, aunque seas del oficio, los bancos no regalan duros a cuatro pesetas y lo que le den al socialismo se lo cobrarán mañana crecido y aumentado, parece mentira que estés en el tema y no hayas caído, descamisado.

La Susan llevaba razón, no creas, digamos que cierto busilis sí tenía su explicoteo, en la sede del partido, que voy yo algunas tardes a codearme con los compañeros, nos habían dicho que esto era la nacionalización de la banca, la revolución del puño y la rosa, y ahora resulta que, nada más ganar por goleada, los jefes dándose el pico con mis jefes, el pico y la lengua, como decía la otra tarde Bustarviejo, que es un socialista histórico de los de antes, y habla sin pelos en la lengua. De modo que me quedé pensando lo que había dicho mi señora, o sea la Susan, y con la camiseta ocean en la mano, o lo que sea, sin saber si quitármela o ponérmela, que a Marlon Brando le he visto yo en camiseta en la tele, algo de un tranvía, y eso con ser Marlon Brando, me miro el torso en el armario de luna, regalo de la madre de Susan, una antigualla que no pega en esta casa, en este adosado, pero hace su servicio, me miro el torso y no me veo mal cuerpo, habrá que lucirlo, que la Susan es capaz de mearme la cama si me presento en camiseta, lo del torso aprendí a decirlo de ella, que en casa a lo de los hombres le decíamos tetillas, pero llega la Susan y se pone que lo moderno es el torso, los hombres tenéis torso y las mujeres tenemos tetas, qué pasa, me encantan los torsos de los tíos, tú qué sabrás, y déjate de tetillas, que no has salido de las faldas de tu madre, eres un niño falandero, vergüenza debería darte, a fin de cuentas he ganado unas elecciones, pero he perdido una camiseta, no hay mal que por bien no venga, y la Susan erre que erre, los socialistas tenéis torso, tetillas tienen los señoritos, qué risa tía Felisa.

 

No reeditado.


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