2001-2007

Tras el Cervantes, Umbral, 68 años, no tantos, se deja llevar y sosiega su producción. Nueve libros en siete años, cuatro de recopilación, dos de memorias, un diario sin fechas, un ensayo y una novela, Los metales nocturnos, que es memoria disparatada de un tiempo añorado o no olvidado. Destaca Un ser de lejanías, escrito en la inmediatez de la polémica del Cervantes y en donde se ve «guerrero cansado» que bien podría ser escéptico; cansado de su protagonismo, cansado de los otros, cansado de una tribu que ha sido, estaba siendo, excesivamente crítica e injusta. Ellos sabrían por qué. A Umbral, algo apagado le interesa ser, le interesa escribir y volver a decir.

 

2001

Tres libros, el diario sin fechas y dos de recopilación, el segundo dedicado por entero a escritores, a su pasión, a la literatura.

Editorial Planeta A. Barcelona, abril 2001. Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Tapa dura con sobrecubierta. 222 páginas. 23 × 15 cm.

Cita. El hombre es un ser de lejanías. Heidegger. (La misma cita aparece en Los males sagrados de 1973).

Memorias.

 

«Somos seres de lejanías, los hombres, no porque nos vayamos yendo lejos con la edad, sino que son las cosas las que se van, es el mundo que ya no nos queda al alcance de la mano. Todo está ahí, pero un poco más lejos». «El hombre es un ser de lejanías, como dijera el filósofo, porque vive del proyecto del pasado o la memoria del futuro, que sólo es el revés de lo mismo. (Y luego, la definitiva lejanía de la muerte.)»

«Aquí hago un diario sin fechas, un poco a fondo perdido, e incluso sin tema fijo. El tema soy yo, que dijo Montaigne».

Continuación cronológica de Diario político y sentimental, en tono más lírico. Incluye, página 112 y siguientes, el relato Domingo de invierno escrito un año antes en una antología de dieciocho autores con el título, “De Madrid … al cielo”, Editorial Muchnik.

Para algunos uno de los mejores libros de Umbral comparable, en cuanto a calidad, a Mortal y rosa. Puede ser, pero vemos al gran escritor de siempre. Lo inicia en septiembre de 1999, en el otoño de la parra roja de La Dacha, lo concluye en marzo del 2000, aun así, por medio escribe, «esta mañana de agosto, cuando la luz es todavía verde».

Resulta sincero, también intimista (excepcional el retrato de su día a día, de su vida con M. «dos viajeros solos, sin tripulación, dejando que la barcaza se adentre cada día en el corazón de las tinieblas»). Explica cómo se siente y como se ve, «soy un amortajado en tinta impresa, soy momia de otros libros y de los míos»; «lo que veo es un guerrero cansado y la sombra de un adolescente que quiso ser esto»; «una vida de escritura que a mí mismo me avergüenza»; «no hablo ni escribo para convencer, sino para fascinar. La literatura no es pedagogía, sino magia», también cuenta que carece de autoridad sobre la tribu, algo que no vemos cierto. Lo de “cansado” ya nos lo decía en 1975, Diario de un español cansado.

El fluir del tiempo. Lo que le duele a Umbral es la tristeza de una determinada incomprensión, aun así, se reivindica de las cuchilladas nocturnas de la tribu literaria, «La única realidad, la gran paz dentro de esta tribu es la paz laboral de sentarse al sol, a la puerta de casa, a escribir sobre la belleza del mundo, de una mujer o de una palabra. Sin rencor, o purgado de todos los rencores por las enseñanzas de la edad, uno escribe su escritura, escribe la escritura, como la vieja que en cuclillas hace el guiso pobre para los perros, sin saber siquiera si pasarán los perros a comerlo. Basta con el placer de guisar … la batalla de la cultura sigue por ahí fuera, con ruido y furia, cada vez más lejos de mí, que escribo el escribir como el pintor abstracto pinta el pintar, luz gloriosa que amo, inicial o final, de una prosa o de un lienzo que ya no dicen nada, sino que son. Que mi palabra sea y yo me coma el guiso de los perros». Mejor imposible.

 

CÓMO se agradece un septiembre a cierta edad. Tarde de sol frío, naufragios silenciosos por el cielo, un viento como una música que no suena, pero emociona las mejillas, un sol redondo y fuera de órbita como una luna equivocada. Las lluvias voluptuosas de este año han puesto verde lo verde, de un verdor intenso y sólido, de un verdor como yo nunca había visto por aquí. O ha nacido un verde nuevo o a determinada altura de la vida se descubren colores, se alcanza al fin la intensidad de la vida, el rubor del planeta, que es verde.

Me resisto a la cuenta atrás o adelante de los años, de los tiempos. No hay otra salvación que el presente, el presente es todo mío y me moriré en presente, con este viento alto, marinero en seco, este sol intemporal y este lujo de verdor que debe tener incendiados y alegres los cementerios.

Vive el presente en el jardín, coronado de pinos y de nubes. Aquí dentro, en casa, los periódicos y los libros, el trabajo y los papeles son un pequeño mundo por donde se ve correr el tiempo. La naturaleza, afuera, es inocente en verde, ignora el tiempo aunque ella sea el tiempo.

Hay bloques de presente a la deriva, en los océanos del cielo. Contra lo que suelo observar, el tiempo y el clima se han desgajado lo uno de lo otro. Cómo se agradece un septiembre a cierta edad. Porque cualquier septiembre es el eterno retorno de septiembre, el eterno retorno de uno mismo. Yo me siento volver con las estaciones, estoy siempre en rotación, vivo dentro del clima y vuelvo a encontrar— me bajo el pinabeto o el alto ciruelo donde estaba hace un año, y septiembre, como un oso con frío y amistad, me devuelve todo lo mío: castañas locas, rosas fatigadas, perfumes que me olfatean como esbeltos galgos, abrazos del viento y piñas de verde pesantez. Los árboles siempre te regalan cosas. Serían nuestros abuelos centenarios si no fuesen tan actuales.

Pero dejo el presente en su soledad purísima y sin pájaros, y vuelvo dócilmente a entrar en la corriente doméstica del día, del año, del siglo. Me siento presentismo, que no es igual que eterno ni quiere serlo.

O eso creo.

 

Última reedición: Editorial Planeta S.A. Barcelona, noviembre 2003.


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