Editorial Planeta S.A. Barcelona, abril Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Tapa dura con sobrecubierta. 220 páginas. 23 × 15 cm.
Cita. La memoria esa fuente del dolor. CJC
Ensayo.
Empezado a escribir en vida de Cela, concluye con la muerte del amigo. Lo de “cadáver exquisito” suena surrealista, pero él, Umbral, también se ve cadáver exquisito, «Cadáver exquisito mordido por raíces, cadáver exquisito que sigue echando firmas. En eso terminamos, en eso he terminado, soy un hombre que suena en los labios callados, soy un proyecto vago de leyenda sin gente… Yo sé que así me ven, me mira todo el mundo como un largo cadáver que quiso ser exquisito, pero advierto en los besos, en los ojos de todos, un aire funerario, una sonrisa triste, una condescendencia con la muerte.» Ya sabemos lo que significa ser «cadáver exquisito»
Llegado a Madrid, 1961, Umbral conoce a Cela, mascarón de proa de la literatura, que le invita a Palma, desde entonces años de convivencia y amistad que se iniciaron con un inmediato apoyo a un escritor que había que mostrar. Cela publica en su recién Editorial Alfaguara (1965 y 1966) tres de los cuatro primeros libros de nuestro escritor, paternidad literaria que Umbral no olvidó. Hay que reiterarlo, Delibes, García Nieto (el mejor amigo de Cela) y Cela son los escritores que apostaron los inicios poco dudosos de un Umbral que enseguida voló sólo. No se equivocaron.
En 1991 Cela escribía, «Francisco Umbral me parece un escritor de cuerpo entero, un creador del lenguaje, un buceador del último y más recóndito sentido de las palabras: Pienso que posee el incalculable tesoro de tener luz propia, que es la condición indispensable para poder hacerse un sitio en ese confuso mundo que se llama el Parnaso.»
El libro se divide en dos partes, (I) La Vida y (II) La Obra, leídas se entremezclan. Gran libro que muestra con detalle al torrencial Cela y su difícil literatura.
De la vida de Cela, a diferencia de otros ensayos de escritores, cuenta mucho, cuenta sus casas, sus premios, sus amores, su Academia, sus agnósticas ideas políticas, su patriotismo, sus ambiciones (triunfar, volver a triunfar y triunfar), su dandismo, su capacidad de trabajo y su voluntad «El que resiste gana». Cuenta de todo, cuenta que, a Camilo José Cela, niño mimado, listo y faltón (cuando niño), era un burgués liberal/conservador que descubre la España de albañal y pobreza; que a Cela le caracterizaba una personalidad segura, autoritaria pero con un toque de distinción, que «comunicaba optimismo, ganas de vivir y de escribir», «alegría natural y una avidez de existir». En definitiva, un «profesor de energía» nos dice, energía que los años fueron apagando, algo que Umbral no llega a entender, o no quiso entender, hay líneas injustas de la vejez del Nobel.
De su literatura también explica todo, nos muestra a un escritor que, con su primer libro, La familia de Pascual Duarte, publicado con treinta y cinco años, llega a una cima de la que no baja. Umbral, disecciona uno a uno los libros de más referencia, nos dice que las novelas de Cela carecen de argumentos y que ahí descansa el vanguardismo experimental de un escritor que intenta una renovación permanente y desconcertante en su estilo y la fórmula en cada libro. El gozo de la escritura, su perfume y la cultura de las cosas. El sabor de la canela. Aun así, Umbral es crítico con esa creación en libertad y nos dice que Cela cayó en la trampa de un excesivo vanguardismo, en la antinovela. Oficio de tinieblas 5, Cristo versus Arizona o Madera de boj son ilegibles. Del Nobel como articulista también comenta y nos dice que sus artículos son, «una losa de palabras en latín y castellano viejo, más algún chiste erótico, porno o disolvente
… de ahí que los artículos, crónicas o columnas se le vengan abajo solos», más adelante señala, «son fallidos y desorientados» (incluyendo los de juventud) y que Cela lo justifica diciendo que no hace artículos, que hace «otra cosa» que no sabe lo que es.
En el final del libro se arrepiente de las reflexiones anteriores y nos cuenta que los artículos semanales del maestro en el diario Informaciones (1970-1976) recopilados en Los sueños vanos, los ángeles curiosos «están todos cargados de amena plenitud, de oportuna erudición, de sobrio humor, de singular prosa …». Cal y arena.
El libro concluye con un Epílogo escrito el mismo día de la muerte de Cela, lo finaliza así, «Camilo José fue el padrote ilustrado y veraz de mis penúltimos y mejores tiempos literarios. Alguna vez iré a Padrón bajo ese olivo encorpachado donde le enterraron. Un olivo centenario que habiendo vivido un siglo nos acoge y nos reúne a los dos. Eso espero». La última página es un poema.
Qué grieta de hombre, tremedal caído,
cómo colmó su siglo a manos llenas,
él sí hizo de la prosa
otra cosa.
Qué sola la mañana sin memoria,
las cosas vagan como peces altos
porque ya su palabra no las fija.
Perdimos el color de la mañana.
Hoy el 98 al fin se muere,
nadie sabe decir que hay sol de enero.
La bonhomía del árbol derribado
extiende sus liturgias por el tiempo.
Ya no está ni en sus libros, lento muerto,
sólo está en esa espada a la que abraza,
ese idioma brutal y castellano
al que dio sutileza, finas flores
y le puso domésticos pianos
para meter un tigre en cada libro.
Profesor de energía, como el otro,
nos enseñó a vivir en hombres libres,
su violencia pacífica edificaba el tiempo
y su silencio de hombre primitivo
iba dejando ideas y dibujos,
un reguero de dioses por el mundo.
Cómo crece el silencio a cada paso
cuando su muerte es ya definitiva,
las palabras sin nido de árbol viejo
habitan la distancia entre los vivos.
Y yo inicio ahora mismo, esta mañana,
mi aprendizaje de caligrafía,
pues todo se ha borrado, como un ángel,
hay un hueco en enero, un día sin falta.
Los párvulos de España le recitan.
Atrio
ESCRIBO este atrio después de haber hecho el libro, como es costumbre. Los atrios o prólogos anteriores al libro quedan siempre desmentidos por éste, para bien o para mal. Quiero decir que desde mi atrio veo bien la vida y la obra de Camilo José, un maestro en mi vida con el doble magisterio de la sabiduría y de la cercanía. Porque viviendo con Cela se aprendía a vivir, ya que él fue sobre todo un ser viviente, más viviente que los demás hombres por más incardinado en las cosas, de las que fue apacentador. En este libro hablo de eso. Cela y las cosas es un capítulo que podría ser todo el libro. Lo que se quiere significar, antes de que la memoria se me vuele mientras él muere, es que Cela era un genio del vivir y del escribir viviendo y del vivir escribiendo, y en esto es donde queda portentoso, aunque no lo hayan dicho nunca los críticos, que no suelen decir estas cosas.
Algunos ingleses saben que, en la historia de la cultura, siempre hay dos corrientes fluyendo: la corriente clásica y la corriente renovadora. Es decir, la literatura tradicional y convencional, que es pensamiento sobre lo ya pensado, y la literatura vivida o por vivir, que es la que se improvisa cada día en cada creador. Ambas corrientes conviven pacíficamente en la sociedad, pero nosotros sabemos que el bando de los genios, de los inventores, de los reveladores, y hasta de los rebeladores con be, es el bando de los vividores improvisados que persiguen la musa de cada mañana, bien sea la criada que trae el café o el desnudo problemático de Picasso. Solemos decir que ya no hay revoluciones y es porque la revolución, en el arte, se está haciendo siempre. A eso lo llamamos vanguardia para quedarnos tranquilos, pero no es sino la única forma de vivir y crear al mismo tiempo, de crear la propia vida. Así vivió y escribió Camilo José Cela, asustando palabras como se asustan las palomas en el parque y sorprendiendo a los lectores con el fabulismo del vivir y la renovación de las palabras, de las imágenes, de las metáforas, de las cosas.
Con todo esto quiero decir que Cela no era eso que se llama un escritor de ideas. Tenía cuatro ideas, pero muy claras y sensatas, muy bien distribuidas y que le sirvieron para manejarse toda su vida. Era el artista puro, el creador impuro, el que no se detiene a pensar las cosas sino que primero las hace y luego le da pereza pensarlas. Ahí queda eso. Los cínicos, los surrealistas, los paradójicos, Goya, Rimbaud, el citado Picasso, Pío Baroja, etc., trabajaron así. El otro caudal, el del clasicismo mansueto y el pensamiento lógico va dando sus complacientes frutos de postre, pero no era eso lo que quería el antiacadémico Cela, aunque persiguiese mucho la Academia.
Por dentro o por fuera llevaba un inglés materno que le servía para disimular muy bien sus arrebatos interiores de hombre hecho de hallazgos, pero yo sabía que Cela se negaba a escribir novelas convencionales, con planteamiento, nudo y desenlace, porque lo suyo era la creación libérrima y el asustarse a sí mismo de lo que acababa de escribir. Por eso necesitaba fórmulas más libres, o sea la abolición de las fórmulas, para dar suelta a su escritura inspirada, gozosa de vivir, habitada por las cosas y caritativa con los hombres. Le conocí en 1965, cuando me lo presentó José García Nieto. Enseguida me publicó tres libros y quería hacerme director de una revista. Calculaba a los hombres al primer golpe y nunca se equivocó […]. Cela es el último barroco de la prosa española, escribe mareado de ideas y de palabras, de imágenes y de ocurrencias. Ni los críticos ni los estudiosos ni los catedráticos ni nadie han sabido valorar el torrente existencial de Cela, exigiéndole en secreto una coherencia pedagógica que él no iba a asumir nunca y un modo de novela mansueta a lo Pepita Jiménez o a lo Sotileza de Pereda. En eso estaban las letras españolas cuando Cela empezó a escribir. Ahora ha terminado. El domingo dio en ABC su último artículo, aunque quizá salgan otros por ahí. La última vez que le vi fue en las votaciones del Premio Cervantes. Me pidió que defendiese verbalmente a nuestro candidato, Fernando Arrabal, y después se limitó a decir: «Me adhiero casi con violencia a las agudas palabras de Francisco Umbral». En ese «casi con violencia» está el último rasgo de su estilo inconfundible y beligerante.
Última edición: Editorial Planeta S.A. Barcelona, enero 2003.
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