2003

Tres libros, un buen ensayo literario, una novela disparatada en el Madrid nocturno y canalla de sus recuerdos, será la última, y un libro de recopilación de curiosos artículos costumbristas de sus inicios.

Premio de Periodismo Mesonero Romanos, le entregó el premio Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, en la ceremonia de los Premios Villa de Madrid.

Recibe en el mes de noviembre junto a Adolfo Suárez el galardón “Castellanos y Leoneses del Mundo”, otorgado por la Junta de Castilla y León. Curiosamente Umbral nunca recibió el Premio Castilla y León de las Letras que se otorga desde 1984 y que lo han recibido escritores desconocidos.

Editorial Destino S.A. Barcelona, enero 2003. Rústica con 207 páginas. 23 × 15 cm.

Ensayo. Recopilación.

 

En la presentación del libro Umbral comentó, «Este libro nace del propósito de estudiar a los autores que constituyen mi licenciatura literaria». «El siglo XX nos dejó su cansancio y su escepticismo respecto a las grandes verdades y mentiras. Como esto es muy solemne, yo he metido unas ligas en mi modesto libro. No entiendo otra manera de hacer el ensayo que desde la ironía fina».

En la línea de Los alucinados. Literatura, pasión por la Literatura.

Precedidas de un artículo que titula «A qué llamamos Europa» en donde aparecen Virgilio, Leonardo, Napoleón, Boccaccio y otros, son cuarenta semblanzas de escritores europeos (los preferidos de Umbral), españoles incluidos, publicadas en ‘La Esfera’, suplemento de ‘El Mundo’ con el título, «Europas: semblanzas de escritores europeos». Se cuela Leopoldo Alas, pero es para comparar a Anita Ozores con la Bovary; se cuela Alejandro Sawa, aquí la semejanza es con Verlaine, otra historia.

Empieza con Cervantes y con su «entrañable y altivo hidalgo» que, «inventa pasiones para ejercitarse», sigue con todos, con su querido Baudelaire, que aunque con pelo verde, entiende que no puede ser sublime sin interrupción; con Kirkegaard, feo y existencialista, «la angustia es el miedo a la libertad»; Stendhal, que explica sus gatillazos y que, «es pura inteligencia incluso sin estilo»; Verlaine, aunque con cara de tabernero es, «la música, la música», con Verlaine Umbral aprovecha para explicar la alternativa entre música y metáfora y para decir, «la decadencia de Occidente y la deshumanización del arte no son sino consecuencia de haber perdido la música, esa música interior del poeta que todavía era místico de su alma o de su puta, y miraba hacia adentro»; sigue con Flaubert, que escribe Salambó sólo para dar una idea del color amarillo y que es el masturbador de la prosa y «el novelista del tedio provinciano»; Gide, «destellante artista absoluto» y escritor sin género; Proust, Oscar Wilde, Kipling, Rilke, Kafha y más. Termina con españoles en donde aparecen nombres inesperados: Gabriel Miró, Eugenio d’Ors, Pla, Cunqueiro y como guinda José Hierro, «un hombre que ha dicho la verdad de nuestro tiempo con palabras sencillas, siempre bajo el beneficio de la música, la rima, el fino oído gramatical de Rubén y Juan Ramón, su padre y su madre»

Un libro apacible, reflexivo y abierto que enseña y que nos ayuda a entender al Umbral lector. De nuevo su idea de la Literatura. Buen libro.

 

Gabriel Miró. La Luz

Nuestro siglo XX literario, en España, presenta numerosos mártires y confesores, pero el caso más callado y emocionante es el del levantino Gabriel Miró, una de las grandes prosas de la primera mitad de aquel tiempo español. Miró es como Azorín, sólo que todo lo contrario.

Quiero decir que aquel hombre de ojos claros y tristes, de cabeza hecha para las monedas y las estatuas, no recibió nunca ningún laurel porque se negaba a hacer vida literaria, política literaria, una cosa que es peor que la política misma. El maestro Azorín, generosamente, promocionó a su paisano, aún sabiendo que trabajaban en el mismo terreno y que, lo que en su prosa es sequedad, en Miró es abundancia de imágenes, visiones, metáforas y manatíos.

Claro que a Miró le tiraba más su pueblo, el meterse entre el carbón del sol a contar la nada que pasa en el espacio total, el sol de los lagartos y la gota de miel de los higos. Le tiraba más eso, digo, que los cafés de Madrid y la conjura de los premios. …

Miró es más artista y Azorín tiene más malicia literaria, vende mejor su producto, aunque el sombrajo de Miró aparece mucho más abundante de flores, frutas y palabras. La gran calumnia contra Miró dice que sólo sabía hacer prosa pero no historias, El obispo leproso, continuada en Nuestro Padre San Daniel, es una novela tan completa, tan perfecta, tan rica y madura que debiera figurar entre las mejores del siglo…

Un escritor completo, en fin, a quien la prisa de Madrid ignoró poque él no perdía el tiempo haciéndose una cabeza —ya la tenía— para pasearla por el Pinar de las Gómez. No se aseguró ni la popularidad mediante la amistad de los toreros ni se casó con una tonadillera famosa ni pegó bastonazos a nadie ni sacó la cabeza por aquellas fotos en pirámide donde cabía toda una generación bien almorzada. Miró era el pueblerino genial que escribió sobre el obispo con una anticlericidad mucho más profunda que la de Blasco Ibáñez, pero sin alaridos ni blasfemias, sino poetizando la lepra metafórica del hombre de Dios.…

A Miró no se le desprecia, sino que sencillamente se le ignora. Es esa bella lámina del libro de láminas que se nos traspapela entre dos papeles japonese. No estamos sobrados los españoles del grandes figuras del siglo como para postergar a este genio humilde de la academia del viento, que se murió pronto porque la vida

—o sea Madrid— no estaba hecha para él…

Miró aportó a nuestra áspera literatura el placer de leer, la música de la palabra, la palabra de la música, y no es un entomólogo, como Azorín, sino poeta… Hoy nadie da cuenta de él, ni los eruditos, ni los editores. Mucho menos los escritores. La ingenuidad de Miró estaba en su chalina y la infinitud de Miró está en los ojos claros que gustaban a las mujeres, pero Miró, en Madrid, ni siquiera tuvo mujeres.

 

No reeditado.

 

 


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