2003

Tres libros, un buen ensayo literario, una novela disparatada en el Madrid nocturno y canalla de sus recuerdos, será la última, y un libro de recopilación de curiosos artículos costumbristas de sus inicios.

Premio de Periodismo Mesonero Romanos, le entregó el premio Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, en la ceremonia de los Premios Villa de Madrid.

Recibe en el mes de noviembre junto a Adolfo Suárez el galardón “Castellanos y Leoneses del Mundo”, otorgado por la Junta de Castilla y León. Curiosamente Umbral nunca recibió el Premio Castilla y León de las Letras que se otorga desde 1984 y que lo han recibido escritores desconocidos.

Editorial Planeta S.A. Barcelona, octubre 2003. Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Tapa dura con sobrecubierta. 200 páginas. 23 × 15 cm.
Novela.

 

Nueva versión y últoma del Madrid nocturno. Metales nocturnos son la navaja y la pistola. La protagoniza y la narra Jonás un escritor veterano, quizás de izquierdas, acabado y en decadencia al que le acusan triunfar y que los intelectuales detestan. Mucho del último Umbral hallamos en Jonás.

Una noche de agosto/septiembre en un Madrid marginal y crápula. La atracción de la transgresión. Los placeres del sexo, la muerte como liberación.

Jonás, harto de autobiografismo romántico —vil autocompasión— sale en busca del tiempo perdido pues el presente rejuvenece y la memoria está podrida. El sueño de esa noche de verano es un autobús o tranvía (a veces un Rolls, a veces un Mercedes plateado, a veces un taxi) en donde, como en las novelas de Baroja, suben y bajan personajes sin que sepamos adónde van ni quiénes son, no nos enteramos, entre ellos los siguientes: Tomás Tomás, un tiradillo; el asesinado Juarecito de Oaxaca; Culo Rosa; Electa María Victoria, marquesa de algo en su palacete de muertos y de bailes flamencos, una giganta noruega; el Papa Julián; Onésima, de “La Celsa”, dulce pardala muerta de sobredosis; el Casino de Torrelodones; el alemán Hans y su coche rojovertiginoso; aparecen la policía, las lesbianas, los travestís, los picados y por algún sitio ciegas que chupan amorosamente el dedo gordo del pie.

Jonás, acusado del asesinato de Onésima, termina en la cárcel de donde no le apetece salir.

«Es una obra abierta, festiva, pese a su tono negro. Con ella, he querido dar una vuelta de manivela a temas ya tocados, ensayar distintas novelas, distintos géneros, estilos y escrituras.»

Jonás, ya de mañana, «amaneciendo septiembre», llega en taxi a desayunar casa de Umbral que le recibe entre magnolios y gatos, ahí le cuenta la aventura nocturna y nos dice, «Siempre hemos mantenido entre nosotros una relación profesional y generacional más bien fría, porque no es hombre simpático sino altivo ausente y ahora se ha convertido en un solitario». «Umbral está en decadencia como yo, pero ante ese hombre indiferente, envejecido y solo, que todavía lee periódicos, me siento pueril con mis aventuras de novela de las que no nos gustan ni a él ni a mí».

Envejecido y solo.

Publicada la novela a Umbral, en una entrevista, le preguntan, ¿Qué hay detrás de los altos y bajos fondos de la noche que retrata en su nueva novela «Los metales nocturnos»? —«Tras esa noche llega el día. La gente vuelve a la oficina y la ciudad se normaliza»; también comenta, «Necesitaba escribirla no por razones literarias, sino autobiográficas».

La excelente literatura no es suficiente. Los personajes canallas de siempre en las situaciones de siempre, aunque quizás más disparatadas. Más de lo mismo, las noches de Umbral las conocemos, han pasado 40 años y el Madrid de este libro recuerda El Giocondo de 1970, Sinfonía borbónica de 1987 y Nada en el domingo, de 1988. Se deja leer.

 

 

COMO un barco sumergido con los camareros y el reloj en su sitio, como un ámbito del pasado, como un café soñado por el gato del café, las losas blancas y negras del suelo, la grieta o pasillo hacia los servicios, las cocinas, algo, la noche en los espejos, el tiempo en el salón vacío, pero un tiempo cansado, usado, remoto, como algo dejado por alguien en algún sitio, abandonado, acodado yo en el mostrador, miraba el lugar como un acantilado de azogue que esperaba no sin cierto horror la próxima ola de mar, de agua, de tiempo, de gente, la ola que no llegaba, ah cuando el mar se para y ya no hay más, era como si una generación de clientes se hubiese muerto de golpe, o extinguido a su caer, de una manera natural y correcta, y la otra generación, la siguiente, no hubiese llegado aún, se estuviese retardando, y allí los camareros, los relojes y el gato sumergidos en seco, petrificados por el interludio; ¿a qué he venido yo esta noche aquí, por qué he salido esta noche a la noche, qué voy buscando, qué vengo buscando, qué espero ahora, con el whisky en el mostrador, con el whisky en la mano, vuelto hacia el paisaje corto y falso de los espejos, las nobles maderas y el pasado? ¿Para eso he salido a la noche, después de tanto tiempo, para saber lo que busco en la noche, lo que busco en mí, para reencontrar la vida o reencontrarme, para encontrar a alguien?, todo alguien sólo puedo ser yo, pero la aventura ha fracasado antes de empezar y aquí no hay nadie, nada. Ya digo, es como si esta noche hubiese muerto toda una generación de tomadores de café y tardase en llegar la siguiente ¿pero es que hay una generación siguiente, pero es que después de uno viene alguien, algo?

Tomás Tomás viene desde el pasillo/grieta de sombra, le he adivinado a distancia, Tomás Tomás, más viejo en su vejez, más delgado en su delgadez, más loco en su locura, más confidencial en la confidencia vacía de su vida, el pelo como un humo negro, manecitas de ladrón que nunca ha robado nada, rostro de pájaro que fuese zorrito, que fuese serpiente, que fuese especies, pero todas muy caducas, y la boca sin labios, y la dentadura toda de colmillos, y la amistad nocturna, antigua y jamás cierta:

—Bueno, puedo pedir un whisky ¿no? Yo tampoco vengo nunca por aquí, ahora he entrado a cagar, nosotros estamos ya en otra cosa, tú y yo hemos estado siempre en otra cosa, sí, el whisky doble, que invita el señor ¿no recuerdan al señor?, lo que te decía, en otra cosa, en el apartamento he dejado a una noruega muerta, la sobredosis, lo de siempre, Nesle, se llama Nesle, algo así como el chocolate, me recuerda el chocolate, qué asco el chocolate, después del polvo, ya sabes, la sobredosis, no quiero saber nada, tía, ahí te quedas, me voy a la calle, que es agosto, por mí como si te mueres, tengo coartada, los amigos de agosto, ahora debe de estar agonizando, tú eres mi coartada, yo estaba contigo, ahora, si te parece, nos acercamos un poco a ver a la muerta, es en la autopista, ya sabes, mi casa, podemos ver a la tía retorcerse en bolas, es gigantesca y tiene nombre de tableta, Nesle, no te jode, Nesle, la cosa tiene morbo, la conocí esta mañana en el museo, ya sabes que en el Prado siempre sale algo, la noruega inmensa echando los ovarios por la boca, en mi cama de castañas y periódicos, retorciéndose como aquellas mujeronas de Miguel Angel, la miramos un rato y nos abrimos, otro whisky, por favor, ¿me has invitado a otro whisky?, o si quieres le echas uno rápido, antes de que se muera, o mejor después, ¿te vienes a ver a Nesle? Pobre Nesle, tan grande y con su nombre de merienda…

 

No reeditado.

 


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