Editorial Planeta A. Barcelona, marzo 2005. Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Tapa dura con sobrecubierta. 221 páginas. 23 × 15 cm.
Cita. Madrid es moro. Ramón Gómez de la Serna.
Memorias.
Memorias periodísticas, así las llama, ante todo son literarias.
Aunque en algún libro tiene dicho que su primera pensión fue por Gran Vía, en este nos cuenta que fue en el barrio de Salamanca, que pagaba 75 pesetas mensuales con comida y cena incluida, que resultaba cara y que por ello se cambió al estudiantil barrio de Argüelles, un alto apartamento donde fue feliz.
Umbral, instalado en esa felicidad, vuelve a sus mitos, la literatura y sus tribus; la política y sus gentes; la vida y sus chicas, sus ligues.
Umbral, tras el paréntesis del año anterior, reaparece mandando, con frases concisas y breves de cabra loca en unas semblanzas y retratos que ya conocemos y que no nos importa que se repitan. De nuevo su Parnaso literario. Esta visión dogmática de los otros y de sí mismo, de su personaje y de su literatura —que entiende perfecta, o casi— es lo que algunos no le perdonan. O no entienden.
De García Nieto reitera lo dicho en Los Alucinados, «Me dejó el camino hecho para triunfar un poco o un mucho». Nos vuelve a hablar con cariño de los poetas y prosistas de la generación del 36, «En todos había el mismo desánimo de haber perdido una guerra que ganaron», vuelve a reconocer a la generación del 27, en especial a Guillén, al ensayista Dámaso, a Aleixandre «Creo que descubrí la escritura en los poetas del 27», también dice, «escribir poesía, o simplemente leerla, es uno de los menesteres más arrasadores que puede tentar al hombre.»
Habla de los periódicos, o los recuerda, (escribió en todos), nos comenta sus premios literarios y sus 125 libros que le glosan críticos y periodistas, aquí aprovecha para hablar de sí mismo, para reivindicarse, nos dice que Mortal y rosa es, «Mi libro duradero, total y memorable», más adelante, sin olvidar a Mortal y rosa, Umbral confiesa el curioso canon de Umbral, «Yo me reconcilio con Trilogía de Madrid, Los helechos arborescentes, Leyenda del César Visionario, que es mi novela de la guerra civil, texto inevitable en todo autor de mi generación. Entre mis libros de ensayo prefiero el brío del dedicado a García Lorca y la paciencia ensayística dedicada a Valle-Inclán». De Mortal y rosa en otro capítulo dice, «Hay unanimidad, esa unanimidad sincera que se da en la vida, pero no en la política, en torno a un libro mortal y rosa donde dejé rubricada para siempre la muerte y la rosa, la infantil muerte color de rosa».
Umbral dice mucho en estas Memorias, pero en algún lugar escribió, «He dicho millones de palabras, las he escrito, me las han leído, me las han comprado, pero mi palabra sigo sin decirla. La tristeza simple, la soledad sencilla e inconsolable que me habita, aquella cocina apagada que llevo en el pecho: eso sigue ahí, callado, nunca dicho».
En el mismo plano de las memorias literarias, quizás para distraer y confundir, cuenta la autobiografía de viajes, de política (Tierno, el padre Llanos, Carmen Diez de Rivera) y de amoríos, Natanael, La Getafe, Washi, que se parece a Georgia de Memorias Eróticas.
Buen libro, umbraliano.
Prólogo
Escribo este prólogo después de terminadas mis memorias que yo llamaría periodísticas. Y digo periodísticas porque, aparte de que casi toda mi obra sea memorial, aquí he procurado hacer las memorias de los demás. Después de Trilogía de Madrid no me había planteado otras memorias en serio. La Trilogía son unas memorias literarias, y esto son unas memorias como más periodísticas, donde hablo de la gente más que de esa gente que soy yo. O sea una mala gente.
En realidad, toda mi obra es memorialistica, como ha visto el escritor José Antonio Marina. Incluso cuando hago la biografía de un clásico estoy retratándome parcialmente en el clásico. Esto no es monomanía ni pecado peligroso puesto que no podemos escapar del yo y la escritura no es más que una forma de lectura de nosotros mismos. A partir de esta idea no debe extrañar que uno sienta a veces la necesidad de hacer las memorias que lo son plenamente, o bien, como en este caso, las memorias de la gente que uno ha tratado, visto, admirado, plagiado y asimilado.
Buena parte de esa gente pasa por estas memorias, aunque no estuviera nunca en mi ático de Argüelles. En cambio, hay otros que subieron mucho a verme y no salen aquí. Lo más valioso que tenía en el ático era el violín de Natanael, uno de sus violines, pero como a mí la música no me dice nada, un día lo llevé al Rastro y lo vendí.
Si Natanael vuelve por aquí, que no lo creo, le diré la verdad, porque cualquier mentira va a adivinármela y nadie vende el violín o el piano de la mujer que ama. Es saludable y renovador escribir de la gente, ocuparse de los antiguos y de los modernos, contar una época, unos viajes, unos peligros.
Este libro, para mí, es refrescante, pues me libera de esa atmósfera cerrada que soy yo mismo. He disfrutado bastante escribiéndolo y hubiera podido continuar, pero los días felices en Argüelles y en todo Madrid se han ido disipando a medida que he dejado de ser madrileño, y no por lo que opinen mis biógrafas.
Hay muchas maneras de hacer un libro de memorias, pero la más saludable es ésta. La vida se resume en salir a por el periódico, bajarse paseando todo Argüelles y el Parque del Oeste.
No ha querido uno profundizar en casi nada para que las cosas no pierdan su perfume antiguo y bravío. En puridad, no ha querido uno casi nada, sino soltar la pluma para que trisque alegremente libre, que es como soltar la cabra y verla correr y ramonear por los árboles con su cabeza de divinidad griega y corrompida, pero hermosísima. Así hubiera preferido yo mi prosa: cabra loca.
No reeditado.
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