2006

Francisco Umbral se apaga. No hay libros, algo que no ocurría desde 1967.

Umbral continúa publicando en el diario “El Mundo” la columna “Los placeres y los días” en donde predomina el cuidado y elegante lirismo que nunca abandonó y que tanto le reprocharon el coro negro de odiadores; recordemos a Juan Marsé, Premio Cervantes de 2008, «Umbral representaba para mí el tipo de escritura que más me revienta: cuando el lenguaje brillante se me impone por encima de lo demás. Me parece que es hacer trampa, y Umbral representaba eso. La prosa sonajero estaba por encima de todo. A Cela le pasaba un poco también, con esa prosa campanuda. Pero al final, la literatura es una cuestión de gustos».

«El presente es todo mío y me moriré en presente, con ese viento alto, marinero en seco, este sol intemporal y este lujo de verdor que debe tener incendiados y alegres los cementerios».

 

2007

El 28 de julio “El Mundo” publica el último artículo de Francisco Umbral, lo tituló Eugenio D’Ors, uno de sus maestros. Concluye así,

Las marquesas le invitaban a dar conferencias en su palacio solamente por ver cómo se vestía, que solía hacerlo a juego con el tema conferenciado. Así, para hablar de Goethe, se disfrazó de Goethe. En sus conferencias no se sabía qué atraía más, si la palabra o la aparición, porque lo suyo eran apariciones. Podemos decir que D’Ors promovió gloriosamente la cultura verbal de la época e hizo que esa cultura cobrase prestigio por un solo hombre y todos los que le imitaban. D’Ors no tuvo competencia de Ortega hasta mucho después, cuando ya se había retirado a su ermita marinera de la costa catalana, adonde subía y bajaba los pisos según la voluntad de su difícil escalera.

Al quiosquero a quien le compré el libro de Novelas y cuentos, reseñado aquí, le compraría yo más tarde “Oceanografía del tedio”, que es su libro más sugestivo y gratuito, libro ni de izquierdas ni de derechas sino arte por el arte, prosa pura que no se somete a la jerga de los periódicos sino al juego y el hallazgo que luego sí han inventado otros escritores.

Agotados sus hallazgos barrocos de última hora, tuvo que inventarse una hora penúltima de los que llamó indalianos, que tenían tanto de Dalí como del propio D’Ors. Porque D’Ors, era perseguidor de vanguardias, como el propio Dalí, y ahí está la crisolinfa paladiana, o sea un surrealismo dorsiano del que conservamos viva memoria adolescente. Toda guerra promueve genios.

AGOSTO 2007

Francisco Umbral muere el 28 de agosto en la clínica Montepríncipe de Boadilla del Monte, Madrid, tenía setenta y cinco años. Sus cenizas se guardan en el cementerio de La Almudena, en el mismo nicho que las de su hijo Pincho.

Editorial Planeta S.A. Barcelona, febrero 2007. Colección Autores Españoles e IberoameTapa dura con sobrecubierta. 295 páginas. 23 × 15 cm.

Cita. Siglo veinte, cambalache, problemático y febril. Tango.

Memorias.

 

Despedida y cierre. «Mi patria es el siglo xx, lo que yo he vivido, mi tiempo. Y he vivido para contar ese tiempo.»

«Nací para jardines desolados, para claustros con poetas solitarios y con ciprés, aunque he vivido en la más populosa y urgente estación de Metro, cruzando las ciudades por debajo, por la entrepierna, creo que de alguna manera se ha consumado mi sueño de pureza, de soledad, de paz inmóvil». Soledad.

Último libro de Umbral publicado en vida, cuarenta capítulos inconexos, algunos breves, otros extensos, «Memorias literarias», dice, cierto, mucha literatura, García Lorca, Ridruejo, Azaña, Proust, D’Ors, Eugenio Montes …, en la línea de Días felices en Arguelles, pero también hay política, también recuerdos de infancia que ahí siguen, habla de los premios obtenidos y de cierta autocrítica, «Hay que escribir con conciencia de suicida. La buena prosa no tiene otra salida que el suicidio o el castigo del enemigo. Por eso he hablado aquí de fusilar a los enemigos. La literatura es una gran mentira y sólo la muerte puede hacerla verdad». «Escribo y escribo. Me deleito en mi prosa esperando la página fundamental, única, sincera».

Literatura sobre la Literatura, lo que le gustaba, así termina Umbral, así se fue, así nos dejó. Excelente el Epílogo, una despedida con el pie en el estribo, Epitafio lo llama la Fundación.

«La nieve, pájaro de altura, estaba volviendo a sus cimas blancas y dejando nidos cada vez más altos sobre los techos ojivales de un siglo en decadencia».

 

Epílogo

«Francisco Umbral estaba poseído por los demonios de la escritura, que no le abandonaron nunca. Había sido siempre, desde niño, un profesional de lo suyo y nunca pensó en dedicarse a otra cosa. Tenía incluso, completando su personalidad, el gran tema que hace falta en una vida para no quedarse sin tema a mitad de camino. Amado siglo xx era el libro que tenía en la cabeza desde colegial, y todo ello resultaba monstruosamente prematuro en una personalidad como la suya, es decir, en un adolescente que al mismo tiempo trabajaba en sus estudios, iba al río con sus amigos y cambiaba de novia periódicamente.

Digamos que era un hombre con dos vidas. La vida externa del trabajo y del estudio, y la vida interna de la lectura y escritura donde alimentaba la máquina literaria hasta convertirse, sin demasiada conciencia, en ese hombre maduro que es anticipadamente el que lleva adelante una doble vida y no piensa nunca en abandonarla. Aquel muchacho fure pronto un hombre solitario en Madrid, pero esta soledad le llevó derechamente a sumergirse pronto en el mundo de los escritores, los periodistas, los poetas, etc.

Efectivamente, su vida umbraliana, digamos, por llamarlo así, había sido la vida anterior, reincidente, cada vez más profunda y poblada. La vida de un intelectual que, sin plantearse nunca problemas de duplicidad, llevaba además otra vida, la vida exterior de todo hombre que trabaja y juega. En este sentido Umbral tenía dos vidas, era un ejemplar raro que nunca renunció a desarrollar su vida literaria en nombre de nada, ni a compatibilizar ambas vidas, sino que aprovechaba instalarse definitivamente al otro lado de la historia. Quería ser un hombre del otro lado, el otro hombre, y en ello trabajaba, pero nunca hizo planteamiento firme de esta situación, sino que confiaba que las cosas ocurrirían por sí mismas y de pronto se encontraría al otro lado de la realidad, en la otra orilla del río, sin mayor esfuerzo. Y así sucedió alguna vez silenciosamente, grávidamente, pero no de golpe, sino con una constancia y una insistencia que trabajaban por sí ismas en el, otro proyecto de hombre. Era como si su madre hubiera tenido gemelos dándoles a los dos la vida de uno, dejando que esta vida se repartiese naturalmente entre uno y otro.

Umbral decidió escribir su libro fundamental cuando ya estaba instalado al otro lado, como cambiando de ciudad o de piso. Sin duda era el momento de abandonar la vida anterior y centralizarse en este proyecto.

Amado siglo xx. Efectivamente, él sí había tenido patria en el siglo xx. Su duplicidad interior alternaba sin esfuerzo con la fijeza del libro grande, como lo han hecho los grandes historiadores, los grandes cronistas, los grandes novelistas, así Cervantes, así Alighieri, así Homero, así Víctor Hugo y Marcel Proust, y Shakespeare, y algunos otros.

Efectivamente, una obra en marcha funcionando durante toda la vida, un proyecto que crece a la medida que se realiza, es algo que llena de contenidos una existencia, dándole continuidad y armonía como aquellos puentes o acueductos romanos que resumían toda la insistencia y coherencia de un imperio.

Vivir dentro del siglo es confortable y aleccionador. El siglo va tomando la forma y medida de nuestra existencia, y nosotros asistimos a ese siglo como el transcurrir por los acueductos que hemos dicho antes. Nunca se sabe si el espectáculo es el agua o son las ojivas que cinematografían el paisaje. Pero no en vano estábamos en el siglo xx y no en otro. Umbral participa de su siglo con violencia y aquello era lo que escribía siempre, aunque no siempre se notase.

Su vida avanzaba con el mismo ritmo que su escritura. Hombre, vida y obra era ya una tríada que se adentraba en los bosques de lo muy vivido y aquello estaba allí, eternizado y transeúnte en la misma medida que lo había edificado él. La nieve, pájaro de altura, estaba volviendo a sus cimas blancas y dejando nidos cada vez más altos sobre los techos ojivales de un siglo en decadencia. Umbral contempló su obra con sosiego y se tumbó a descansar.

 

No reeditado.


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