1965

Tras un libro de cuentos, un ensayo y una novela corta, Umbral confirma la alternativa con un libro que será referencia en su obra y una ciudad, Madrid, que también lo será.

Ediciones Alfaguara L. Madrid-Barcelona, junio 1966. Colección “Alfaguara Literaria”.

3.000 ejemplares. Tapa dura con sobrecubierta. 308 páginas. 21 × 14 cm.

Novela.

 

Finalista en 1965 de la primera edición del «Premio Alfaguara» que ganó un leonés de San Pedro de las Dueñas de veintidós años, Jesús Torbado, con «Las corrupciones». Torbado ganaría el Planeta en 1976 con, «En el día de hoy»

Para algunos críticos, por su simultaneismo, Travesía de Madrid tiene clara influencia de «La Colmena», de Cela, lo cierto es que Umbral se consagra con su cuarto libro que cuenta las andanzas de un recién llegado a Madrid dispuesto a vivir de sus amores, de las mujeres y de algún delito. Umbral, en un estilo preciso y cuidado que nunca abandonará, muestra por primera vez un Madrid turbio, ya sea el de barrios marginales o elegantes. Como “novela pop” la definiría el autor.

«Mi primera novela larga, de trescientas páginas, donde recogía, mediante la simultaneidad —como aquí y ahora, después de tantos años, pero ya sin prótesis novelística—, cinco años de intensa vida callejera y madrileña. Antonio Valencia, buen crítico, dijo que equivalía a La Busca de Baroja. Como yo no había leído a Baroja, y sigo sin leerlo, porque su castellano —que no puede, apenas, llamarse castellano— me produce rechazo, entendí el elogio o el paralelismo en cuanto que yo también recogía un Madrid golfo, esquinero y suburbial.

Pero yo, desde antes de nacer, escribía mejor que Baroja.»

“Nací cuando la guerra y a los cinco años hacía discursos políticos. Pero con el uso de la razón dejó de interesarme —para siempre— la política. Soy de formación provinciana y de vocación cosmopolita, como las señoritas que se pierden. La vida se ha portado siempre muy mal conmigo, de modo que tengo coartada para no creer en la vida, pero esto le quita belleza a mi escepticismo, que yo querría que fuese más estético y menos vital, como vergonzosamente es. Ante mí mismo me siento desgraciado como un hospiciano, pero ante otro hombre siento que el hospiciano es el. Y gracias a esto voy viviendo. Me he visto siempre, por dentro y por fuera como escritor. No sirvo para otra cosa ni me dedico a otra cosa desde hace bastantes años. Como escritor y como hombre mi mensaje es que no hay mensaje. Creo más en el “sexy” que en el sexo; más en el romance que en el amor; más en el nombre que en apellido. Creo en la paz y en la estreptomicina. Amo, como Baudelaire, los gatos y las rodillas femeninas. Quisiera hacer mío el lema del viejo Sinatra: “Yo no vendo voz, vendo estilo”. Y pienso que la literatura es el único consuelo de haber nacido”. (Autorretrato, contracubierta del libro).

“He escrito Travesía de Madrid con una técnica de acciones simultáneas y proliferantes porque proliferante y simultáneo es el latido de toda gran ciudad; porque proliferantes y simultáneos son el corazón y la memoria de un hombre

—el protagonista— con mucha vida y poca ciencia. Y, finalmente, porque esta manera de construcción le da a la novela su carácter de obra abierta, cambiante, provisional, practicable, que corresponde al arte y la conciencia relativista de nuestro tiempo”. (Autocrítica, solapas del libro).

 

AL TAXISTA le entregué una moneda de diez duros y me dio la vuelta de cinco. La casa tenía un aspecto polvoriento, pero no decididamente innoble. Anochecía. Crucé el portal tirando de mi maleta y echando de menos en el bolsillo una moneda de cinco duros que acababa de estafarme el tío del taxi. «¿Al segundo va usted?» Sí, iba al segundo. Y que no estaban las cosas para irse dejando así el dinero, desparramado por los taxis. Muy bajo de forma debía estar yo cuando preferí perder aquellas tan necesarias y tan mías veinticinco pesetas a tener una bronca callejera con el del volante. La portera era negra, blanca y cenicienta. «¿Al segundo va usted?» No había ascensor, claro. Toda la escalera olía al pequeño guiso que estaba preparando la portera en su tabuco. Era una casa de clase media venida a menos. «Allí te vas a hacer el amo», decía Jonás. «Una vieja caprichosa y buena cocina.» Jonás, mal pintor y buen cumplidor con experiencia de viejas así y de sitios así, decía que yo me iba a hacer el amo. Pero el pasamanos de la escalera se iba para los lados con una volubilidad que daba vértigo”.

Decepción. No ganar el Alfaguara, su editorial, con un jurado presidido por Cela y con una buena novela fue mala noticia. Umbral se veía ganador y como escritor reconocido. No fue así. A Eduardo Martínez Rico, ante la pregunta de qué fue lo que pasó, se lo explica así:

«—No lo sé, no lo puedo saber. Yo creo que Cela jugó a Lara.

—Dar el premio al nuevo…

—Y el otro, que lo daba por vendido, dejarlo finalista. Igual que me hicieron en el Planeta. Él, que empezaba como editor, dijo que había que hacer lo de Lara, lo que había hecho rico a Lara: dar el premio a uno nuevo, que se va a vender por el premio, y el segundo a uno que se vende seguro, y yo ya era conocido, mucho más que el otro.»

A partir de esa fecha Umbral enferma, mareos y vértigos le impiden hacer lo que sabe: escribir. Lo que restaba de 1966 fue un año en blanco, también 1967.

«Yo tenía un brazo cansado, el derecho, desplomado desde el hombro, un algia, nada, decían en el Seguro, y escribía con esfuerzo, a mano, miniaba mis artículos, mis cuentos, en la mañana occidental y suburbial, junto a un río sin agua, a espaldas de un barrio madrileño, goyesco, popular, sanantoniano, florido, con petardos de sidra, melones de verbena y agua dura, que ya no era aquella agua fina de Lozoya, de cuando recién llegado a la ciudad.»

 

Última reedición. Editorial Argos Vergara S.A. Barcelona, octubre 1980.


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