1970

El año anterior (Agencia Colpisa) había sido importante para el escritor este también lo es: tres libros, uno de ellos, El Giocondo, será acontecimiento literario.
Pregonero de las fiestas de Valladolid, Virgen de San Lorenzo, que se celebran en los primeros días de septiembre, el pregón, cuando entonces, se leía en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento, allí dijo,
«Todo el dolor y todo el amor que esta ciudad me dio, os lo devuelvo a vosotros…Valladolid es la ciudad de la infancia cruel y de la adolescencia atroz. Es mi autobiografía…». «Valladolid, madre madrastra, me enseñó a hablar bien y a escribir regular. Me enseñó, sobre todo, esa asignatura que todos cursamos en esta ciudad de melancólicos: la melancolía, el dolorido sentir, la desesperación cortés que no levanta el grito…».

Ediciones y Publicaciones Españolas S.A. (Epesa). Madrid, 1970. Colección “Grandes Escritores Contemporáneos” n.º 35. Rústica, bolsillo. 186 páginas. 17 × 11 cm.

Dedicatoria. Para Ángeles de Castro de Delibes.

Cita: Castellano de Castilla, / el día que tu naciste / ninguna señal había. J. Guillén.

Ensayo.

 

Umbral debe a Delibes parte de su trayectoria y decide escribir sobre el maestro, o le animan a que escriba. Un libro breve, de formato pequeño, típico de la colección. Un ensayo de reconocimiento, también de admiración.

“Querido Miguel. De la colección Grandes Escritores Contemporáneos, donde publiqué mi Valle Inclán —¿te acuerdas?—, me llaman para encargarme un Delibes. Tendrá las mismas características que el Valle, y como puedes comprender voy a hacerlo con muchísimo gusto. Meteré mucho de lo que tengo escrito sobre ti y también algunas cartas que me has escrito, las de valor más literario y humano, sin comprometer a nadie, naturalmente ni a ti y a mí.”

“Mi querido Paco. La idea de una biografía —que confío sea una semibiografía— me ha dejado abrumado. Desde hace horas me huelo a estatua con olor poco agradable. La cosa, como puedes imaginar, me halagaría mucho para después de muerto. Que Paco Umbral me resucitara dentro de 30 o 40 años en un libro constituye un pensamiento la mar de halagüeño. Pero hoy … ¿No te parece tan injustificado como prematuro? Yo he puesto en circulación docena y media de libros, algunos muy malos, otros malos y otros menos malos. Tengo nada más que 49 años. ¿Qué razón hay para glosar estos años en una colección formada por muertos? Creo una obligación moral hacer ver esto a la editorial. Esta empresa —conmovedora para mi— puede resultar risible (no tu libro, por supuesto, pero el mero hecho de figurar yo ahí). Pensadlo. Si la cosa sigue adelante, naturalmente cuenta conmigo.”

Incluye como anexos dieciséis cartas (1961-1970) que le había remitido Delibes, en su mayor parte intrascendentes, interesándose por sus dolencias de 1966 y 1967, contiene también una breve antología de Delibes con párrafos de ocho de sus libros.

 

QUIERO que este libro sea un poco el libro que yo le debo a Valladolid, tanto como el libro que le debo a Miguel Delibes. En el Lazarillo hay un hidalgo vallisoletano que se espolvorea la barba de migas para fingir hartazgo y encubrir las hambres. Prefiere el caballero la fama de desaseado a la de hambriento. Siempre he pensado que hay varias claves vallisoletanas en el hidalgo pinciano del Lazarillo.

El querer y no poder, la grandeza —¿qué grandeza?— venida a menos. Todavía un personaje de Delibes, el don Eloy de La hoja roja, tiene algo de dignidad hidalga y hambreada de aquel caballero del Siglo de Oro. Cuantos caballeros así. Cuantos don Eloy en Valladolid. Don Álvaro de Luna o la fuerza del sino. Eso de la hidalguía vallisoletana. A don Álvaro lo descabezan en una plaza, hoy del Ochavo, que todavía huele a droguería y a tartana, como en la niñez de Miguel Delibes.

Valladolid imperial. El hidalgo que digo hablaba de sus palomares en Valladolid. Viejos palomares derruidos. Palomar de grandezas y sueños, toda la ciudad. Palomar de imperios perdidos. Otras viejas ciudades españolas dan lo que tienen: la catedral, el románico, el gótico, el mudéjar. Valladolid da lo que no tiene. No puede presumir mucho de piedras. Airea una esencia, un recuerdo, un perfume, un pasado. Nada”.

 

No reeditado.


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