Editorial Planeta A. Barcelona, mayo 1973. Colección Biblioteca Universitaria Planeta, nº 55. Tapa blanda con solapa. 162 páginas. 21 × 14 cm.
Dedicatoria. A mi hijo.
Cita. El hombre es un ser de lejanías. Heidegger.
Novela. «Libros de infancia y provincia».
Tras dieciocho libros Umbral se muestra. Excluyendo el muy breve Balada de gamberros y excluyendo Memorias de un niño de derechas que es novela generacional, este de ahora es el primer libro de los llamados «Libros de infancia y provincia», una estudiada ambigüedad entre la realidad (autobiografía) y la ficción, le seguirán otros diez de similares rasgos:
Las ninfas (1976)
Los helechos arborescentes (1980)
Las ánimas del purgatorio. (1982)
Las giganteas (1982)
El hijo de Greta Garbo (1982)
Pio XII, la escolta mora y un general sin ojo (1985)
El fulgor de África (1989)
Leyenda del César visionario (1991)
Los cuadernos de Luis Vives (1996)
La forja de un ladrón (1997)
Libro de referencia. El Campo Grande, Valladolid, prosa poética. Su madre por primera vez y, de alguna manera, la desolación. «Mi libro más lírico, querido y secreto».
Tiene razón Umbral cuando lo define como su libro más lírico. Infancia y adolescencia desde la fantasía y desde el detalle de lo cotidiano, de lo pequeño. Recuerdos y secretos. El mundo no querido del odiado colegio, el amor de Teresita en lo alto de la acacia floreada, la calle y las batallas a pedradas, el abuelo, el Campo Grande, Alejandrito niño amigo y teósofo, el río y su frio morado, una tribu de gitanos, la Academia de Artistas, las enfermedades (males sagrados) y las lecturas en cama, las excursiones de lejanos domingos, los conciertos con mamá, las meretrices de la calle de las Mártires con Carmen la Galilea, mujer solitaria de calor y sueño.
Decía Borges que la felicidad se encuentra en el pasado y que ello es una forma de desdicha permanente. Tristeza y dolor hallamos en, «los libros de infancia y provincia».
«Los males sagrados, como cualquier otro libro autobiográfico, tienen muy poco de tal, pues en literatura es imposible hacerse autorretratos, y si uno parte de sí mismo, es solo como programa de trabajo, ya que la creación literaria tiene sus leyes caprichosas, y sus caprichos que son leyes. La manipulación literaria convierte en seguida una cosa en otra, que eso es la literatura, y ya hablaba Novalis de otorgar a lo cotidiano, la dignidad de lo desconocido, como hablaba Machado de hacer de la prosa otra cosa. En literatura, al contrario que en pintura, el parecido no es un mérito.»
Mi querido Paco: He esperado a imaginarte en Madrid —¿Dónde habéis andado?— para decirte que me ha parecido tu novela más “verdadera”, cosa que es muy importante para mí. Por otro lado, el descubrimiento paulatino de Valladolid y sus hombres es un aliciente más para el lector de estas tierras».
La propia vida que se echa encima. Concluye con la muerte de la madre.
Gran libro.
«Adiós a todo esto, mamá, adiós para siempre, quizás algún día iré a verte al cementerio, con la Carmen, o quizá yo sólo … nunca más esa vida, esa tristeza, ese miedo, tanto pasado, tantos muertos, tanta pobreza, mamá, esta ciudad de guardias y oficinas, no».
RECORDAR A MAMÁ en aquel pueblo de la montaña, preñada de mí, solos los dos, solos por primera y última vez en la vida, y ella con su vaga ternura de gestante, sin hijo todavía donde posar, las gentes del pueblo mirando el embarazo, la preñez, el vientre grande y dulce, como miraban los sembrados, los montes, las nubes, con mirada sopesadora y sabedora. La maternidad empieza a ciegas, una ternura hacia algo de lo que todavía no se sabe ni siquiera el sexo, y sin embargo se le quiere, se lo quiere. Mi madre durmiendo bajo las estrellas grandes y toscas de la montaña, sintiéndome en su vientre, palpitante como una estrella de sangre, pasando su pesantez de hijo por entre la levedad del aire, las flores de las alturas, la mirada rubia de los campesinos, el paisaje que no la conocía. Ella sin pamela, sin su pamela, qué desvalida, sin la pamela de las fotografías sepia de la época, la Greta Garbo que todas ellas eran un poco, por entonces, las manoplas, la boca triangular, boca de baraja, trébol o pica, roja, y los escotes lunares. Como está en el álbum familiar, la melena corta de los veraneos del norte, ciudad nobiliaria y maillot oscuro, la consola donde apoyarse para posar, las fotografías de estudio, un espejo al fondo, una columna neoclásica, la última columna del neoclasicismo convencional, mal imitada en escayola para el estudio del fotógrafo, la luz rancia, sepia también, que entraba por la izquierda desde un inexistente jardín breve y perfumado, todo con un mezclado olor de tabaco, colonia, tiempo, flores, pecado y magnesio.
De perfil, todas como modelos de aquel pintor de gitanas, de frente, el plano dramático, ojos de noche y palidez de camelia, el cinematografismo de la época, mamá, heroína de aquel cine mudo y temblón, cuando la vida palpitaba en la pantalla, vacilaba como realmente vacila bajo la luz de las estrellas, sin que nosotros podamos advertirlo, las primeras películas que luego me llevaría a ver, un mundo vertiginoso, tartamudo y aventurero, la música, la música y la moda de la época repitiendo a mamá por todas partes, en revistas, películas, comedias, novelas, fotografías, dibujos, todas eran una y la misma, pero ella era sólo ella cuando se quedaba en combinación, aquella combinación negra, a la vuelta de la oficina (las primeras mujeres que iban a la oficina), y llenaba la casa de palabras, canciones, jabonadura, risas y días.
Última edición. Ediciones Destino. Colección Áncora y Delfín nº 495. 1976.
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