1973

Cuatro libros. Se percibía el final inmediato y natural del franquismo; se adoptan posturas contestarias frente al discurso habitual de una dictadura agotada consciente de su final y aparecen los progres, incluso con una cierta estética, Umbral, siempre en la actualidad, dedica un libro, una carta, a las progres, Carta abierta a una chica progre.

Los males sagrados, también de este año, es más, es la belleza del lirismo en una infancia y en una adolescencia no olvidada que tendrá punto y aparte en Retrato de un joven malvado en donde Umbral, ya escritor, hace memoria de sus comienzos. La infancia, la adolescencia y luego su día a día, su vida. Contarse y explicarse, serán las constantes de la literatura de Umbral que es la literatura del yo, pues no hay otra.

Ediciones Destino S.L. Barcelona, noviembre 1973. Colección Áncora y Delfín nº 455. Tapa dura con sobrecubierta. 216 páginas 21 × 13 cm.

Cita. El estudio de la belleza es un duelo en el que el artista grita siempre horrorizado antes de sucumbir. Baudelaire.

Memorias.

 

Memorias de un niño de derechas concluye con el escritor llegando a la conquista de Madrid; Retrato de un joven malvado comienza con ese escritor en Madrid describiendo la pensión en la que se aloja y vive. En su último libro cuenta que en una de esas primeras pensiones compartía habitación con un homosexual murciano que le elogiaba las piernas cuando se quitaba el pijama y un opositor con el que discutía de política y literatura, el opositor, un día, le dice, «La verdad es que tu escribes muy bien en los periódicos, pero no dices nada, y como no dices nada, resulta que sólo escribes bonito.»

El libro cuenta el recorrido literario del escritor en el mundo de las letras entre redacciones y cafés, sus experiencias —en parte amargas— en la ciudad y la visión ácida y crítica (malvada) de lo que le rodea y de quienes le rodean. Umbral aprovecha para reivindicar su idea de lo que debe ser un escritor. Termina con una lectura —quizás en el Ateneo— en la que siente el vértigo y la desolación de una llegada triunfante a meta, de un reconocimiento, también de la próxima ausencia de libertad.

Sin perjuicio de las novelas publicadas hasta el momento en donde bien en el narrador, bien en el personaje, existe un Umbral, este libro es el primero en el que Umbral habla del Umbral maduro, de su vida, de sus reflexiones y de su personaje, un personaje que siempre le pareció digno de mostrar; de este tono confesional de mirada interior y autobiográfica o cínica, sea en diarios, sea diarios íntimos, en memorias o en crónicas existirán otros libros con un denominador común: Él.

Retrato de un joven malvado. (Memorias prematuras). 1973.
Mortal y rosa. 1975.
Mis paraísos artificiales. 1976.
La noche que llegué al Café Gijón. 1977.
Diario de un escritor burgués. 1979.
Los ángeles custodios. 1981.
La bestia rosa. 1981.
Trilogía de Madrid. Memorias. 1984.
La belleza convulsa. 1985.
Y Tierno Galván ascendió a los cielos. (Memorias de la transición) 1990.
Memorias eróticas. 1992.
Diario político y sentimental. 1999.
Madrid, tribu urbana. Del socialismo a don Froilán. 2000.
Un ser de lejanías. 2001.
Días felices en Argüelles. 2005.
Amado siglo XX. 2007.

«El presente se nos escapa. Es decir, el hombre se mueve siempre en las lejanías. Estás añorando siempre a una persona, a tu madre, a un muerto, a una chica, o estás en el futuro situándote en lo que vas a hacer. El presente se nos escapa; a mí eso me jode mucho, y por eso escribo diarios íntimos, para fijar el presente, para disfrutar el presente y traducirlo a palabras.»

 

PENSIONES de sombra, horas perdidas, pasillos largos, quebrados, una floración de olores que nos salía al encuentro, la berza dulce del día anterior, cuadros en las paredes, mala pintura patinada de penumbra, espejos pentagonales con un trébol grabado en cada esquina, tresillos de plástico, flores artificiales, el ex seminarista del cuarto pequeño leyendo a San Agustín y masturbándose, el pianista del cuarto grande tosiendo y muriéndose al piano, aquella luz de tronera, las señoritas de la pensión, solteras y embarnecidas, con batas de flores sobre sus jerséis negros, el hombre que estaba en la cocina haciendo crucigramas, con una bufanda por debajo de la chaqueta, atendiendo a las llamadas del teléfono (esos teléfonos que están en la cocina, sobados de la grasa de los guisos, y que dan a todas las conversaciones telefónicas un aliento de puchero y café colado) y llamando a su vez a la tienda de comestibles, al mercado, al supermercado, para pedir más achicoria o más tulipán para los desayunos de la gente. (…)

El presentador tuvo palabras más elocuentes y cargadas que de costumbre. La sala estaba densa de expectación, grávida de público, y había esa estudiante sentada en el suelo, que es la que da sensación de plétora de interés apasionado de éxito.

El silencio que se hacía ante mí tenía otra calidad que los silencios destartalados de las primeras lecturas. Era como el silencio que precede a los grandes conciertos. Una cosa de terciopelo y miradas, de complacencia y resonancia. Empecé a leer con voz grave, lenta por insegura, honda por emocionada. La jarra, el vaso, la bandeja y el agua eran como una constelación gloriosa de plata y transparencia que yo tenía ante mí.

La lectura fue densa, segura, honda, y el público arropó con un silencio complacido el caudal grave de mi prosa. Yo estaba muy seguro por dentro. Era un árbol hueco que conserva todavía, por una primavera la frondosidad de su copa. La ovación final fue como el despertar de un millón de pájaros.

Me felicitaban, me rodeaban, me daban una amistad que no era ya la camaradería deshilachada de siempre, sino el fervor natural de un primer deslumbramiento no deteriorado aún por la distancia crítica, el enfriamiento y la rutina. Algo había ocurrido allí. Una pequeña, una mínima cosa, pero algo había ocurrido. A medida que me bajaba la fiebre del éxito, a medida que se hacían boquetes en el muro de la amistad y la gente, sentía por dentro la angustia de todo aquello, y conocí por primera vez la desolación de haber triunfado, siquiera fuese mínimamente.

(…) Realmente no había empezado nada, al día siguiente habría que empezar de nuevo, en la redacción triste, el reportaje de batalla y la calle anónima. Pero comprendí aquella noche que la suerte estaba echada, que empezaban —ay— a tomarme en serio, que se había terminado para siempre la libertad salvaje, el temblor del lírico novel, el paraíso del anonimato, la vida silvestre de las calles.

Cené de mala gana, en la pensión, y me acosté llorando.

 

No reeditado.

 

 


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir al contenido