1979

Dos libros. Umbral está en la cumbre, es el autor reciente de Mortal y rosa, de Las Ninfas, de La noche que llegué al Café Gijón, sus columnas en El País son para todos —también para la tribu literaria— la referencia nacional del día a día, Umbral, además, liga; crecido cambia de tercio y se atreve con amores surrealistas en un libro, Los amores diurnos, muy de su agrado y que pasó desapercibido.

Ediciones Destino S.L. Barcelona, abril Colección Áncora y Delfín n.º 534. Tapa dura con sobrecubierta. 292 páginas. 21 × 13 cm.

Cita. Otorgó a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido. Novalis.

Diario.

 

Es el diario reflexivo, íntimo y tranquilo de 1977, empieza con un sábado de enero y concluye el último día del año, las entradas las empieza citando los días de la semana de un determinado mes, tienen, más o menos, la misma extensión. En septiembre no hay ninguna. Ese día a día lo aprovecha para hablar de lo que sea, de la novela de la vida, de lo que se le ocurre, de lo que le pasa.

Mucha melancolía. Nos cuenta sus medicinas, nos habla otra vez del orgasmo, de lo canalla, de Nacha Guevara, de paseos con España entre jaras y del pueblo —que debe ser Las Rozas—, del Gobierno, de escritores y pintores, de algún viaje a Barcelona para hablar con los de la editorial, de otro viaje a Ámsterdam con el “clan Cuixart”, del cansancio, de la edad, de su columna, de la primavera, de la hoguera del sexo, de su faringitis, de Alberti —que ha llegado desde Roma—, del Azaña escritor que se paseaba a principios de siglo por el jardín de los frailes, de sus bailes sosos en Bocaccio, de sus cenas con amigos, de la soledad.

Un miércoles de enero escribe,

 

«Diario de un escritor burgués». Es un título irónico, claro, donde me burlo de lo que tengo y lo que no tengo de burgués. Como «Memorias de un niño de derechas». O «Retrato de un joven malvado». Ni de derechas, ni malvado. Titulo a veces por ironía, más que por precisión. «Los burgueses debemos suicidarnos como clase», dijo alguien. Yo bien suicidado estoy. Ya veo que este diario va a oscilar entre el lirismo intimista o preciosista (experimentalista) y la pura anotación mundana, periodística o política, como la cena de Nacha y lo que hoy está pasando en España.

 

Un martes de mayo escribe,

 

Cuando llevo casi medio año escribiendo este diario íntimo, creo que ha llegado el momento de preguntarse por qué. No sé si al principio del libro expliqué algo sobre las motivaciones que me llevaban —que me traían— a escribir un diario íntimo. Tampoco quiero mirarlo. Supongo que se escriben diarios íntimos al final y al comienzo de una vida, de una carrera. Cuando no se sabe escribir otra cosa y cuando ya se ha escrito toda otra cosa. Me parece que he llegado al diario íntimo por exclusión. Ya casi no soporto leer novelas, y mucho menos escribirlas. Mi pasado lo tengo muy escrito y entonces me queda el presente. Del presente, hablo menos de mis contemporáneos que de mí mismo. No sé qué me aburre más, si mis contemporáneos o yo., pero de todas maneras hay que hacer la experiencia de tomarse el pulso todos los días.

 

La última entrada dice,

 

He metido en este diario un año de mi vida. Aquí lo dejo. Hay otros libros en el aire. Pero nada me sabe a nada, ni la literatura, ni el amor. El país está a punto de equivocarse definitivamente. Lo que llevo dentro es un enorme bloque de cansancio. Todo, hasta los momentos de entusiasmos me nacen de la falta de entusiasmo. Los estimulantes artificiales me estimulan más bien poco. Yo veo, o creo ver, que otros hombres, a mi edad, están en eso que se llama en la plenitud (que es el nombre triunfal de la madurez). Miro dentro de mi y no encuentro más que cansancio. Ni tristeza, ni alegría ni ilusión ni resentimiento ni dolor ni nada. Solo cansancio, un cansancio animal o mineral. Siempre he intuido una forma de muerte por petrificación. Sísifo y la piedra. Prometeo y la roca. Los mitos están mal resueltos. La verdad de la vida es que Sísifo se va convirtiendo en piedra y Prometeo se va convirtiendo en la roca. Más aún: la verdad es que Sísifo y Prometeo no han existido nunca uno, en mí. Nunca he sido Prometeo. Sólo he sido una roca que se creía Prometeo. Eso es lo que somos: piedras que se creen mitos.

Son las cuatro menos veinte de la tarde. Vamos a almorzar. A lo mejor me animo luego a dar un paseo por el frio y al sol. A lo mejor no.

 

No reeditado.

 

 

 


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir al contenido