Editorial Biblioteca Nueva. Madrid, abril Rústica con solapas. 272 páginas. 21 × 14 cm.
Dedicatoria. A María-España.
Cita: Y la vida no es buena, ni noble, ni sagrada. Federico García Lorca.
Ensayo.
Cuidada edición.
Del romanticismo de Larra al modernismo de Lorca. Desconocemos las razones por las que Umbral escribió este largo, erudito y complicado ensayo, quizás quiso sorprender, hacerse notar, el caso es que Umbral, como excelente crítico literario que era, demuestra un conocimiento absoluto del poeta, de su poesía y de su arte que estuvo lejos, muy lejos, de los estereotipos habituales del folklorismo verbenero y gitano con el que hasta entonces cierta literatura oficial había retratado a Lorca, señorito andaluz. Hoy Lorca se está quedando en poco más que un mártir de la barbarie de una guerra civil, pero Lorca no es solo eso, Umbral, ya entonces, fue más allá, además de hablar abiertamente de la homosexualidad del poeta (pansexualidad, la llama), muestra, desde el «yo profundo» del estudio minucioso de toda su obra, un Lorca con duende, romántico de personalidad desgarrada, desdoblado, marginal, maudit (una conciencia profunda del mal y de la angustia de la libertad) y trágico, no solo por su muerte.
El Lorca de Umbral es una visión muy personal, más de medio siglo después, el libro no ha sido superado, es distinto y referencia obligada para entender al poeta y a su poesía.
«… entre Lorca y yo hay afinidades de importancia. Yo, como lector, necesito que me sorprendan desde el principio, ya de entrada, y Lorca sorprende desde el primer verso, deslumbra, fascina … Lorca sorprende constantemente, y esta es una gran afinidad.»
Oda a Walt Withman
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
El prólogo, denominado PARÉNTISIS en el índice, comienza así,
LORCA, poeta maldito. Ya sé que el enunciado es escandaloso, sorprendente, inexacto, quizá. ¿Inexacto? Para probar su exactitud, precisamente, voy a escribir este libro. Lo que dicho enunciado tenga de alarmante, en principio, nace de dos circunstancias a estudiar: la primera de ellas es que la literatura española, la poesía española, no tiene poetas malditos; la otra circunstancia no es sino la circunstancia misma, personal, del propio Federico García Lorca; es decir, su vida, que, según los clisés que se han ido superponiendo, no corresponde exactamente a lo que se viene entendiendo desde el siglo xix para acá por poeta maldito. Examinemos ambos supuestos.
Quizá el primer escritor europeo a quien puede rotulársele como maldito es François Villon. Villon es un maldito anterior al concepto de “maldito”, concepto decimonónico, romántico, como sabemos. Hasta el siglo xix, el artista había sido una criatura decorativa de la sociedad, un dios menor en quien las aristocracias, de vuelta de los dioses mayores, creían o fingían creer. Tras la Revolución francesa, el artista y el poeta empiezan a encontrarse incómodos en las nacientes sociedades burguesas, que no necesitan de ellos para nada, aunque, nostálgicas de lo que han derrotado y derrocado —como el vencedor es siempre nostálgico de lo que vence o del vencido—, aún continúan o creen continuar unas vigencias artísticas y se obligan a un gusto por lo estético que no es sino simple mimetismo, cada vez más desganado y con desgana menos disimulada, del gran arte de las antiguas élites.
Y es ya en el xix, en el siglo de las revoluciones sociales e industriales, en el siglo de la beatería científica, cuando el artista se encuentra declaradamente al margen de la poderosa sociedad sin rostro.
…
El poeta maldito, así, viene a ser un desarraigado, un desclasado, un ser que sufre complejo de autodestrucción y que hace de ese complejo y esa autodestrucción su obra de arte. Un tipo radicalmente nuevo, nacido del Romanticismo, aun cuando tenga algún precedente solitario, como el ya citado de Villon. El maldito es, con respecto a sí mismo, un tarado en algún sentido, y, con respecto de la sociedad, una fuerza disolvente, aunque, como ya hemos dicho, esa fuerza sea centrípeta y afecte al propio individuo más que a su contorno, lo que viene a identificar al maldito con el suicida. Pero la autodestrucción es un suicidio con cámara lenta, y esto permite al maldito hacer su obra, casi siempre apresurada, iluminada por relámpagos y potenciada un poco artificialmente por esa dirección mortal que el autor imprime en toda ella consciente o inconscientemente, hasta terminarla de una manera violenta o dejarla inacabada, pues el suicidio de la obra de arte no está en cómo termine, sino precisamente en no terminar.
Última reedición. Editorial Planeta S.L. Barcelona, octubre 1998.
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