1985

Año del imposible Premio Planeta. Cuatro libros de cariz distinto, unas entrevistas, un peculiar ensayo, un diario intimista y cansado y una novela alucinatoria pero maravillosa. Umbral puede con todo.

Vive en Majadahonda, en una casa que llama “La Dacha”, su jardín resultará siendo familiar.

Promotora de Informaciones S.A. Ediciones El País, Madrid, marzo 1985. Colección En el País º 4. Rústica tapa blanda. 263 páginas. 21 × 13 cm.

Recopilación.

 

Umbral periodista. El libro se vendía en los quioscos de prensa.

La entrevista como género literario. Veinte y seis entrevistas a las musas y monstruos del mundo cultural y político del escritor: Gutiérrez Mellado, Delibes, Sara Montiel, Dámaso Alonso, Santiago Carrillo, Berlanga, Ramoncín, Cela, Tierno Galván, Luis Escobar, Otero Besteiro, Marsillach, Rabal, Jose Luis Villalonga, Pániker, Ana Belén, María Asquerino, Areilza, Pilar Miró, Pitita Ridruejo, Alfredo Landa, el Duque de Alba, Fernández Ordoñez … fueron publicadas en «El País» en enero/julio 1984, se acompañan de otros tantos retratos (magníficos) dibujados a plumilla por José Luis Verdes, «artista perdido en el profundo sur, con sus viñedos y sus cerdos».

No son entrevistas al uso. El entrevistador —el tótem Umbral—, es también protagonista, conversa con los monstruos y del detalle de esos diálogos, de las preguntas inesperadas, de las reflexiones y de la escritura de Umbral, surge una imagen y una figura que queda. Con Pániker habla de filosofía, con Areilza de sus trajes, con Pitita del cole, con Carillo de los rusos, con Rabal juega con Paco y Paquito, en ese plan, que diría Umbral.

Un buen libro que hoy queda remoto, Besteiro, Pacordóñez, Dámaso, Luis Escobar …, fantasmas de un pasado que a nadie importa.

 

CELA, CAMILO José Cela, la letra gorda sobre el papel muy blanco, nuestro parvulario novelístico, nuestra capilla de adolescentes provincianos, la fulguración de una prosa negra y roja, violenta, sobre la cal de nuestros corrales interiores, CJC, catón y capicúa de los años de guerra / postguerra, este hombre alto y gris que me espera erguido en la escalera frambuesa, había estallado la paz y el castellano en su prosa redonda y guerrillera, había que ser escritores, somos escritores y nos abrazamos en la escalera de hotel.

Ciento quince kilos de escritor, cinto quince kilos de amigo, ciento quince kilos de maestro, ciento quince kilos de tiempo, camaradería, vida y obra. Multitud de hombre solo que el tiempo coge a peso, que pesa en nuestro tiempo. “Pues ahora he perdido quince kilos, pero tengo que quedarme en noventa”. Cien kilos justos de Historia literaria bajan a mi lado hacia el comedor, casi cien años de Historia de España. Cela con sus años / kilos y un afiebrado de la literatura, como entonces buscando / esperando sus metáforas atroces en redondilla, o el contrabajo impertinente de su voz. Habrá que entrarle:

—Camilo, llevas treinta años en Mallorca, eres ya un señor de provincias.

Cuando vienes solo a Madrid, como ahora, ¿traes complejo de cana al aire?

—En absoluto. Putas hay en todas partes. Y por aquí, en torno del hotel, veo travestistas. El travestista no es siempre el homosexual. Travestista es el aficionado a vestirse según el sexo contrario. Napoleón lo era.

—Por qué dices travestista y no travestí?

—Porque travestí es francés.

Al camarero le pide media docena de ostras. Yo pido una docena.

—Bueno, pues, entonces, a mi póngame nueve, que me dá envidia aquí el señor— dice Camilo. Pero de lo que más tira es de los espárragos verdes.

—¿Estás a régimen, Camilo, es eso hemos parado?

—Perdón, soy el único ciudadano de este país que no tiene colesterol.

Sonríe con su media sonrisa partida por la vida, el toro o la Legión. Evita siempre reír.

—Como sabes, Paco, yo llevé la primera barba contestaria de España. Luego, cuando empezaron a dejarse barba los funcionarios de la Caja Postal de Ahorros, comprendí que no valía la pena.

Cela, Camilo José Cela, letra gorda sobre el papel muy duro, nuestro abecedario de postguerra, nuestro colegio maldito, colegio de un solo hombre, de un solo libro que era aula y texto al mismo tiempo.

—Camilo, tienes las patillas blancas y largas, como yo, pero te las peinas hacia abajo, y quedan lacias. Hay que peinárselas hacia atrás.

—Ah, coño, pues tienes razón.

Y se peina las patillas hacia la oreja, alborotadas, mejora su imagen, con los dedos. El prosista cimarrón y lírico de nuestra adolescencia impaciente como la sangre. El abuelo violento a quien ahora le explico la estética de las patillas, toda la ética de la madurez. La fulguración de una escritura oscura y azul, clara y negra, limpia contra el blancoespaña de nuestros toriles escolares. “Otro libro”. “Estoy pensando una novela de la Galicia exterior”. “Época”. “Digamos que hace un siglo”. Digamos que hace cien kilos de tiempo, cien años de Cela que comienza a ser intemporal.

 

No reeditado.


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