1990

Un libro de Memorias previsible que nada aporta.

Enero. Candidato junto a José Luis Sampedro de 72 años al sillón “F” de la Real Academia Española. Sampedro fue presentado por Laín Entralgo, Gregorio Salvador y Buero Vallejo; Umbral, 58 años, por Cela, Delibes y José María de Areilza, fue elegido Sampedro por 21 votos contra 12, Cela le dio la noticia por teléfono. La decisión molestó a Umbral, “Sampedro era el candidato de la Moncloa y yo el de la calle”; “La Academia es una institución muerta, gris, triste, oscura y aburrida”. Sobre Sampedro dijo, “Siento por él respeto y admiración como hombre, escritor y economista; lo que ocurre es que su elección ya estaba prevista porque él tiene un yerno en la Moncloa que es un Yáñez y la cultura y todo, como siempre, se cuece allí”. En Crónica de esa gente guapa cuenta, «Sien- do yo un rojo oficial resulta que la derechona estuvo conmigo (y cómo se portó ABC y mi querido Ansón), mientras que la izquierda nominal me negaba».

Premio Mariano de Cavia, otorgado por Prensa Española, por su artículo Martín Descalzo publicado en el diario El Mundo el 10 de diciembre de 1989 que comienza así,

 

Martín Descalzo

DESDE la armadura de la diálisis y con marcapasos como candado de su co- razón joven y viajero, José Luis Martín Descalzo, viejo tronco con sotana o de pai- sano, sigue haciendo su periodismo diario, valiente y terco. O sea, un periodista.

Le han puesto hace tres días el marcapasos y me dice Florencio Martínez Ruiz que ya quiere volver a su mesa en la redacción. A lo mejor hasta ni siquiera tiene carnet de periodista, aquellos carnets que daba Fraga en nuestros tiempos, los de José Luis y los míos, pero al periodista de raza y fe se le conoce por estas cosas. Conozco alguien muy cercano a mí que ha escrito el artículo del día al costado del hijo recién muerto, y niño. El periodismo es un sacerdocio o no es nada, y por eso es lo de menos, aquí, que Martín Descalzo sea sacerdote. El periodista es mártir y testigo (que en su origen, como sabemos, son la misma palabra). Mártir de su fe y testigo de su tiempo. Fe cristiana, fe marxista, fe democrática en Abraham Lincoln, da igual. Lo que no se puede es escribir sino desde una fe.

XIV Premio de Narraciones Breves Antonio Machado por el relato corto Tatuaje.

Seix Barral S.A. Barcelona, marzo Colección Biblioteca Breve. Rústica tapa blanda con solapa. 166 páginas. 20 × 13 cm.

Dedicatoria. A Encarnita.

Cita. Hijos míos, Dios nunca abandona a los buenos marxistas. Tierno Galván.

Portada. Entierro de Tierno Galván. Cuadro de Ángel Baltasar.

Memorias.

 

No hay novela. El libro se inicia con el entierro de Franco, noviembre 1975, y concluye con el de Tierno, enero 1986, diez años que el escritor identifica con la transición, de ella y de él, sobre todo de él, de Umbral, nos habla.

La Transición como Episodio Nacional.

Torcuato Fernández Miranda, inteligente, el barrio de Malasaña, el Congreso de Diputados, el cardenal Tarancón, Adolfo Suárez, UCD, Dolores Ibárruri, Alberti, Carmen Díez de Rivera, la matanza de Atocha, Manuel Fraga, Carrillo, José Luis Cebrián, Ramoncín, los exiliados, «una buena página de Cela o Delibes valía por todo el exilio», la argelina y guerrillera Hafida, la movida madrileña, Marcelino Camacho, eurocomunismo en el Club Siglo xxi, Tamames, que aspiraba al Premio Planeta, Areilza, el barrio de Vallecas, el coronel Tejero, la fiesta del PCE en la Casa de Campo (había que coger el metro hasta la estación de Lago), cenas en el Palacio de Liria, más cenas con le gratin gratiné, ETA, el padre Llanos, los amenazantes y agresivos ultras, Pitita, el Rey, «Paco, nunca creí que se pudiese sufrir tanto», la Reina, Felipe González, bienintencionado, Guerra, los Rolling en el Vicente Calderón, el PSOE, Fernández Ordoñez, José Luis Aranguren, la OTAN (de entrada NO) y conversaciones regadas de anís Machaquito sobre Hegel con Tierno Galván que desde la ironía le regala en un último encuentro en el hospital un libro de poemas del infumable porno Pedro Mata. «Cultura es todo lo que ignoramos», cuenta que decía el viejo profesor en una gregería, a eso jugaban. El libro lo amenizan cameos y erotismo con Licaria, ácrata pobre y yonki; Gualberta, marxista residual y progre; Estebanía casi adolescente, «joven posmoderna de ojos azules todavía infantiles».

Narración lírica y desengañada de la transición, nada distinto a las “negritas” de las columnas que aquí condensa y refunde en un libro más.

 

 

EL CABALLO, el caballo solo y formal, el caballo tras el cortejo de Franco, nortes de Madrid, pasó por Las Rozas, carretera de La Coruña, hacia el Valle de los Caídos, todo Cuelgamuros, pronto, pesando como el peñasco de Góngora, que ha tantos siglos que se viene abajo, sobre el muerto breve, histórico y sangriento.

Mañana de noviembre por el cielo, con grandeza de nubes y quizá una violencia deaviones novistos, comoelzumbidooscurodelosespacios, comoelgirar delmundo hacia la tumba de un caudillo. Pero el caballo, el caballo solo y serio, que bajaba de vez en cuando la cabeza, como encogiéndose de hombros entre todo aquello, el caballo entre armones, soldados, otros caballos con jinete, música y silencio, automóviles que avanzaban con el motor dormido, y un perdido jirón gualda y sangre de toro tísico por elaire leve y feo de la mañana, abierta a tanta solemnidad.

Salí de entre la escasa gente, volví la espalda al cortejo y me alejé hacia el quiosco a comprar el periódico, que aquel día era como una gran esquela empastelada en sepia y muerto. Caminé por las calles y cuestas del pueblo leyendo sin leer, pasando páginas, bueno, pues ahora ha llegado el momento, me decía, cuarenta años de silencio y tienes que decidirte, tenemos que decidirnos, algo va a pasar, aún tengo que escribir la columna de mañana, ¿y cómo se escribe una columna sin Franco, sin hablar de Franco, sin aludir malvada y veladamente a Franco, cómo se clava un dardo de papel, cotidianamente, en el corazón de Franco (tantos años haciéndolo) cuando ya no hay Franco?

El pueblo no estaba enlutado, sino silencioso como si hubiera caído una nevada, y la poca gente que andaba por la calle (un pastor sin rebaño, una vieja con leche, una niña que jugaba sola y al saltar a la comba se saltaba su sombra) parecía pisar sobre la nieve. Ahora es cuando viene una democracia, la democracia, no sé, dice Tierno que la democracia, ¿va a ser Tierno un nuevo Azaña?, me lo dijo la otra noche en casa de Morodo, el mismo chalet con plantas donde vive Adolfo Suárez, a ver qué puede uno hacer por la democracia, ¿por qué esquina va a asomar?, la democracia me parece que tenemos que construirla todos, entre todos, yo con mis columnas, claro, y saliendo a la calle y pegando gritos y dando patadas a los escaparates de la Gran Vía, si hace falta, …

… La batalla la ganó al día siguiente, con el entierro, que, según se dijera, había diseñado el mismo a última hora. Mejor que nada, el pirograbado de la memoria, Cibeles como el corazón inmenso y habitado de una ciudad muerta. El coche de lámina elegante y misteriosa, los caballos negros, la nave de la muerte varada en el mar quieto de la multitud. El final de la Utopía. Los pasotas, los queridos pasotas de Tierno, subidos a las farolas fernandinas y los árboles. El silencio de todo un pueblo como bandera inmensa de sombra y aire. Después de esto, me dije, ya sólo nos queda la burocracia, el politiquerismo y el precio de los garbanzos. La transición ha terminado y la Utopía ha muerto. El coche fúnebre avanzaba lentamente. Madrid, vieja capital de un orbe fantasma, sabe vestir estos momentos históricos. Todo tenía, sí, el clima sepia de la Historia … el llanto herido de una mujer anónima rompió el encantamiento y abrió el tiempo, que se había hermetizado. Y Tierno Galván ascendió a los cielos.

 

No reeditado.

 


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